PALABRA NUEVA

Palabra nueva

Krishna Naranjo

Pensaba que sonreía lo suficiente para manifestar mi paisaje soleado. Césped verdísimo y vientos suaves. Desde luego los nubarrones se asoman a menudo. Sin embargo, alguien del trabajo me recordó que debo sonreír de vez en cuando. Un poco más cada día. Las prisas trazan un gesto adusto, líneas que fragmentan el rostro.

En ese ir y venir vamos construyendo ¿qué? lo que nos indiquen. Gerundio infinito. Cada día fabricamos peldaños porque imaginamos una lámpara en las alturas, es decir en el futuro. Al encenderla se materializarán los paraísos prometidos. Pero la luz de ahora es un resplandor engañoso, juego de simulaciones. Nos hemos perdido en un laberinto sobrepoblado de baches y entretenimientos. La velocidad es un verdugo.

Yo —posiblemente como tú— quiero desembocar en un río. Ser agua, darme al agua. Suspender el peso en el oleaje y engendrar así una palabra nueva. Según el Popol Vuh, Libro del Consejo k’iche’, Tepeu, Gucumatz, los progenitores, yacían bajo el mar en reposo, rodeados de plumas verdes y azules. Así crearon al hombre, al amanecer, a la tierra. Mitos de los pueblos del mundo se refieren al silencio, a la oscuridad y a las aguas como fundamentos de vida. El “sortilegio” que enviaron los dioses al hombre de maíz fue la disminución de la vista y el pensamiento.

¿Seguimos con el sentido empañado y no vemos sino un horizonte muy cercano, como la pantalla de este ordenador? ¿Podemos soltar la piedra heredada y mirarnos a los ojos hasta encontrar en el iris, un inmenso mar? ¿Nos empolvamos la cara de tierras agrias? Hay demasiado estertor para responder ahora. Quizá mañana cuando se calmen las aguas. Quizá mañana cuando no sepamos de noticias rojas.

Caminar y existir es el propósito. No pasos en el vacío o escalinatas de aire. La tierra todavía está fresca. Aún podemos encontrar una suerte de oasis en las inmediaciones del laberinto. En estos momentos en que la vida se ha convertido en noticia encendida, enjuaguemos el pensamiento. Se necesitan árboles nuevos de raíces serenas. Detenerse y mirarse los zapatos es buen comienzo. Hay demasiado ruido afuera, no podemos cultivar un pensamiento que origine sombras bondadosas. Necesitamos barrer esas tierras agrias y cultivar palabras nuevas para que germinen flores.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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