Fin de cursos en la Universidad

Por Juan Carlos Yáñez Velazco

Terminaron las clases en la Universidad. Esta mañana hice algunos balances del semestre. Encuentro muchos aprendizajes: cosas buenas y no tanto. Claroscuros. Tareas que pulir, prácticas evitables.

Una actividad extrañé mucho durante el semestre. Explico. Suelo comenzar mis clases de pie frente al grupo, con libro entre las manos y dedicando unos minutos a la lectura. Casi nunca elijo textos relacionados directamente con la materia. Son más literarios que pedagógicos. José Saramago o Eduardo Galeano, por ejemplo, son invitados habituales.

Me gusta levantar la cara de las páginas y mirar el rostro expectante de los estudiantes, de la mayoría; verlos concentrados. Verlas. La gran mayoría son mujeres. Me gusta escuchar el silencio que se instala con las pausas. Siento ese momento como especial, lo disfruto.

Quiero imaginar que al final de la clase alguno, alguna de ellas buscará ese libro, querrá saber algo más de los autores que nos acompañan. Y que tal vez, llegando a su casa, hará lo propio con la familia en la hora de la cena o la comida.

Este semestre, como no me ocurría hace muchos años, no hubo esos minutos de lectura ningún día.

Cada día me siento menos incómodo con las pantallas. Se vuelve habitual esperar a los alumnos en Classroom, pero no me atrevo al sacrílego acto de leerles a los estudiantes sin mirarles a la cara, sin escuchar la respiración del grupo, sin palpar el silencio entre nosotros. Nunca me acostumbraré a una clase sin lectura.

Tal vez el próximo semestre sea posible volverles a leer. Tal vez.