La carrera más sucia de la historia

“Hay asesinos y secuestradores que van a la cárcel, pagan y vuelven a salir. Yo simplemente rompí el deporte y me crucificaron”, lamentaba hace un año en una rueda de prensa Ben Johnson (Falmouth, Jamaica, 1961), quien llegó a ser el hombre más rápido del planeta y luego fue proscrito de la historia de los triunfadores del atletismo por utilizar un anabolizante ilegal en los Juegos Olímpicos de 1988.

El 24 de septiembre de 1988, los Juegos Olímpicos recuperaban todo su esplendor como fenómeno mediático universal tras las dos justas veraniegas de 1980 y 1984, marcadas por las ausencias de estadounidenses y soviéticos, respectivamente. En los albores de la globalización, la final de los 100 metros planos era uno de los acontecimientos deportivos más importantes de la historia.

El canadiense Benjamin Sinclair Johnson se presentó en la competencia como favorito y plusmarquista mundial, con un récord de 9.83 obtenido un año antes, en los campeonatos mundiales de Italia. Su máximo contrincante era Carl Lewis, ‘El Hijo del Viento’, imponente en las pruebas de velocidad y de salto de longitud. Corrieron también el joven británico Linford Christie; el talentoso Calvin Smith, opacado siempre por la enorme figura de Lewis; el brasileño Robson da Silva; el también canadiense Desai Williams, y el canadiense Ray Stewart.

Johnson corrió el hectómetro en 9.79. Los medios de comunicación agotaron los calificativos laudatorios para su proeza. Nunca nadie había corrido por debajo de 9.80. Nunca nadie había demostrado tal superioridad. Los grandes contratos publicitarios eran suyos. El mundo de la velocidad le pertenecía.

Sin embargo, tres días después, un control antidopaje reveló que Johnson había consumido estanozolol, un anabolizante que estimula la síntesis proteica, y fue despojado del oro olímpico, del oro mundial conseguido un año antes y del récord del mundo. Su nombre fue asociado desde entonces a la ignominia.

Johnson se convirtió en el tramposo más célebre del mundo. Cuando acabó la suspensión que se le impuso, de dos años, regresó a las pistas. Pero nunca fue, ni remotamente, el mismo. Sus tiempos, deprimentes, lo marginaron más que su fama de tramposo.

Obtuvo el pase a los juegos olímpicos de Barcelona 92, pero se tropezó en la salida en la semifinal, y terminó en último lugar.

Tras su retiro, que pasó prácticamente inadvertido por la pobreza de sus resultados, el dopaje siguió persiguiéndolo.

En 1997 fue contratado por Diego Armando Maradona como su entrenador personal, y pocos días después de su retorno a las canchas, al astro argentino le encontraron rastros de cocaína. En 1999 fue contratado por Al-Saadi el Gadafi, hijo del entonces líder libio Muamar el Gadafi: tras un tormentoso paso por el futbol libio, en el que era presidente, futbolista y manipulador de resultados, el tercer retoño del poderoso presidente libio fue contratado por el Perugia italiano, pero fue despedido por no pasar un control antidopaje.

Para la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo, Johnson no ganó nada, y sus mejores tiempos fueron 10.14 en los 100 metros, el 29 de agosto de 1987, en Italia, y 6.44 en los 60 metros, también en 1987, en Edmonton y en Osaka. Su momento máximo de gloria fue conocido desde entonces como «La carrera más sucia de la historia».

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