#CrónicasMaternas: de rituales y romperse

Ayer, mientras doblaba ropa limpia (claro, porque soy una señora), vino a mí una reflexión.

Primero debo confesar algo: me gusta hacer rituales mágicos. Sobre todo aquellos que son de limpieza o purificación. Cosas básicas o sencillas, tampoco ando matando pollos, pobrecitos.

En año nuevo, hice una limpieza profunda en casa, literal con escoba y trapeador, con romero en las puertas y ventanas. Prendí una veladora blanca en mi altar y pedí que el año viejo se llevara consigo todo lo malo, lo que hacía daño y nos trajera luz.

Después de eso -ahora que es mayo-, han pasado muchas cosas en la vida, entre ellas una deconstrucción personal, reajustes familiares y cambios en general.

Claro, porque uno piensa que «desaparecer lo malo» es así, como por arte de magia, ¡pum! ya estuvo y ya. Pues no.

Resulta que uno no mide las palabras o cree hacerlo, pero la vida tiene formas muy peculiares de hacernos llegar los mensajes.

(Léase con voz de “El Universo” hablándome) Si, vamos a cambiarlo todo, pero para ello necesito de tu colaboración. Y, ¡órale!, otra crisis existencial.

El martes volví a terapia. Ese día por la mañana y durante la sesión entendí que para que “algo nuevo” llegue, también necesitamos desprendernos de “otro algo”.

Hoy entiendo que pedir que se fuera lo malo, también implicaba que se fueran partes “malas” de mí o cosas que ya no son funcionales.

Muchas veces nos rompemos en pedazos (exactamente se siente así) porque las partes que nos formaban ya no embonan en este nuevo ser.

En mi caso, fue como si al nacer La Infanta, hubiera nacido conmigo otra mujer y a esta mujer le sobran pedazos.

La reflexión de ayer giró en ese sentido.

Para esta nueva escultura humana que somos, juntaremos las partes viejas que aún nos sirvan, adaptaremos otras y, definitivamente, tendremos que crear piezas nuevas.

Quizá para algunos esta idea les quede “ajá, sí ¿y?”, pero para mí fue una revelación y la entrada a un lugar mejor. Quizá porque en la vida he sido lo que la gente gusta llamar “dramática”, existencialista, a mí me gusta decirle apasionada (aunque algunas pasiones hayan sido pasajeras).

Apenas esta semana, con mis 30 años, entendí que necesitaba/necesito desprenderme de algunas cosas, comportamientos y actitudes porque ya no son funcionales en esta nueva etapa: madurez, que le llaman.

Hoy que hablé con mis alumnos por el Día del Maestro, les decía que lo más complicado de la vida adulta es eso, la congruencia con uno mismo: alinear lo que se piensa, dice y hace.

Hoy no tengo una moraleja gigante o anécdotas chistosas con La Infanta (ella está bien, está en una etapa de querer regar el jardín todos los días), sólo quería compartir este descubrimiento.

Repito, las mamás, a veces necesitamos ese espacio de reencuentro con una misma. Y, creo, ese es el mejor regalo del Día de las Madres que pude darme.

#CrónicasMaternas: carta abierta a Polonio