#CrónicasMaternas: y un buen día, terminó su plato

Y un buen día se terminó su plato: pidió de cenar algo específico «pan con queso», probó el queso, fue comiendo cada parte del pan, bebió en dos grandes sorbos el vaso de leche y dijo «ya».

Las niñas y los niños tienen sus tiempos. Con cada etapa que pasa, me voy dando cuenta de lo cierto de la frase.

Uno debe practicar la paciencia para entenderlo, la constancia para formar hábitos y el amor para acompañarlos.

La Infanta Jaguar ya come sola, ya no juega con el plato, ni se embarra la comida en el cabello (bueno, a veces cuando algo le gusta mucho).

La primera vez que le ofrecí una papilla (de chícharos porque con esas empezamos en la guardería), probó una mínima parte de la cucharada y la escupió completita.

En la escuela me decían que a veces probaba poco y la leche no la terminaba. Tenía miedo de que desfalleciera de hambre o no creciera por falta de alimento.

Después recordaba lo que me dijeron en La Liga de La Leche: la chichita es más que alimento, es cobijo, tierra santa, calma, amor, tiempo con mamá. Así que no se sorprendan que bebé prefiera tomar leche directo del envase.

Y sí. En muchas ocasiones pasó que bebé se sentía mal por alguna gripe, algún cambio en su salón o por un cambio interno y llegaba a casa clamando por su chichi.

Hoy son marcados los espacios donde pide alimento materno: cuando se cae y se golpea duro, cuando se siente triste, cuando siente que el ruido del mundo le agobia, al despertar y para dormir.

Ha aprendido a administrar sus emociones porque sabe que no siempre tiene su chichita para consolar y debe enfrentar la vida por sí misma. Se siente amada y eso la hace fuerte. Sabe que no todas las caídas duelen igual y algunas hasta son graciosas.

A mí hay algo que me produce curiosidad y espero que hable mejor para que me explique: pide una chichita en especial «eta». Le come un rato y luego la saca y dice «no, ota». Así que hay que guardar esa y sacar la otra.

No sé si se le enfríe, si le cambie el sabor o solo es que una sabe a vainilla y la otra a chocolate, que a veces quiera una en especial.

Tiene su favorita, eso sí. Cuando era más bebé y la producción se estaba establecido, era gracioso ver una chichota y una chichi normal (esto solo las mamás lactantes lo entenderán).

Hoy bebé come de todo, hasta piedras, muy a mi pesar.

Le envenenas con el queso y las galletitas marías. Le fascinan los cítricos, en especial las mandarinas. Le gustan poco las carnes y escupe los embutidos. Le he llegado a dar dulces y, definitivamente, prefiere los chocolates. También he descubierto que roba a escondidas cucharaditas de mi café y suelta un «aaaah» de gozo cuando lo toma.

No le he dado jugos o refrescos y, por ende, tampoco le llaman la atención.

Confieso que le dieron un churro con chile y como fue un gran descubrimiento para su paladar, no quería regresar la bolsa a quien se lo había robado. Después me contaron que le dieron un pelonpelorico y lo devoró con gusto (aunque después se puso loca a saltar, correr, jalar y gritar con tanta azúcar).

Siento que se acerca el fin de la lactancia. Su tiempo interno lo va marcando. Sus necesidades alimentarias son claras y muy distintas a hace un año y abismales comparadas a su nacimiento.

Hoy recuerdo con emoción (y cierta nostalgia) esa papilla de chícharos que terminó en el refrigerador, las papillas de brócoli que acabaron en el piso o mi pantalón, las de avena que embarraba en mi rostro con sus manos. Los trocitos de verdura que no fueron comidos y decoraron mi aréola con la chichita de después.

Aún en ocasiones, pone trocitos de pan o de tostada sobre mi chichi para degustar entre trago y trago. Supongo que debe ser un maridaje sublime.

Todo cambia: sus comidas y hasta sus cacas. Hoy disfruto sentarnos a la mesa a comer juntas.

Mañana disfrutaré hacer de la sobremesa algo especial.

#CrónicasMaternas: hoy no es siempre