Y COLIMA SE VISTIÓ DE DANZA

LECTURAS

Por: Noé GUERRA PIMENTEL

Fue la tarde del 12 de octubre, era sábado y el sol se orientaba cargado al poniente corriendo las sombras que ya refrescan la temporada, en lo alto el intenso del cielo azul apenas rasgaba al horizonte con algunas nubes cuando el centro de la ciudad se detuvo, todo quedó como suspendido; las decenas de vehículos, comunes a esas horas, habían desparecido; el ordinario barullo callejero se acalló.

Desde ese momento todo ocurrió tras la inusual música de fondo que hizo privar la expectación mientras el asombro alimentó el ambiente al contundentes resonar los acordes del colimotísimo “relámpago”, ese son nuestro que disonante llenó todo para que la calle Madero desde la antigua plaza nueva del jardín Núñez hasta la principal del jardín de La Libertad se viera sorpresivamente poblada por cientos de bailarines que de la nada aparecieron para a un mismo tiempo y al son de la iguana, entre huacos, risas y chiflidos, en perfecta sincronía empezaran a zapatear apropiándose del ancho de la calle a lo largo de cinco cuadras.

Ahí los vimos bailando al mismo compás, contagiando con la peculiar algarabía costeña, ataviados de forma similar aunque diferente, solazándose en coquetas parejas distribuidas en decenas de grupos hasta verse el millar de exponentes entre estudiantes y profesionales de la danza, gente en sillas de ruedas, niñas, niños, bailarinas con bebés en su rebozo, muchachos y adultos mayores, gente especial y jóvenes escolares, que por igual convivieron sin más distingo que su vestuario, caracterizado con diferentes estilos mestizos, como nuestro origen emblemático de ese día, en una fraternidad nunca vista aquí y que esta vez, inédita, reunió en histórica postal a gente fundamental del medio, a pilares de la danza regional, cuyo legado fue justa y mutuamente reconocido entre los Dávila Esquivel, Silva Maldonado, Zamarripa Castañeda y Hernández Luna, a convocatoria del Ayuntamiento capitalino y coordinados por los Folcloristas Unidos de Colima, quienes con la premisa de aliados por la danza, atrajeron a representaciones de los diez municipios del Estado para concretar esta fiesta que en atípica pasarela brilló y sonó desde el centro de Colima para lucir más bonito que nunca.

Fue de esta manera como la más típica vía de la ciudad, en pasmoso orden se inundó del color que en toda su gama emergió con los atuendos portados por bellas mujeres y galantes hombres de todo tipo y condición, bailarines que allanaron el arroyo principal para así, como nunca antes, vestirlo de alegría y magia al compás del son del Camino Real de Colima y en sinigual coreografía con armonizados faldeos, lapidar los adoquines a taconazos bajo dos mil golpes y más, que al unísono sonaron una y otra vez estremeciendo y conmoviéndonos a todos con los espectaculares lances de los cientos de hombres-iguana que, tras sus increíbles evoluciones, jadeantes y lacerados, desfallecían exánimes a las faldas del imposible amor de las orgullosas cocadas de alfajor que encantadoras así los sometían, esfumándose luego para dejar atrás el silencio y el alterado ambiente tras su fugaz intervención, para diez minutos contados, estridentes, aparecer nuevamente cerrando el insólito espectáculo, palpitantes y jubilosos en el corazón de Colima.

Este extraordinario resultado no pudo ser ni casual ni fortuito, obvio implicó tiempo, dedicación y esfuerzo, aunados a la suma de muchas voluntades y al aserto también de varias conciencias. De lo que según trasciende, surgió hace medio año a iniciativa del alcalde capitalino Leoncio Locho Morán Sánchez, quien, probablemente motivado por los referentes de Veracruz con su masivo de la Bamba en el puerto jarocho o de Monterrey, con el espectacular convite de polkas o quizá el más reciente flashmob, el de Guadalajara, donde cientos de parejas a la usanza charra llenaron la Plaza Tapatía para bailar los sones propios de nuestra tierra caliente; elementos que, como ejemplo, dieron la pauta para que volteara a ver a su alrededor y llamar, tocar a las puertas y los hombros necesarios que le permitieran concretar en Colima esa fabulosa muestra escénica y con ella coronar de fiesta ¿¡Y qué mejor que de este tipo!? el primer año de su segunda época al frente del municipio que lo vio nacer y que representa.

Con el respaldo del Ayuntamiento de Colima, fueron los folcloristas unidos los promotores de este fenómeno cultural que vino a recordarnos que los colimenses somos gente sensible y de paz, gente ordenada y de trabajo y que tenemos talento para dar; los folcloristas unidos, hay que apuntarlo, son gente pronunciada por el rescate, la conservación y la difusión del arte y la cultura, especialmente de la danza de esta región cultural, grupo que con su experiencia e influencia encabeza Manuel Hernández Luna, quién, afirmado por el impulso de su directiva, tuvo a bien apoyar esta causa que, con el liderazgo de Cesar Cárdenas López, quien, deduzco, a dos manos hizo el trabajo de obra negra, nos regaló un evento que más que eso resultó un verdadero acontecimiento socio-cultural que ya marcó a Colima y muy bien a la administración municipal, pues, como lo señaló el propio Rafael Zamarripa, esto debe volver a repetirse, no una ni dos, sino repetirse y repetirse. ¡Sea por Colima! ¡Sea por México! ¡Enhorabuena!