«Divulgar el espíritu de la ciencia para tener un mejor país»: Ruy Pérez Tamayo

Para Ruy Pérez Tamayo, investigador y pionero de la divulgación en el país, la divulgación científica, “como otras cosas que se hacen en el país, está subdesarrollada”, y aunque tanto la ciencia como la propia divulgación se han desarrollado un poco gracias al trabajo persistente de la comunidad científica, este desarrollo no ha sido suficiente.

Pérez Tamayo (Tamaulipas, 1924), doctor Honoris Causa por la Universidad de Colima, visitó esta casa de estudios la semana pasada para dictar cuatro conferencias sobre el origen de la medicina moderna, sobre la salud, la enfermedad y la muerte, a alumnos de la Facultad de Medicina y al público interesado.

Ha publicado más de 150 artículos científicos en revistas nacionales y extranjeras y escrito alrededor de sesenta libros sobre ciencia, divulgación y de ensayos históricos.

En entrevista, recordó que fueron los científicos, no los periodistas, los primeros en divulgar la ciencia, “porque se dieron cuenta que uno de los problemas por los cuales nuestra ciencia está subdesarrollada es porque no hay un conocimiento adecuado de su naturaleza y de cuáles pueden ser los beneficios de un mejor conocimiento de la ciencia por la sociedad”.

Es difícil, reconoció, “ser buen periodista científico porque hay que estar preparado en dos campos, que no son complementarios: la ciencia por un lado y el periodismo por el otro, y hay que saber suficiente ciencia para que lo que se hace periodísticamente bien sea, además, cierto. Cuando un periodista dice el menor número posible de mentiras por minuto, entonces ya está actuando dentro del espíritu de la ciencia”.

Más que divulgar hechos concretos o avances científicos, Pérez Tamayo propone divulgar lo que él llama “el espíritu de la ciencia”, que se refiere a una manera personal de ver y enfrentar la vida, sus hechos y circunstancias. Esto es vital si una sociedad quiere que el conocimiento científico se generalice y genere beneficios. “Es tan importante divulgar el contenido, por un lado, como la manera en que se genera este contenido, porque esto nos permite enfrentarnos a la vida cotidiana, a la realidad diaria, de una manera diferente”.

Él define a la ciencia como “una actividad humana, creativa, cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y cuyo resultado es el conocimiento científico, expresado en una forma deductiva y que aspira a tener la mayor aceptación posible entre las personas técnicamente capacitadas para entenderla”.

Para lograr esto, agregó, la ciencia tiene una forma de hacer las cosas, no sólo un método científico. Y aunque no existe algo así como un método único, dice que sí hay una constante común a todos los investigadores, independientemente de la disciplina a la que se dediquen.

Esta constante o reglas del juego serían: no decir mentiras, no ocultar verdades, no extrapolarse más allá de los hechos, esto es, limitarse a la realidad; no aceptar explicaciones sobrenaturales y “volver una y otra vez sobre los hechos hasta estar seguros de que está uno reflejando lo que está en la realidad”.

Esto, dijo, “es el espíritu de la ciencia, la manera en que la ciencia trabaja, algo que además permite una filosofía de la vida; es decir, cómo se va a comportar uno frente a los problemas cotidianos: ¿nos vamos a enfrentar a partir de tradiciones, anécdotas, leyendas, de mandatos, o a través de la experiencia personal, del análisis objetivo de la realidad? En la medida en que esto se logra, se está comunicando el espíritu de la ciencia”.

Por último, comentó que cuando Carlos Salinas llegó a la presidencia, él le propuso crear un decreto declarando de la más alta prioridad el desarrollo científico y tecnológico del país, con el objetivo de mejorar la calidad de vida del ciudadano mexicano. Pero no lo hizo y no se ha hecho hasta la fecha.

Por eso criticó a los candidatos a la presidencia, ya que en sus discursos “hablan de casi todo, menos de ciencia y tecnología. Así que los científicos vamos a tener otro sexenio en el que nos van a hacer a un lado y no tendremos importancia ni trascendencia para el desarrollo del país”.

Sin embargo dijo sentirse optimista, ya que en 1950 no había nada para desarrollar la ciencia; no estaba ciudad universitaria, no había nombramientos de investigador, no había CONACYT, apoyo para las investigaciones ni premios o reconocimientos. “Al ver esto uno dice: ‘vamos muy bien, estamos creciendo’, pero cuando vemos cómo deberíamos estar, entonces sí es deprimente, porque deberíamos estar cinco veces más desarrollados. Pero si nos ha costado cincuenta años hacer esta transformación, los próximos cincuenta no lo van a poder frenar, no lo van a poder evitar, ni con indiferencia ni con hostilidad”. {jathumbnail off}

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