A TROCHE Y MOCHE

Rubén Carrillo Ruiz

El periodismo sin Granados Chapa

Escribo esta colaboración nueva en una dimensión de orfandad: Miguel Ángel Granados Chapa falleció. Tuvo la sobriedad vital de una despedida lacónica el pasado viernes: “Esta es la última vez que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós”. La oquedad periodística que hereda será difícil de llenar, y la única obligatoriedad, la lectura permanente de su legado y congruencia profesional a lo largo de casi medio siglo.

Conocí a Miguel Ángel Granados Chapa el 6 de julio de 1984 en la Universidad de Colima. El periodista vino a la entidad con doble encomienda: una conferencia sobre el asesinato artero de Manuel Buendía (31 de mayo del mismo año) y la promoción del nacimiento de La Jornada (19 de septiembre). Como alumnos de comunicación nos impresionó sobremanera la ejecución del autor de Red Privada, que leímos siempre en El Comentario. Y más aún, la presencia de Granados Chapa en la antigua biblioteca central Alberto Herrera Carrillo. Conservo copias de la foto (tarde en que estuve inolvidablemente acompañado) de ese acto porque Miguel Ceballos González me la proporcionó y de un ejemplar impreso de su alocución, que marcó mi génesis como revisor editorial.

De entonces data mi frecuentación de Plaza Pública, rigurosa colaboración que Granados Chapa publicó desde 1977. En este decurso temporal, también la exclusividad local la tuvo El Comentario. Recibió todas las condecoraciones por su trayectoria, las recibió con una modestia auténtica y ratificó su concepción periodística.

Cuando recibió la medalla Belisario Domínguez en 2008, Granados Chapa expresó:

Me limito a expresar con llaneza un gracias escueto, pero suficiente ante la unánime decisión de los integrantes de este cuerpo legislativo, de encontrar en mi trayecto profesional sustancia bastante para merecer la alta distinción que hoy se me otorga. La entiendo como un reconocimiento a la tarea de informar y de suscitar opiniones, un reconocimiento al periodismo en general y en particular al que se ha afanado por promover y dar cuenta del cambio democrático en nuestro país, el periodismo que sin falsa objetividad se propone contribuir en comunión con sus lectores y oyentes, a la construcción de una sociedad fundada en la equidad y la justicia, una sociedad donde como humildemente quiso Morelos, queden moderadas la opulencia y la miseria.

No es que la sociedad mexicana carezca de experiencia ante las crisis, la ha adquirido a fuerza de golpes, de caer y levantarse, de deplorar lo perdido y comenzar de nuevo, pero pocas veces en la historia habían convergido adversidades de tan distinta índole y semejante gravedad que hacen de las sombrías horas que corren, horas de definición, de las que emergerá la sociedad disminuida y en riesgo de descomposición y aun de enfrentamiento o engrandecida para superar la magnitud del desafío para que sea por una vez madre providente de sus hijos.

No se requiere vocación de Casandra para avizorar un futuro preñado de vicisitudes lesivas de la convivencia, porque el pasado reciente y el presente las han incubado.

No se requiere tampoco padecer un ánimo infectado de pesimismo para advertir que día con día crecen las adversidades y aún surgen otras más entorno nuestro, desde el seno mismo de la sociedad, pero también sin que nos ciegue el optimismo, un optimismo que fuera trágicamente irreal como bautizó en que en sus días intentaba prevalecer don Daniel Cosío Villegas, percibimos que la energía social de los mexicanos es capaz de enfrentar esas adversidades con fortuna, sobre todo si utiliza nuevos instrumentos o de modo diferente emplea aquellos de que la República se dotó desde la hora de su fundación.

Lejos de demonizar a la movilización ciudadana, hemos de reconocer y valorar sus cualidades motrices. La calle, la gente en la calle, las multitudes que clamaron contra la inseguridad impulsaron la presentación de iniciativas de reforma legal, de creación de nuevos instrumentos contra el hampa.

