ESCALPELO

LA INFLUENZA Y LA RETÓRICA

Por: Rubén Carrillo Ruiz

            Un sistema de comunicación institucional que desconozca la retórica resulta fallido. Pero más errado si ante una circunstancia coyuntural, crítica, omite los fines persuasivos inherentes a su práctica, pues los mensajes se convierten en bumeranes nocivos, que alteran la credibilidad en la recepción.

           Ninguna institución en Colima ha estructurado sus avisos con fundamento en la retórica porque la ignoran y (consecuentemente) abandonan e, incluso, consideran fuera de la actualidad comunicacional. 

            Todavía más: la comunicación de crisis es el concepto idóneo para la emergencia que vive el país, más allá de la incertidumbre de su aplicación, que empieza a incitar desconfianza en amplios sectores de la población. Un documento de la Universidad Complutense de Madrid tipifica que las crisis observan componentes habituales: la sorpresa, son únicas y provocan una situación de urgencia. (http://www.ucm.es/info/mdcs/ComCrisis.pdf).           

Sin embargo, quizá la etapa electoral halló fuera de base a los personeros del gobierno federal, debido a que todos los esfuerzos estaban centrados en conseguir la fiabilidad ciudadana —ausente en tres años— de la administración de Felipe Calderón y a las autoridades de la Secretaría de Educación Pública en cercenar la filosofía en preparatoria.           

Entiendo dos componentes del escrito español (unicidad y urgencia), pero no la sorpresa, en virtud de la reunión sostenida entre Calderón y ex secretarios de Salud, en la cual Juan Ramón de la Fuente afirma que se esperaba desde “1940 el escenario casi catastrófico que vive México”, pero recomienda al Primer Mandatario (el que más órdenes recibe del pueblo) “tomar medidas para evitar sospechas sobre manipulación informativa que deriven en presión social.”

Junto con Jesús Kumate y Guillermo Soberón, De la Fuente mencionó a La Jornada el viernes pasado que en la emergencia sanitaria  se “plantearon aciertos y errores en la estrategia seguida por el gobierno federal, con el ánimo de colaborar, porque no es momento para actitudes mezquinas”.

Y el ex rector de la UNAM precisó cuatro puntos: que el gobierno explique la información con absoluta claridad y transparencia, que difunda cómo se puede tener acceso a los antivirales, que se anticipe y explique el regreso a la normalidad cuando esto sea verdaderamente pertinente y la urgencia de apoyar al personal de salud, “en la trinchera y en riesgo de ser infectado.

Y en cuanto al manejo de cifras: “Absoluta claridad, transparencia, veracidad y tratar de ordenarlas de la mejor manera posible para que todo el mundo le entienda porque, en efecto, ha habido cierta confusión. Por ejemplo, hay un número dentro del grupo de defunciones en el que no se tomaron muestras por la razón que haya sido. Creo que hay que decir cuántos fueron, porque en ese grupo que no se tomaron muestras no se tienen los análisis y va a resultar imposible saber qué pasó.”

Los riesgos: “Se pierde credibilidad, y en estos momentos se requiere que la autoridad sanitaria, —constitucionalmente responsable del problema— la tenga.” Y cómo se vio rebasada: “Este es uno de los puntos críticos del sistema. Y aquí viene muy a cuento lo que durante tantos años hemos venido reiterando sobre la importancia de la ciencia, de la investigación científica para tener la infraestructura completa que nos permita en un momento como el que estamos viviendo no tener que depender de un laboratorio internacional para que nos confirme.” 

Hasta aquí el pronóstico médico. Sin embargo, el diagnóstico de Aristóteles en su Retórica enuncia que la condición humana, racional, también se refugia en las emociones. Y para convencer —persuadir, pues— un discurso (con crisis y sin ella) está obligado a atender el logos, el ethos y el pathos. El primero atiende cuando las premisas son racionales y convenientes; cuando quien emite el mensaje merece confianza se aloja en el segundo, y si el argumento vive en lo afectivo se despliega el pathos.           

Pero dirán: ¡bah, Aristóteles, puro rollo antiguo! ¡Ni quién lo haya leído y recuerde! Y recordaré a un escritor vienés, Karl Kraus, que descalificaron cuando analizó los discursos de Hitler y vaticinó la catástrofe: ¡la casa está en llamas y usted se preocupa por los puntos y comas! Kraus respondió: —Por ese descuido la casa está en llamas.            

Vivimos una sociedad (falsamente) globalizada pero (verdaderamente) sofisticada. Y los fundadores de la retórica —Gorgias, Protágoras, Isócrates, Córax, Tisias— establecieron los principios de ambigüedad,  de estructura y de control, aplicables a lo expuesto por Juan Ramón de la Fuente para el esquema de comunicación del gobierno federal.           

Dejemos que descanse en paz (sin leerlo) Aristóteles y póngase un autor más actual: Keneth Burke, autor de Gramática de los motivos, donde establece un modelo retórico con más pasos: para entender los motivos de las acciones (acto, hechos concretos que han tenido lugar), una escena (la situación donde ocurre), la persona que realiza el acto (el agente), en cuarto sitio los medios o instrumentos para actuar (la agencia) y el propósito. El episodio impráctico de tales esquemas es la acción convincente, la que genera adhesiones y credibilidad.

PESSOA: GRAMÁTICA RETÓRICA

«La gramática/es más perfecta/que la vida./La ortografía/es más importante que la política./La suerte de un pueblo/depende del estado/de su gramática.»

rubencarrilloruiz@gmail.com

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