Carlos Vargas Sánchez, in memoriam.

Carlos Vargas Sánchez, in memoriam.

Rubén Carrillo Ruiz

Hace 28 años Carlos Vargas Sánchez fue un cómplice muy arriesgado para mi generación.  Su audacia fue múltiple: imprimió a trasmano en Ecos de la Costa (en ese tiempo por la calle Morelos), ante la benevolencia del profesor Gregorio Macedo López, un suplemento que llamamos Reflejos.  Esa publicación marcó nuestro derrotero profesional. Sin ser docente formal, frente a grupo, Carlos ejerció la enseñanza del periodismo con una usanza siempre moderna, que nunca debe abandonarse: rigor idiomático, búsqueda perenne de la información y análisis exhaustivo para narrarla, con humor finísimo, características indispensables en este oficio, profanado por algunos rijosos y vendedores de líneas ágata al mejor postor.

Hace unos días, Carlos escribió en clave su despedida: dedicó su columna Despropósitos (que puede leerse en la agencia AFmedios) a sus pilares: esposa, hijas, nietos y amigos. Expresó en un párrafo inolvidable: “Dicen que siempre hay primeras veces y que es bueno experimentarlas. Y dicen bien. Es esta la primera vez que dedico mi columna y me causa una alta satisfacción al encontrarme a dar un paso más, no sé si para adelante o para atrás en la enfermedad que me aqueja, y es la primera vez que firmo con mi nombre completo, algo de premonitorio debe tener”. Si afirmo que el periodismo colimense está de luto incurro en el más común de los lugares. Sin embargo, su adiós laxo, elegante, del jueves pasado se confirmó definitivamente este martes.

Admiro el estoicismo y la ironía vitales con las cuales Carlos Vargas esperó, sin queja, la inevitabilidad de una enfermedad que padeció durante el último año. Nunca perdió su prestancia ni extravió el punzón de su perspectiva.

Muchos estaremos siempre en deuda amistosa y profesional, porque Carlos dispuso que su experiencia y conocimientos fueran asequibles. Al despuntar los años ochenta fundó la primera agencia informativa, Sistenoticias, semillero de reporteros. Creó el primer vespertino local, La extra, con un estilo que sacudió las conciencias pacatas de aquel y este tiempo. Se reincorporó a la Universidad de Colima en 1998 y desde la Dirección General de Información intervino en procesos formativos de incontables jóvenes de letras, comunicación, periodismo y lingüística.

Cuando se escriba seriamente la historia del periodismo colimense nos daremos cuenta del legado de Carlos Vargas Sánchez: fue un diseñador espléndido (muchas portadas de Ecos de la Costa, El Correo de Manzanillo y El Comentario fueron suyas), un cabecero perfecto (labor casi extinta), editorialista consumado, conocedor exhaustivo de la tipografía, lector profundo del ensayo y un editor quijotesco (a él debemos en tres tomos la colección íntegra de El ahuizote, ese gran semanario, emblemático del siglo XIX).

La concepción periodística de Carlos Vargas se hermana con lo que George Perec estableció en su librito Lo infraordinario, de enorme vigencia: “en nuestra precipitación por mensurar lo histórico, lo significativo, lo revelador, no dejemos de lado lo esencial, lo verdaderamente intolerable, lo verdaderamente inadmisible: el escándalo no es el grisú, es el trabajo en las minas. Los malestares sociales no son preocupantes nada más en periodo de huelga, son intolerables veinticuatro horas sobre veinticuatro, los trescientos sesenta y cinco días del año. Los maremotos, las erupciones volcánicas, las torres que se derrumban, los incendios en los bosques, los túneles que se caen […] Lo que vivimos es lo que pasa verdaderamente, el resto, todo el resto ¿dónde está? Lo que pasa cada día y regresa cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, la música de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de eso?, ¿cómo interrogarlo?, ¿cómo describirlo? […] Debemos interrogar al ladrillo, al cemento, al vidrio, a nuestros modales en la mesa, a nuestros utensilios, a nuestras herramientas, a nuestras ocupaciones, a nuestros ritmos. Interrogar lo que ha dejado de sorprendernos. Es cierto que vivimos, es cierto que respiramos; caminamos, abrimos puertas, bajamos escaleras, nos sentamos a una mesa para comer, nos acostamos en una cama para dormir. Cómo, cuándo, dónde, por qué”.

Carlos Vargas llegó a Colima siendo un periodista laureado: trabajó en la época dorada de El Día, en la agencia Notimex (fue corresponsal en Centroamérica y entrevistó a una pléyade de intelectuales y escritores), ganó el premio nacional de periodismo en los años ochenta con La grilla, publicación de humor político, que editó con su padre, don Teodoro Vargas, mano derecha de, ni más ni menos, José Pagés Llergo en la revista Siempre. De esa estirpe periodística es Carlos Vargas.

El obituario es género de práctica escasa, quizá por la tristeza y devastación que entraña.  Por eso Séneca en su Consolación a Helvia estipuló que no se deben combatir de frente los dolores en la violencia de su primer encuentro, porque el consuelo solo consigue irritarlo y aumentarlo. También que es muy natural que la intensidad de un dolor que excede de la medida común prive de la elección de palabras cuando frecuentemente ahoga también la voz. Además, extraña manera de consolar, la de recordar las penas olvidadas; colocar el corazón en presencia de todas sus amarguras, cuando apenas puede soportar una sola.

Más allá de tu desaparición física, Carlos, dejas constancia de una vocación sin tacha, una rectitud intelectual y una entrega ilimitada a las tareas periodísticas, trinchera desde donde vislumbraste la amistad. El gran Kapuscinski escribió en su libro Il cinico non é adato a questo mestiere. Conservacioni sul buon giornalismo que “es un error escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un tramo de la vida”. Treinta de mis años se guarecieron en tus conversaciones interminables, en el humor y la bohemia. He contado tres décadas porque compruebo, al final, que tus 66 bien cumplidos siempre estuvieron ocultos con los 62 declarados oficialmente. El mismo Séneca dijo que uno muere cuando muere el último que lo recuerda. Carlos, entonces, siempre estarás entre nosotros. Un gran abrazo definitivo.

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