La crisis cotidiana de los griegos

No sabes lo que te espera mañana al despertar. Ninguna persona encontrada en Atenas, Salónica u otro lugar hubiera pronunciado esta frase. En Grecia, la obsesión del día siguiente se sufre como prisión que encierra la incertidumbre de una existencia individual y colectiva, amenazada por la destrucción inminente.

Sin embargo, no es la primera experiencia de este país de historia atormentada. El griego se concibe como pueblo dotado de una inteligencia especial, de un carácter fuerte, sobre todo en la adversidad.

Siempre conocimos periodos difíciles y salimos de ellos. Pero ahora nos quitaron la esperanza, suspira la gerente de una pequeña empresa, mientras los programas de austeridad se amontonan: leyes, decretos y circulares acusan las normas sociales, económicas y administrativas del país.

Todo cambia cada día. Lo que era verdad ayer no lo es hoy; mañana, no sabemos. Los administrados sufren una burocracia cada vez más puntillosa y kafkiana: las reglas incomprensibles son siempre cambiantes. La gente quiere ponerse conforme a la ley, explica una empleada a sus colegas en un ayuntamiento de Las Cícladas. Pero nosotros no sabemos qué decirles, no tenemos el detalle de las medidas. Un hombre debió pagar 200 euros y presentar trece documentos y documentos de identidad para obtener la renovación de su carnet de conducir.

Ciertos empleados del sector público practican la resistencia pasiva. Les cortamos sus salarios, entonces no trabajan más. Cuando llamas la policía para señalarle algo te responde: es tu problema, desenrédate, cuenta un ingeniero de la marina mercante retirado. Las tensiones se exacerban. Tenemos un aumento sensible de la violencia intrafamiliar, robos y homicidios.

De un lado, los salarios disminuyen —del 35 al 40% en ciertos sectores—, del otro, se crean impuestos constantemente, a veces con efecto retroactivo al principio del año civil. Entre los últimos impuestos inventados figuran, a partir del último verano, uno de solidaridad (del 1 al 4% anual), uno petróleo y gas natural, que deben cumplir los contribuyentes, además de su consumo de energía, la disminución de la primera categoría impositiva sobre la renta —que pasa de 5 mil a 2 mil euros al año—, otro de 0,50 o 20 euros territorial por metro cuadrado, trasladado a la factura de electricidad y pagadero en dos o tres ocasiones bajo amenaza de suspensión de servicio y penalidades.

A principios de noviembre, ni jubilados ni asalariados sabían qué les tocaría a fin de mes. Trabajar sin ser pagado es muy común. En las empresas y servicios públicos en vías de «saneamiento» se aplicó un plan drástico que redujo los efectivos. En 2015, 20 mil asalariados de más de 53 años deberán irse a «reserva».

La reserva es la antecámara de la retirada de funcionarios que han cumplido treinta y tres años de servicio: regresan a sus casas con el 60% de su sueldo base. Gran número de funcionarios retirados tendrán pronto solo una pensión mísera, como nos lo explicaba un grupo de ex ferroviarios de 50 años y más, quienes ganaban en otro tiempo 1800-2000 euros al mes, sueldo relativamente confortable en Grecia, que oscilará en lo sucesivo entre 1 100 y 1 300 euros y llegaría al límite de 600 para los «reservistas». Pero podrían perder esta renta si procuran salir de allí ocupando otro empleo remunerado: esto categóricamente les está prohibido —y las autoridades no vacilan en aplicar la sanción.

La compresión de los salarios crea una situación salvaje, lo confía una habitante de Salónica, que añade: No pago más mis facturas, reduzco mis compras, las tiendas se cierran, el desempleo aumenta.

En mayo, la tasa de desempleo oficial —probablemente muy inferior a la tasa real— era del 16,6 % (y del 40% entre los jóvenes), es decir diez puntos más que en 2008. Desastrosa, la crisis económica, social y política tiene consecuencias alarmantes sobre la sanidad pública. Los presupuestos han sido cortados por término medio en 40% en los hospitales y los centros de cuidados públicos. Pero las admisiones a las urgencias crecen y, simultáneamente, las tasas de no recurso a un médico aumentan. Mi padre, se indigna una periodista, sufre Parkinson y sus medicinas cuestan 500 euros al mes. La farmacia le dio a conocer que no podría pronto dárselas porque la seguridad no las paga.

Para ahorrar la pensión

Las enfermedades físicas (particularmente afecciones cardíacas) y psíquicas aumentan considerablemente. Encuestas epidemiológicas recientes muestran que es insostenible la dificultad de la vida cotidiana, en un contexto de endeudamiento personal y desempleo: disturbios depresivos mayores, perturbaciones y una angustia generalizada, que contribuyen al aumento espectacular del número de suicidios.

Según cifras no oficiales evocadas por los parlamentarios, los suicidios crecieron de 25% en 2010 con relación a 2009 y, según el ministerio de la salud, del 40% durante la primera mitad del 2011, con el mismo periodo del año precedente.

Los datos publicados por la revista The Lancet indican una subida importante de la prostitución, así como las contaminaciones por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y otras enfermedades de transmisión sexual.

El número de desalojados jamás fue tan elevado, y el perfil de las personas concernidas está cambiando: En otro tiempo eran más bien alcohólicos, toxicómanos y enfermos mentales; ahora, los desalojados corren peligro más de ser unos individuos o familias de la clase media, jóvenes y personas moderadamente pobres.

