SIN CHÁVEZ

Colima.- Un cáncer extirpado del tamaño de una pelota de beisbol, que luego hizo metástasis, lo condujo a la muerte, tras cuatro operaciones en el hospital habanero más prestigiado.

Por ese juego de pelota ingresó en la milicia durante los años 70, encabezó un golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez en 1992, fue encarcelado, amnistiado por Rafael Caldera en 1994, formó una agrupación política y, en 1998, ganó por la vía electoral la presidencia de Venezuela, nación a la que puso en escala geopolítica con un discurso polémico y una chequera respaldada por las mayores reservas petroleras del mundo. Con su irrupción política rompió el bipartidismo caraqueño histórico.

La prensa española lo llama sátrapa; la de su país, mayoritariamente opositora, guarda respetuoso silencio y consigna en tono menos beligerante la trayectoria (con aciertos y errores) del líder bolivariano, que polarizó a Venezuela y nunca perdió una elección en tres quinquenios. Sin embargo, se prepara el escenario electoral: habrá comicios pronto y, seguramente, los aspirantes serán por el oficialismo Nicolás Maduro y, por la oposición, repetirá Henrique Capriles Radonski, gobernador reelecto del estado Miranda, derrotado por Chávez en octubre pasado.

La muerte del comandante presidente, como le llaman sus allegados, conmocionó a los regímenes de Nicaragua, Brasil, Paraguay, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Cuba, República Dominicana y Colombia, nación con la que tuvo dificultades diplomáticas en el periodo de Álvaro Uribe, solucionadas con José Manuel Santos, a quien apoyó en el plan de pacificación en curso con las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias, antigualla guerrillera que todavía cree en la emancipación por la vía marxista, violenta, del narcotráfico y extorsiva. Todas inviables.

América del Sur es un laboratorio ideológico porque allá está incubada la izquierda en todos sus matices (desde la radical, moderada hasta la progresista y moderna, como dicen los leguleyos), y Chávez acercó su innegable carisma envuelto en el señuelo bolivariano y millones de dólares de la bonanza petrolífera.

Hugo Chávez quiso tutear a la historia, como su mentor, Fidel Castro, el octogenario combatiente comunista, retirado del poder en Cuba por un padecimiento, igualmente poco informado, guardado en el hermetismo de la seguridad nacional. Fidel le cedió su sitial y Hugo se encaramó en la palabrería antiyanqui, aunque nunca dejó de exportar el hidrocarburo a los Estados Unidos, que ahora representa solo el 5.8 de la compra energética de los norteamericanos.

Indudable, deja un gran vacío en la política latinoamericana. Fue intérprete de lo que llamó «socialismo del siglo XXI», forjado con seis millones de activistas del Partido Socialista Único de Venezuela, quienes ante la ausencia definitiva del comandante apoyarán al vicepresidente Nicolás Maduro, nombrado heredero por el propio Chávez en su última aparición televisada el 8 de diciembre de 2012.

Maduro representa el ala civilista del chavismo, dirigente sindical y, a veces, se le compara, por su estilo moderado, con el ex presidente brasileño Lula da Silva. A sus 50 años es el político clave desde 1998, ministro de Relaciones Exteriores y considerado «uno de los principales arquitectos de la soberanía del continente latinoamericano» por analistas venezolanos. Es el ideólogo del partido, con bigote negro y espeso. Sobre todo resalta su discreción. No tiene el carisma de Chávez, del que también carecieron en su tiempo Simón Bolívar y Napoleón, pero es popular porque pertenece al sector más equilibrado y posee la confianza de los hermanos Castro, con quienes realizó parte de su formación política hace dos décadas.

La oposición ha tratado durante tres meses demostrar la existencia de una «guerra de sucesión» entre Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, pero el gobierno siempre mostrado una cara de unidad.

Camarada de Hugo durante el golpe de Estado de 1992, Cabello es considerado el hombre más poderoso de Venezuela después de Chávez, pero criticado por sus vínculos con la economía capitalista mundial y algunos escándalos de corrupción. También es apoyado ampliamente en el ejército por su pasado castrense.

Un dato significativo: Diosdado Cabello no estuvo presente el martes pasado. Tampoco participó en la reunión del personal militar y líderes civiles del país, menos en la declaración fúnebre de Chávez, como sí los ministros de Relaciones Exteriores y Comunicación.

Por la inmediatez de las elecciones tengo la certeza de que el chavismo sin Chávez refrendará el poder en Venezuela, pero enfrentará sinfín de problemas económicos, de diálogo interno y la gravísima inseguridad, pues la nación está catalogada entre las más violentas del mundo.

Chávez visibilizó a millones de pobres, auspició grandes programas de vivienda, salud, expropió miles de empresas privadas y quitó la murria, tirria y acedia a la esperanza latinoamericana. Su saldo político es deficitario porque la subsidiaridad nunca funciona a largo plazo, más en un país supeditado a los ingresos petroleros e importador cabal de lo consumible.

El presidente venezolano será recordado bien. Hereda una oquedad geopolítica que puede ser aprovechada por México. Me quedo, finalmente, con un par de aspectos citados por Enrique Krauze y Carlos Fuentes: Hugo Chávez no fue asesino y siempre tuvo asequible una refaccionaria ideológica.

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