La fiesta de los muertos

Miniaturas
Por: Rubén PÉREZ ANGUIANO*

Asesinan a un importante funcionario municipal y las respuestas institucionales parecen una colección de lugares comunes, un catálogo de frases que dicen nada, un recetario de palabras vacías. Vaya, lo que se repite siempre.

Quizás las y los funcionarios no se dan cuenta o no les importa, pero vestir de luto, colocarse un sombrero negro, hacer guardia de honor al lado de un féretro y colocarse la mano en el pecho no sustituyen a la indiferencia.

Sé que cancelar todos los festejos asociados a la temporada sería demasiado, pero bien que se pudo postergar la cabalgata inaugural del día. Digo, era la decente. Lo esperado.

Es algo sádico, por decir lo menos, dar rienda suelta a la algarabía mientras alguien muere y una familia sufre.

Pero es a cada rato. Los asesinatos en Colima se cuentan por centenares, miles incluso y las fiestas siguen, como si se quisiera escapar de la realidad y tapar a la verdad con el manto de la barbarie.

¿Alguien murió ayer? No importa. Hagamos una fiesta, inventemos un nuevo festival, cocinemos una vaca, donemos corcholatas al DIF y brindemos con cerveza, tuxca o vino.

Sigamos haciendo como que no pasó nada, pues en realidad parece que no pasó nada. La sociedad, aún salpicada con la sangre del ayer, se reúne, se entrega a la disipación y levanta las copas para brindar.

Lo importante es seguir festejando, no importa que sea catando variedades de tinto al pie del jardín o compartiendo tragos amargos con guayabillas por los rumbos de La Petatera.

Las muertas y los muertos son tantos que ya alcanzamos los primeros lugares en el escenario de la violencia en el mundo, más incluso que algunas zonas de guerra, pero eso parece un buen pretexto para la alegría.

Mientras tanto, la respuesta institucional (y colectiva) será como siempre: encogerse de hombros, levantar alguna ceja y cruzarse de brazos.

Quizás es insensibilidad, saturación o indiferencia, pero podríamos seguir en la fiesta hasta que todos los que danzan a nuestro alrededor estén muertos, como si fuera una fiesta de difuntos.

Rulfo se quedó corto. Aquí no se trata de murmullos, sino de un creciente estruendo, bullicio, vocerío… Una periquera, pues.

Al son de la tambora vamos desfilando hacia el horror y los que nos acompañan podrán estar muertos a la vuelta de la esquina, sea hoy, mañana o pasado.

Pero no importa ―parecemos decir― con tal de que nunca nos toque a nosotros. Nosotros, lo que nos portamos bien y nos divertimos sanamente, mientras todos los demás hacen cosas indebidas y por eso mueren.

Claro (nos dice una voz en la cabeza), los que se matan entre sí son los malvados y la gente decente sale inmune, como si tuviera una coraza contra las balas y el infortunio.

Pero quizás, sólo quizás, muchas y muchos de los que ya murieron pensaban lo mismo.

Suena aterrador, cierto, pero las muertas y los muertos ya están entre nosotros, como en un apocalipsis zombie y no parecemos darnos cuenta.

 

*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 55 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.