EN VOLANDAS

La formación docente

Por: Rubén Carrillo Ruiz

La aplicación de la reforma educativa encontró piedras en todo el camino. La radicalización en Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Michoacán ocurrió en un clima que puso contra las cuerdas al gobierno federal, que toleró quemas de automóviles, colectas forzadas en autopistas, protestas tumultuarias, asaltos a transeúntes, robo de combustibles y hasta amenazas de bloqueos electorales.

Más allá de discursos chapuceros sobre la supuesta privatización educativa o de que sea “punitivo” examinar a los docentes, éstos tienen en su responsabilidad la formación intelectiva, emocional y vocacional de millones de niños y jóvenes.

Desde hace varios años he sido jurado de concursos locales donde los escolapios envían cartas a sus papás, mamás o abuelitos. Tal experiencia arroja saldos negativos para los maestros porque sus pupilos son incapaces de registrar sus sentimientos, plagados de incorreciones ortográficas, sintaxis dañada y anarquía conceptual. Esos resultados son vinculantes con la formación del catedrático.

También, he participado en talleres de capacitación magisterial relacionados con las habilidades comunicativas. Angustia caer en la generalización, pero gran porcentaje de profesores necesita con urgencia una caja de herramientas que le restituya, además de la pasión por enseñar y aprender, la cultura general y, sobre todo, una curiosidad infatigable por el dominio pleno del español, pues imparten sus clases con apenas 250 palabras, restrictivas para la aprehensión cabal del conocimiento.

Y cualquier sendero creativo para la innovación se abre con los saberes esenciales del idioma: leer, escribir, comprender y escuchar. Y hasta donde sé, falta un sistema eficaz, permanente, que atienda estas capacidades lingüísticas, imperativas para un tiempo que ya cambió de raíz todos los procesos de la enseñanza y el aprendizaje.

Los límites de la libertad de expresión

El filósofo norteamericano J. Waldron pugna para que los discursos de odio sean reprimidos en EU por sus innegables consecuencias, y auspicia un acuerdo que restrinja la libertad de expresión. Entre países de tradición democrática, solo Estados Unidos la otorga desde el punto en que su ejercicio presente un peligro claro de violencia para las personas hasta el trastorno el orden público.

En este sentido, Estados Unidos difiere tanto de países europeos como de Nueva Zelanda y Australia, cuyas leyes penalizan esas declaraciones; Dinamarca las prohíbe cuando grupos de personas sean amenazados, insultados o ridiculizados por su raza, color de piel u origen nacional o étnico; Alemania castiga los atentados contra la dignidad de los demás mediante insultos, maliciosos o deliberados, que difamen a partes de la población; mientras que Nueva Zelanda a quien amenace con lenguaje insultante o abusivo e incite al odio contra personas sobre la raza, color u origen nacional; Gran Bretaña prohibió el uso de términos o comportamiento abusivos, destinados a fomentar el odio racial; Francia tiene un gran corpus legislativo que penaliza la incitación al odio racial.

Todas estas leyes protegen a minorías étnicas y religiosas en contra de publicaciones que puedan excitar hostilidad o elevar el desprecio público, incluso cuando las declaraciones en cuestión no implican riesgo de violencia inminente. Por lo tanto, se distinguen claramente dos cosas: en primer lugar, actos de violencia o discriminación claramente reprimidos, y en segundo, el insulto o el odio, incluso cuando no están relacionados e improbable de que sean relacionados con la causa inmediata de los actos de violencia y discriminación real.

Oficiosos

Durante un tiempo, defensores oficiosos del gobierno de Mario Anguiano lo enaltecieron a capa y espada en sus aparentes contribuciones políticas y socioeconómicas. Le quedan tres meses y se retirará con otros galardones históricos que sus palafreneros (criados que llevan del freno el caballo) tendrán como misión ocultarlos. Son tan evidentes, que incurrirán en connivencia.

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