Cómo salir de una crisis tan grave, incluso bárbara, según la expresión de un trabajador social. Abandonada, la sociedad misma no tiene los recursos suficientes para hacer jugar eficazmente la solidaridad familiar que, tradicionalmente, palía las carencias del Estado social. Muchos quieren dejar el país, y los que pueden se van. Para otros, las elecciones están muy limitadas. Se vuelven a veces hacia la Iglesia, que les ofrece su apoyo organizando comidas colectivas, prestando locales…

En Salónica, el padre Stephanos Tolios recibe decenas de personas desconsoladas que le solicitan trabajo. ¿Qué puede hacer delante de las pilas de expedientes que crecen cada día? En varias ciudades (Vólos, Patras, Heraklion, Atenas, Corfou, Salónica), las comunidades colocaron una economía paralela inventando sistemas locales de intercambio. Estas iniciativas no están a la altura de la apuesta. La situación es tan grave que las familias vienen de allí para sacar a los abuelos y abuelas de las instituciones donde están colocados para devolverlos al domicilio familiar y recuperar la suma de 300 o 400 euros pagada al asilo de ancianos.

Ningún país resistiría a tal choque. Grecia menos que otras: no está preparada para enfrentarse con las consecuencias sociales y sanitarias de la austeridad que le imponen, con una crueldad científica las élites transnacionales y nacionales. No tuvo tiempo ni los medios de desarrollar un sistema de protección social acabado, y las redes existentes se rompen. Además, el sistema clientelista, otra cara de un Estado a las capacidades históricamente débiles, gangrenó lo que había podido ser construido. Ahora, todo se hunde, observa el intelectual Sotiris Lainas, de la universidad Aristóteles de Salónica, por otro lado responsable de una estructura de intervención terapéutica.

De la austeridad impuesta por las élites nacionales

Procurando ahorrar para satisfacer las exigencias de la «troica» (Unión Europea, Fondo monetario internacional [FMI] y Banco Central Europeo [BCE]), el viceprimer ministro del gobierno precedente —de Georges Papandreou— suprimió doscientas diez líneas presupuestarias del ministerio de la salud. Por ahí hasta condenaba tantas estructuras (grandes y pequeñas) y programas de calle.

Lo hizo sin consideración para su calidad eventual, poniendo en peligro el trabajo de equipos realmente útiles, a menudo indispensables (en el seno de la Federación panhelénica de la enfermedad de Alzheimer, por ejemplo). La intervención de fuerzas transnacionales que llevan por lo menos desde hace treinta años el proyecto de derribar el Estado social es relevada así al nivel nacional por actores mucho tiempo interesado en un sistema clientelista, ineficaz y corrompido.

Como si esto no bastara, el gran desembalaje de las ofensas a la moralidad puritana de la que griegos, a la imagen de sus dirigentes, habrían sido culpables vuelve contra la población la responsabilidad de la crisis. El procedimiento es clásico: basta con estigmatizar a ciertos grupos sociales y exponerlos a la vindicta popular. Sin matices, funcionarios, médicos y comerciantes sospechados de disimular sus facturas al fisco están en la línea de mira. Entonces la población no ignora la fuente del problema: ante todo el sistema y sus dirigentes. Sin saber por eso qué hacer.

La corrupción y el clientelismo tienen raíces históricas profundas. Grecia jamás tuvo un Estado moderno que dispusiera de una burocracia relativamente autónoma, franqueado ni de los intereses privados, ni de los ciudadanos soberanos. País periférico en el sistema internacional, cuyas instituciones fueron importadas e impuestas del exterior por potencias extranjeras desde su independencia en 1830 siempre fue tributaria de relaciones de fuerza internacional e integrada en la economía capitalista en una posición de dependencia.

Heredó de esta trayectoria un modelo político artificialmente chapado, desde el origen, sobre una sociedad tradicional y fragmentada, estructurada alrededor de lealtades locales, alrededor de la familia extensa, alrededor del pueblo y alrededor de valores comunitarios. Hoy como ayer, su sistema es autoritario y muy centralizado, refractario a la separación de los poderes como a las reivindicaciones de autonomía local o de democracia sustancial. El clientelismo y la corrupción encuentran allí un mantillo fértil para perpetuarse. Sirven los intereses y fundan la dominación de las élites. Los ciudadanos sufren esta situación a la cual se adaptaron.

Críticos de sí mismos y de su país, aunque orgullosos, los griegos jamás fueron ingenuos. Pero son despojados, cual modelo de sociedad una población hasta aquí profundamente incapaz de constituir una comunidad política, según la expresión de Cornelius Castoriadis, puede imaginar. Como lo explica irónicamente Lainas: el choque es demasiado violento y se traduce en apelaciones recurrentes al orden y a la autoridad.

Los sondeos favorables en el momento de la formación del nuevo gobierno dirigido por Lucas Papademos, antiguo gobernador del Banco de Grecia y nombrado a principios de noviembre primer ministro en sustitución de Papandreou, traducen en una parte de la población el sentimiento de que posiblemente vale más tener el poder de los tecnócratas que la clase política deshonrada. Esto no expresa en ningún caso una adhesión a los programas de austeridad, sino más bien una aspiración que da vuelta a la página.

Después de creer haberse desembarazado de sus dirigentes, los griegos corren peligro de no saber más cómo sublevarse. No hay enemigo, observa Lainas. El gobierno abstracto tiene esa fuerza. El enemigo puede ser abstraído, la desgracia es real. Te roban la vida. Me privan de futuro.

Noëlle Burgi (Investigadora del Centro Europeo de Sociología y el Nacional de Investigación Científica en Francia)

 

TRADUCTOR

Rubén Carrillo Ruiz

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