En volandas

Rubén Carrillo Ruiz

UNIVERSIDAD E IDIOMA

Hace meses, por iniciativa de la Dirección General de Educación Media Superior de nuestra casa de estudios, impartí el taller Escribir para publicar a una veintena de profesores de bachillerato, quienes imparten la materia de lectura y redacción. La experiencia, gratísima, reconcilió mi interés por la enseñanza del español y una certidumbre inevitable: cómo acercar la emoción y sensibilidad para que el idioma recupere su lugar esencial como la herramienta idónea para la aprehensión cabal del conocimiento, máxime cuando un catedrático irrumpe en la misión formativa de jóvenes universitarios.

Durante 12 semanas intercambiamos enfoques, materiales nuevos y, sobre todo, compartí un quehacer, la revisión de textos y factura de documentos usuales, benéfico para el desenvolvimiento pleno de las capacidades comunicativas imprescindibles para un docente y su fluidez respectiva.

Los resultados del taller son promisorios, en particular debido a que los asistentes pueden convertirse en un grupo editorial muy sólido y transformar, de fondo, contenidos programáticos, enseñar con perspectivas frescas (como la neuroeducación, la pragmática) una asignatura clave para el intelecto y comprensión, déficits recurrentes en todo el horizonte escolar.

Comparto la carta (esa fue la evaluación del taller) de Elvira Valencia Puga, una de las asistentes. Su misiva conforta, devuelve certezas de que la enseñanza ejercida con pasión desbordada estimula perfiles comprometidos con el destino de los alumnos.

“Estimado profesor Rubén:

Lo saludo con afecto y la firme intención de que, por fin, sea la carta el medio por el que logre hacer la tarea.

“Sé que, ávido, leerá cada una de nuestras creaciones; lo hará con la misma pasión que enseña; buscará el más leve atisbo de mejoría en cada uno de quienes asistimos al taller Escribir para publicar.

“Le confieso que al revisar con usted las reglas de la buena escritura, me volví torpe, las ideas no fluyen como quisiera, ahora cuido la forma. Descubrí que para evitar la verborrea se necesita atención, los disparates y frases trilladas no caben, es necesario acudir a los diccionarios para lograr la precisión en las oraciones. Nunca imaginé que existieran tantos, no sólo de sinónimos o antónimos, los hay también de los sentimientos, de fobias, de preposiciones, de refranes, de dudas e ideológicos.

“Disfruté sus sesiones, reviví la teoría que en mis años tempranos me pareció insulsa, carente de sentido, y que ahora paladeé como a rico manjar. ¡Vaya paradoja! Encontré sentido a las reglas que quedaron dormidas porque no embonaron con las estructuras mentales que poseía cuando fui estudiante de la licenciatura en lengua y literatura españolas y, a la vez, echo de menos la ligereza con la que escribía, sin reparar en el abuso de gerundios, infinitivos, oraciones sin orden lógico, adjetivos y todos aquellos vicios que hicieron mis textos, vistos ahora a la luz del conocimiento: redundantes, abarrocados y hasta serviles. Confieso que duele ser tan dura al enjuiciar lo que antes me pareció bonito, atinado, inspirador.

“Compartió su habilidad para crear mensajes breves, profundos y certeros, gesto digno de elogio. Hasta aquí con los adjetivos, evitaré caer en el abuso, la carta llega a su fin y también el taller; en él aprendí haciendo, construimos y descompusimos textos para armarlos de nuevo, ahora más claros, fáciles de leer, libres de artificios. Me voy con la semilla de transmitir lo aprendido de usted, convencida de que podemos hacer mucho para rescatar el buen uso del idioma entre la comunidad universitaria y la sociedad en general.

“Gracias por el tiempo que compartió sin reservas, me despido con la certeza de que he ganado un amigo que no dudará en brindarme su apoyo cuando así lo requiera.

“Con especial aprecio y admiración.”

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