Jetpack prepara despegue, su creador teme por su sueño

Hace 35 años, Glenn Martin estaba sentado en un bar con sus compañeros de universidad cuando se preguntaron qué había sido de los autos voladores y los jetpacks, o mochilas voladoras.

Al día siguiente, el neozelandés empezó a buscar respuestas en la biblioteca de ciencias, iniciando una misión de toda una vida para construir un jetpack. Pero ahora, y con la empresa que fundó aparentemente al borde de la victoria, Martin teme que su sueño se esté desvaneciendo.

Martin Aircraft Co. espera entregar a los cliente sus primeros modelos experimentales este año, un gran avance para la nueva tecnología. Pero el jetpack se está diseñando para equipos de emergencia como bomberos, un resultado que queda lejos de la visión de Martin de un sistema propulsado con el que cualquiera podría volar.

Ahora, el inventor se ha marchado de la empresa que fundó. Es más, señaló, ha pedido que se retire su nombre.

«Todos sabemos para qué es un jetpack», comentó con una sonrisa en su casa de Christchurch. «Con un jetpack, se salva el mundo y se consigue a la chica, ¿cierto?».

A menudo, así es como han aparecido estos dispositivos en libros y películas. Han formado parte de la visión utópica del futuro desde el siglo pasado. Los ha utilizado personajes de ficción, y un modelo real asombró al público en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984.

Sin embargo, estos artefactos tienen una historia complicada. El cinturón cohete Bell Aerospace, desarrollado en la década de 1960, demostró que eran posibles. Pero no podía cargar mucho peso y sólo se mantenía en el aire algo menos de 30 segundos. Era un espectáculo, nada más.

A mediados de la década de 1990, tres hombres de Houston intentaron construir uno. En cambio, lo que hicieron fue un desastre. Se quedaron sin dinero y su aventura terminó con un asesinato sin resolver, un secuestro, un hombre en la cárcel y un dispositivo desaparecido.

Peter Coker, director ejecutivo de Martin Aircraft, cree que el mejor plan de negocio es fabricar jetpacks para personal de emergencias, y después para otros clientes corporativos. Cuando haya una cadena de suministro establecida, señala, la empresa puede dirigir su atención en el modelo personal.

«Ahora somos una empresa de aviación», señaló Coker. «Tienes que tener ese plan comercial».

Martin señaló que al buscar fondos para su empresa, empezó a perder el control. Con el financiamiento llegaron inversionistas, fondos de capital riesgo y planes de salir a bolsa.

La empresa cotiza en la bolsa australiana desde febrero del año pasado y ahora es propiedad en su mayor parte de una firma china, KuangChi Sciencie. Está valorada en unos 180 millones de dólares australianos (138 millones de dólares estadounidenses), lo que demuestra que los inversores se toman en serio el concepto de un jetpack comercial.

Desilusionado con la dirección que tomaba la empresa, Martin dimitió como director en junio. Aún posee una participación del 10% que no puede vender antes de febrero.

Aunque se siente decepcionado de no haber completado el camino, este año disfrutó de unas vacaciones de verano en familia por primera vez desde que tiene recuerdo.

En cuanto al dispositivo en sí, puede que parezca voluminoso, pero Martin afirma que eso no se nota cuando está en el aire, una experiencia que compara con cumplir sus sueños infantiles.

«Todo el jetpack queda a la espalda, no se ve», dijo. «Todo lo que uno ve son sus manos. Es como si una mano mágica lo hubiera elevado, y vuela». AP

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