En volandas

Lenguaje, tecnología, medios y educación

Por: Rubén Carrillo Ruiz

Las universidades mexicanas están metidas en un embrollo descomunal, más interesadas en ofrecer perfiles para el mercado que en cuidar aspectos esenciales de la formación. La tecnología, por más avanzada y lucecitas que tenga, no sustituye la creatividad, el ánimo e imaginación.

Randy Sparkman, especialista en las consecuencias culturales de los medios y máquinas, considera una serie de habilidades que permitirán viabilidad a las personas en la era digital: leer textos y comprenderlos; discernir y elegir lo que tiene valor entre la multitud de estímulos que ofrece la realidad; pensar independientemente, resolver problemas y generar ideas; expresar esas ideas de forma clara y simple; la conciencia del contexto en que se desarrolla la vida personal; la identificación de las causas que genera el cambio y la percepción de que no todas las cosas de nuestra vida están sometidas a transformaciones de igual velocidad.

Y atribuye a los profesores tres funciones: la formación de alumnos como lectores activos (partiendo de un concepto amplio de lectura), la educación en valores y el desarrollo integral de los alumnos, de su racionalidad, emociones y sentimientos, de su mente lógica, pero también de su intuición y creatividad.

De ahí la urgencia de que todas las instituciones públicas tengan un programa transversal, sin precedente, de acercamiento del libro, enseñanza práctica del idioma y su aplicación en la escritura. En síntesis, el lenguaje es la llave a todo el problema de la educación mexicana. Ni más, ni menos. Y tal fracaso llena de humo cualquier asomo de reforma educativa, ésa sí estructural para el advenimiento de tiempos mejores en México.

Pero también es inadmisible que legisladores, empresarios, académicos y periodistas hablen y escriban con erratas ortográficas. A la vida pública mexicana otro gallo cantara si atendiéramos con flexibilidad y respeto a nuestro idioma.

Por ejemplo, muchas veces las palabras que tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya es demasiado tarde, sostuvo André Gide. Muchos ignoran que una palabra bien elegida puede economizar no sólo cien palabras sino cien pensamientos, según Poincaré. Montaigne supo, antes de que inventaran la mercadotecnia, que la palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha. Y Mark Twain, que la diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga. Pero sí desconocen por completo que la palabra es el espejo de la acción. Y eso Solón de Atenas lo estableció hace dos mil años.

Hace veinte años dos axiomas regían la conducta de los medios: a). quien posea la información ostenta poder, b). la prensa, la radio y la televisión son el cuarto poder. Estos apotegmas rígidos, observados con sabiduría temporal, ya no son perentorios. La red los dinamitó y abrió cauces por donde circulan -con boyas, semáforos, policías de a pie y bicicleta- datos decuplicados, falsos y verdaderos.

La función de los medios de comunicación consiste en dar contenido al alud informativo que se construye durante el día para que el ciudadano no padezca indigestión noticiosa. La única prescripción mediática es el contexto, es decir, el mayor número de elementos sensatos originarios de la información para diferenciar, por ejemplo, qué es propaganda, publicidad y opinión. Quitar velos a los hechos.

Por tal resulta trascendente que los involucrados iniciemos un debate auténtico sobre el ejercicio de nuestras tareas cotidianas y asumamos el grado de responsabilidad. Urge una mirada interior de las tareas cotidianas de los medios, la política y la educación.

La esencia profesional de los medios consiste en ejercer la libertad informativa y expresión frente a los poderes que gobiernan las instituciones y con sus decisiones influyen las vidas y destinos de los ciudadanos. Es necesario tomar distancia crítica de los mismos.

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