EN VOLANDAS

Galeano

Por: Rubén Carrillo Ruiz

Hubo tristeza literaria e ideológica durante la presente semana por una doble desaparición física, emblemática: Eduardo Galeano y Günter Grass, que perturbaron al mundo con su sensibilidad y militancia. Coincidieron en mi afición lectora en una adolescencia (y juventud, madurez, así será en la vejez, en la senectud y, si reencarno, también), cuando nació mi exaltación por el sur del continente, con el futbol, la literatura, los amores, la nostalgia y el tango. Por eso me entristece más la muerte del primero.

El libro más citado, popular, de Galeano es Las venas abiertas de América, relato atroz, crudelísimo, del saqueo latinoamericano durante quinientos años. Cuando caminé sus líneas apocalípticas vibraron la inconformidad y rebeldía por su enfoque. Sino de la época: los turbulentos años sesenta y setenta, con dictaduras en gran parte de América latina, guerrillas, el aroma del hombre nuevo (en ese tiempo no había lenguaje de género, como esa moda funesta e inculta de hoy). Eduardo Germán María Galeano (aunque su primer apellido es Hughes), uruguayo, escribió este volumen (uno de los mejores panfletos, en el mejor sentido de la palabra, alguien dijo) con la temperatura coetánea, en el umbral de la dictadura de ese pequeño país, que le valió un exilio argentino y, con el advenimiento del golpe militar, otro en España.

Leído con la ciencia infalible del tiempo, Las venas abiertas de América no aguanta una revisión: perdió frescura, impacto ideológico. El propio Galeano renegó del texto, pese a su traducción a veinte idiomas. El uruguayo fue también periodista y editor. En esta faceta participó en el semanario Marcha y fundó la revista Crisis, ambas publicaciones forja de escritores.

Igual, leí su trilogía Memoria del fuego, el Libro de los abrazos y sus colaboraciones en La Jornada, que luego algún despistado copió y sigue publicando como relatos breves, repetitivos, cansinos.

Por acá el obituario es género muerto, y cuando practicado, repetitivo en el periodismo. Le Monde publicó el siguiente, ejemplo vivo de la importancia de Galeano, homenaje informado. “Murió a los 74 años, en su ciudad natal, Montevideo, después de experimentar el exilio durante más de doce años. Este autor prolífico, aclamado por la crítica por su prosa ardiente, siempre con la flor de la indignación, fue actor y columnista de las luchas de emancipación que tuvieron lugar en el continente de América del Sur en el último cuarto del pasado. Su nombre quedará asociado con el libro, clásico, de la izquierda latinoamericana, de 1971: Las venas abiertas de América Latina (traducido al francés en 1981), denuncia mordaz del saqueo de las naciones latinoamericanas por las potencias europeas y estadunidense.”

“En 2010, recibió el prestigioso premio literario Stig-Dagerman por ‘haber estado siempre del lado de los condenados de la tierra, sin tratar de ser su portavoz.’ Su vida, intensamente política, refleja una época turbulenta cuando el compromiso se practicaba con la pluma y las armas.

“Nacido el 3 de septiembre de 1940, empezó muy joven como periodista y dibujante. A los 21 años dirige Marcha, el buque insignia semanal de intelectuales latinoamericanos de izquierda. Fue perseguido por el golpe de Estado en 1973, y encuentra refugio en Buenos Aires. Luego, elige Barcelona en 1976 y vuelve a casa diez años después, en 1985, cuando comienza la transición democrática en Uruguay.

“Su labor refleja un compromiso inquebrantable con la lucha opresora. Su trilogía Memorias de fuego (El nacimiento, 1982; Caras y Caretas, 1984 y El viento Siglo, 1986) traducido por Plon es un enorme fresco inspirado en la historia de América latina, los pueblos precolombinos: el escritor da a ver y sentir un rompecabezas de hechos, testimonios y discursos, es decir, la historia de un continente que lucha bajo la pobreza.”

Jubilación

Ayer observé la organización de un desayuno que celebró la jubilación de César Jiménez, compañero de la Universidad de Colima y funcionario de la Dirección General de Educación Media Superior. Me gustaron la cordialidad y actitudes optimistas del encuentro porque el cierre de un ciclo tan vital, que abarcó más de tres décadas en la institución, significa un balance satisfactorio y animado. Muchas generaciones, varias épocas y vicisitudes le ocurrieron a César durante su trayectoria universitaria. Quizá una ocupación nueva de los jubilados y pensionados deba inscribirse en la narración de sus experiencias, que contribuyeron al destino de nuestra casa de estudios y, máxime, contarlas con entusiasmo porque, creo, en la reflexión del pasado inmediato está el futuro educativo.

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