De no ser por la vitalidad, por la viveza de los ciudadanos en acción, podría ocurrir que no se emprendieran las mutaciones legales que propicien un más eficaz combate a las varias formas de delincuencia, el terrorismo incluido que nos agobian y amenazan. Esas libertades públicas requieren un fortalecimiento que impida retrocesos dañinos para la convivencia nacional. Nunca eliminados por entero como inexplicable hierba envenenada crecen tendencias al autoritarismo, a la criminalización de la protesta social, a la guerra sucia no enderezada solo contra los opositores al régimen, sino contra ciudadanos en reclamo de sus derechos.

Es imprescindible hoy restaurar las bases de la convivencia, del acuerdo en lo fundamental.

La sociedad diversa no puede ser homogeneizada, sino por la fuerza. La unidad impuesta lleva imbíbito el riesgo de la unanimidad, del pensamiento único; necesitamos identificar propósitos comunes impulsados desde la diferencia; necesitamos saber y obrar en consecuencia que los distintos, los otros no son por ello peligrosos; necesitamos saber que no son enemigos, sino acaso, adversarios.

“Los poderes fácticos, los que gobiernan sin haber sido elegidos, los que buscan y obtienen ganancia de negocios que atentan contra el interés general gobiernan en mayor medida que los gobiernos; la lucha de unos y otros poderes ilegítimos contra la sociedad, su éxito en el propósito de dominarla es favorecida por una situación económica, material cada vez más adversa, menos propiciatoria que la prosperidad y la expansión de la potencialidad humana.

En el homenaje en el Tec de Monterrey, campus Ciudad de México, 14 de octubre de 2009, recordó sus tiempos formativos:

Yo estuve sentado en un lugar semejante al que ocupan ustedes en sus aulas. Como ustedes, yo decidí ser periodista a través de una carrera universitaria. No me arrepiento nunca de haberlo hecho y estoy cierto de que si ustedes han practicado el debido examen de conciencia que los tiene aquí no se arrepentirán tampoco de haber elegido este oficio, esta profesión.

Esta tarea que ustedes comienzan ha de ser desde su preparación académica. Es una tarea que puede resultad muy gratificante porque puede ser muy servicial, y si una vida, desde mi punto de vista, tiene sentido, es cuando dispone de capacidades para servir a los demás. La vida en comunidad solo es posible en la convivencia que nos hace interdependientes.

La modernidad no nos va a tomar por sorpresa, no nos va a derrotar, sino al contrario, va a ser una sumisa servidora en nuestra decisión de ser periodistas. La modernidad es un instrumento, la tecnología es un instrumento que vamos a dominar, que dominamos ya, y que va a contribuir a que se expandan nuestras posibilidades de servicio, que es el último término de lo que se trata.

El periodista arcaico no será un dinosaurio sino un elemento necesario para contar todo lo que acontezca al ser humano.

Llegó a plantearse la extinción de nuestro oficio; somos conforme a las consecuencias que puedan extraerse de ese análisis los periodistas hoy, aun los jóvenes periodistas, una especie en extinción.

Yo quiero decir una palabra al contrario de esa previsión, creo que no necesariamente va a conducirnos a la desaparición; los periodistas, los que tenemos muchos años en el oficio y quienes comienzan y ya son exponentes clarísimos de esta tarea no seremos dinosaurios ahogados por el diluvio, prevaleceremos porque somos necesarios, porque el periodismo es necesario.

Mientras los asuntos conciernan a los seres humanos el periodismo será necesario para investigarlos y contarlos, y tiene la prensa, el periodismo una misión que solo puede concluir con la extensión de la humanidad entera, que es la extensión de la palabra, el periodismo es depositario, enriquecedor, vivificador de la palabra.

Si digo que el periodismo mexicano está de luto incurro en el más común de los lugares. Sin embargo, la laxitud de su despedida, apenas el viernes pasado, ratificó el viaje definitivo, aunque nunca pensé en la prontitud.

Granados Chapa es un periodista necesario para este y todo tiempo de construcción democrática en cualquier país. Su raigambre profesional, congruencia y rigurosidad lo atan a la mejor tradición periodística, tan necesaria (y ausente) por esclarecedora en tiempos tan violentos como antiéticos.

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