PRELUDIO

Repensar el puerto

Por Fernando Alberto Gutiérrez Fernández

En mi primer columna relativa a la trascendencia de las propuestas de los contendientes a la gubernatura del estado en torno al desarrollo del puerto de Manzanillo, puse de relieve que durante el primer mes de campañas, únicamente dos candidatos habían considerado dicho tópico, siendo la propuesta más consistente la formulada por el ahora virtual ganador de la elección Ignacio Peralta Sánchez.

Tal posición del abanderado priista, atrajo entonces las simpatías de los sectores productivo y empresarial del municipio de Manzanillo, cuya confianza es, a pocas semanas de concluido el proceso electoral, cimentada con las recientes declaraciones de Ignacio Peralta en torno a las metas inmediatas de su próxima administración.

En su reciente encuentro con el secretario de hacienda, Luis videgaray, y en entrevista con diversos medios de comunicación, el futuro gobernador del estado de Colima, resaltó el propósito de transformar el puerto de Manzanillo en uno de quinta generación, lo cual implica su integración a una red marítima con mayores terminales portuarias internacionales implicadas en una misma cadena logística de comunicación y transporte; grosso modo, además de adecuaciones a los elementos tangibles –a los que se les solía dar total preponderancia-, la perspectiva de Peralta implica un cambio en la concepción del puerto.

Indudablemente las conversiones que habrán de ejecutarse, aumentarán la capacidad de movilización del puerto a 4 millones de contenedores por año, cifra que colocará a Manzanillo a la altura de terminales como la de Long Beach en los Estados Unidos, y permitirá su adaptación a los próximos megaportacontenedores de 9,200 TEU´s (TEU es el acrónimo de Twenty-foot Equivalent Units, y equivale a la capacidad de carga de un contenedor normalizado de 20 pies, cuyo volumen interno es de 33 m3).

Ignacio Peralta ha acertado en repensar al puerto más importante del país, estrategia que en conjunto con la totalidad de sus propuestas, habrán de convertirlo en un memorable estadista, como no lo ha habido en el estado durante los últimos años.

El óbito de una casta política.

Cuauhtémoc y ex candidata a diputada federal, Indira Vizcaíno, se resiste a aceptar la conclusión de la contienda y persiste en imponer su vigencia en el escenario político estatal.

Contumaz y arbitraria –tal cual digna heredera de la prosapia izquierdista mexicana-, Indira subsiste bajo la égida de impugnar la elección en la que resultó malograda.

Argumentos tales como la imposibilidad de la amplia participación ciudadana el 7 de junio en el municipio de Ixtlahuacán, o la similitud de la caligrafía empleada en las boletas por los sufragantes, revela la fragilidad de su sustento legal para anular los resultados electorales, la cual pretende ser compensada con diatribas, tales como la supuesta impugnación de 160 casillas de parte del virtual ganador Enrique Rojas Orozco.

La desesperación es comprensible en una estirpe política prolífica en arquetipos de derrota –considerando que el patriarca Arnoldo Vizcaíno jamás ganó una elección-, y para quienes el arribo de Indira a la cámara de diputados implicaba el preludio para erigir un nuevo cuadro nacional en un partido cada vez más desprovisto de los mismos.

No obstante la realidad configura el óbito político de un capricho nepotista, que comenzó hace unos cuantos años en la Cámara de Diputados federal –pocos recuerdan el transcurso de Indira por la cámara baja, precisamente por la nulidad de resultados a su paso- y culminará muy probablemente errática en su actual cargo.

La conmoción electorera ha distraído a la alcaldesa de Cuauhtémoc de los asuntos apremiantes del municipio. Desde hace un mes se ha exigido la aclaración de una permuta de un terreno valuado en 200 millones por otro cuyo valor es más de 10 veces menor, lo cual implicaría un desfalco al patrimonio municipal. El enrarecido ambiente laboral en la comuna de Cuauhtémoc, y las justificaciones del mismo de parte de su presidenta, configuran el futuro pretexto para exculpar la ineficacia de su administración.

El deslucido paso de Indira por sus cargos políticos, aunados a su última derrota y el desdibujamiento de su partido en el estado, son la perfecta coyuntura para su desvanecimiento del escenario político; suceso que marca el fin de una peculiar casta política de la izquierda colimota.

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