Festivales

Miniaturas
Por: Rubén Pérez Anguiano*

Los festivales se volvieron parte de la agenda colimense. Los hay de todos colores, sabores y pretextos. Son tantos y tan variados que hasta surge la legítima duda: ¿surgirá un nuevo festival con un tema más baladí, más absurdo, como el de los baches, los tatuajes o los peinados?

A mí me gustan y contribuí a organizarlos (y popularizarlos) en algún periodo de mi actividad como funcionario público. Creo que los festivales brindan oportunidad para la recreación y la convivencia, como también creo que, si son bien diseñados, pueden estimular la creatividad y difundir el talento local (lo que no está ocurriendo en los más recientes, pues no cumplen esos propósitos, agotándose en el puro esparcimiento).

Lo que me preocupa con relación a los festivales no es su expansión, sino la circunstancia en que eso ocurre.

La proliferación de festivales ocurre en un momento histórico de Colima donde los homicidios nos llevaron a los primeros lugares nacionales e incluso mundiales, algo que hubiéramos considerado imposible hace algunos años.

De hecho, es común que apenas se difunden los pormenores de una jornada violenta ―muchos homicidios en un solo día, por ejemplo― cuando la respuesta de las autoridades será anunciar algún nuevo festival o colocar un tema incluso más frívolo en la opinión pública.

Sospecho que son como un tapabocas, como una forma de decir que se trabaja aunque no se atienda lo importante.

Podría ser simpático, incluso anecdótico, hablar de la ligereza y la frivolidad en las decisiones gubernamentales (estatales y municipales), pero lo cierto es que la circunstancia en la que esos festivales se presentan parece macabra: están sucediéndose sobre la sangre y el dolor de muchas familias colimenses.

Pero no es sólo la autoridad: la propia sociedad colimense abarrota esos festivales, como una forma de negar lo que está ocurriendo a pocas calles de distancia, a pocos minutos de la música, las copas o las alegrías.

Es como negáramos la realidad o quisiéramos decirle al mundo que en Colima no son las muertes y la violencia lo importante, sino otra cosa. En tales propósitos podría estar de acuerdo, pero no se niega la realidad escondiendo la cabeza o pintándola de colores.

Existe un lugar muy cercano al centro de Colima donde cada cierto tiempo matan a alguien.

Nadie dice ni hace algo por remediar las cosas. De hecho, es común que se anuncien o celebren festivales después de una nueva matanza por allí, por lo general de jóvenes desocupados, quizás adictos y muy parecidos.

Esos jóvenes siguen allí, se dispersan un poco con los balazos del día, pero luego vuelven a salir y se congregan en el mismo lugar donde siempre ocurre todo.

Diríase que son como esos pingüinos que caminan indiferentes al abismo, sin conciencia del peligro o quizás sin que lo terrible les importe.

Siempre están allí, esperando dócilmente a la siguiente matanza.

¿Será que ya están muertos y aguardan el último trámite?

¿Será que la sociedad, sus instituciones y representantes, al igual que todas y todos nosotros, somos los que ya perdimos el alma?

¿Será que ya no es importante salvar a los demás para que vivan un poco más?

No lo sé. Mientras tanto las autoridades seguirán anunciando festivales y nosotros seguiremos acudiendo a ellos, como en horda, a disfrutarlos con alegría.

Salud.

 

*Rubén Pérez Anguiano, colimense de 55 años, fue secretario de Cultura, Desarrollo Social y General de Gobierno en cuatro administraciones estatales. Ganó certámenes nacionales de oratoria, artículo de fondo, ensayo y fue Mención Honorífica del Premio Nacional de la Juventud en 1987. Tiene publicaciones antológicas de literatura policiaca y letras colimenses, así como un libro de aforismos.