El perdón sistemático a los políticos

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

Tengo unos amigos a los que extrañamente les gusta debatir temas políticos a las 7 de la mañana por Whatsapp. Me imagino que lo hacen para entretenerse mientras están sentados en el baño, no encuentro otra explicación. Aunque yo a esa hora voy regresando de correr y siempre entro tarde al debate.
Hoy, muy temprano enviaron comentarios, críticas, videos y memes, todo político, claro, qué cosa más interesante que la política para chatear mientras estás en el baño.

El punto es que para no responder y opinar cada uno de los envíos, obvié y generalicé en que desde que me decido al periodismo (saliendo de la carrera) no había visto un nivel local tan bajo de una campaña electoral. Pero esto me llevó una vez más a una reflexión que hago hace muchos años, ¿por qué los mexicanos siempre perdonamos a nuestros políticos?

Siempre llegó a la misma hipótesis, perdonamos a nuestros políticos porque es más fácil que confrontarlos con la realidad. Nos hemos convertido en maestros en el arte del autoengaño, en una complicidad que parece eterna entre el perdón y el olvido. Como si lleváramos el perdón en el corazón y la esperanza en un cambio lo que lo motiva.

Ellos – los políticos – han perfeccionado nuestro sistema político de tal forma que el reciclaje de personajes políticos es tan común que no nos importa si antes el político naranja opinaba pestes del guinda y ahora son amigos. No importa si prometía justo lo contrario que ahora, si cumplió o no, pareciera que nuestra memoria es perenne y no hay cura. Los políticos mexicanos han sabido capitalizar esta inclinación innata por el perdón.

A estas alturas podemos decir que nos hemos destacado en un arte peculiar: el perdón incondicional. Somos los campeones indiscutibles en dejar pasar las mentiras de nuestros políticos. ¿Por qué? ¿Cómo hemos llegado a ser tan hábiles en esta disciplina? Aquí tengo unos apuntes y contexto histórico.

Desde hace miles de años, la política ha sido un juego de manipulación y engaño, un ballet de promesas incumplidas y discursos engañosos que ha perdurado a través de los siglos.

En la antigua Grecia, los oradores hábiles seducían a las masas con su elocuencia, prometiendo cambios radicales mientras ocultaban sus propias ambiciones. En Roma, los emperadores hábiles como Julio César manipulaban las emociones del pueblo con juegos de gladiadores y panem et circenses (pan y circo), distrayendo a la plebe de sus problemas reales con espectáculos grandiosos.

¿Y qué ha cambiado desde entonces? Muy poco. Los políticos modernos son los herederos directos de estos maestros de la manipulación. Nos seducen con promesas y declaraciones grandilocuentes, mientras hacen lo que quieren con las masas.

Ahora, utilizan las redes sociales para crear una imagen cercana a las masas que oculta sus verdaderas intenciones. Como magos hábiles que distraen al público con trucos baratos mientras realizan sus trucos de prestidigitación.

Pero no nos engañemos, nuestra propensión al perdón tiene raíces más profundas que el simple carisma de nuestros políticos.

La psicología social nos enseña que tendemos a perdonar a aquellos que consideramos parte de nuestro círculo social, incluso si son una vergüenza. Y ¿qué mejor ejemplo que nuestros políticos? Son como esos tíos borrachos impertinentes en las fiestas familiares: molestos, problemáticos, pero al final del día, son parte de la familia y al siguiente día se nos pasa y nos reímos de sus tonterías.

Además, hay un componente de resignación en nuestra actitud. ¿Qué más podemos hacer que encogernos de hombros y decir «Así es la política, ni pedo». Nos han enseñado a vivir esperando un cambio, nuestra idiosincrasia religiosa cristiana nos ha inculcado la esperanza en un cielo, un paraiso y una recompensa que alguien nos dará, ¿cuándo?, nadie sabe, pero vivimos esperando un paraíso que alguien construirá para nosotros.

Quizás eso alimente un poco la esperanza de un futuro terrenal mejor otorgado a manos de los políticos o un líder social, aunque hasta ahora lo único que vemos son los cambios de sus ideologías, promesas, alianzas y patrimonio personal.