#CrónicasMaternas: oh diente, amigo… (tercera parte)

¿Qué aprendimos esta última semana? Que uno no debe tener apego a las cosas materiales, lo que realmente importa está en otro lado: en el amanecer, la risa de bebé (que no es bebé chingado) o en encontrar 50 pesos en un pantalón, por ejemplo.

El viernes pasado, después de publicada esta columna (que es más una especie de diario público sobre mi maternidad), me llamaron de la escuela para decirme que a bebé se le cayó El Diente (sí, ese circonio carísimo de París) y que no aparecía.

Como antecedente, El Diente se cayó el 25 de diciembre porque bebé aprendió a jugar “brinca, brinca” arriba de la cama y “de la nada” se cayó. Supongo también que de la emoción apretó la mandíbula, eso sumado a algunos alimentos duros que pudo comer en los días de fiestas o no sé.

Le llamamos a la doctora y el viernes 27 le pegó su diente. Se hicieron tres intentos porque el muy condenado no pegaba y bueno… se pegó con el cemento más poderoso que tenía la odontopediatra en ese momento y ya quedó.

Después, el 1 de enero de este 2020, habíamos regresada a casa después de haber ido al recalentado con los abuelos, cuando La Infanta Jaguar llega y dice “Iete”, dice. Y yo “¿qué?”. “Iete”, insiste y me quiere entregar algo con su manita. La cara se me fue al piso cuando me entregó El Diente que le acababan de pegar.

Ya me había dicho la odontopediatra que sería normal que se le cayera porque está en fase oral donde todo, literal TODO, se meten a la boca. Pero, que de cualquier manera, procurara que no mordiera cosas duras.

¿Pues qué creen que descubrí? Cuando fui a revisar la escena del crimen había una tapa del garrafón de agua babeada. Con todo y su cara de inocencia, supe que la tapa había sido la culpable del diente tirado.

Además, no es como que pueda culparle de morder cosas de plástico, le están saliendo los colmillos y se rasca las encías con lo que puede. No le doy paletas de leche materna porque después del mes con infecciones respiratorias, no me quiero meter en ese berenjenal de nuevo.

Total que agendamos cita para el jueves 2 de enero y le pegaron el diente de nuevo con cemento para adultos. Recuerdo que la doctora me dijo “el último dientito que pegué con este cemento aguantó la patada de un hermanito menor, así que esperemos que éste sí tarde mucho más en caerse”.

3 de enero, me llaman de la escuela cerca de las 12:00 horas para decirme que no hay más diente, que se cayó, que no lo encuentran y que probablemente se fue entre la comida del piso cuando barrieron el comedor de los maternales o se lo comió.

Me quedé congelada un momento, sólo podía pensar en cuatro mil peso siendo barridos entre arroz, tortillas, melón y babitas de bebés.

Lo buscaron, movieron todo, pero no lo encontraron. En casa revisé cada uno de los pañales con caca, buscando el circonio, pero nada.

Las hijas y los hijos nos enseñan que uno no debe tener apego a las cosas materiales.

Papá me contaba que cuando era pequeña, una vez le rompí unos lentes Ray-Ban que guardaba con mucho aprecio y otra vez le vomité el auto.

¿Qué hacer? Respirar profundo, agradecer aquello que llegó, estuvo por un tiempo y se fue. Curiosamente aplica para todo en la vida. Todo tiene un ciclo, viene y se va.

Mañana sábado le vamos a poner otro diente, pero ya no de circonio, sino de metal. Ahora sí va a parecer Pedro Navajas, para acentuar más su personalidad rebelde y peligrosa .

Aquí les dejo una canción que le canto al Diente de Circonio de cuatro mil pesos que no volveremos a ver jamás.

#CrónicasMaternas: y un buen día, terminó su plato