El virus no existe vs. El virus sí existe

Crónica sedentaria

Avelino GÓMEZ

Puede sonar grotesco, pero con esto de la pandemia mi reducido círculo social se ha dividido en dos: los que viven atemorizados por el virus y los que no creen en la existencia del mismo. Entre convivir con unos y conversar con otros opté por el distanciamiento. Aún así, es imposible escapar de la dosis periódica de socialización a la que estamos sujetos todos.

Un día a la semana me pongo cubrebocas y salgo al centro comercial a comprar alcohol y a saludar con el codo a quienes creo reconocer a pesar de estar embozados. Otro día incurro en la clandestinidad y me reúno con personas que saludan de beso y abrazo y que dicen estar seguras de que todo esto de la pandemia es un engaño global.

La profusa información sobre los estragos que está causando el coronavirus no es suficiente para ablandar el razonamiento de estos últimos. Y, en cuanto a los primeros, ninguna medida sanitaria parece ser suficiente para contener el contagio y la propagación del bicho. Escuchando hablar a unos y a otros, cualquiera se da cuenta que virus no sólo ataca las vías respiratorias, sino que su sola mención desmantela la ecuanimidad de las personas. No hay punto medio.

Como contradictorio apóstol del fin de los tiempos, un día me propuse convencer a dos amigos de que la pandemia es real y letal. Fue inútil. Antes bien, cuando explicaba el sustento estadístico del distanciamiento social y su conveniente implementación, me acusaron de ingenuo. “Todo esto es una guerra comercial iniciada por China”, me dijo uno de ellos mientras se bajaba un puñado de cacahuates japonesas con un trago de cerveza. “Acuérdate de la película de los Gremlins”, remató.

Mi desconocimiento en materia económica y la referencia cinematográfica me hizo imaginar que, después de la pandemia del coronavirus, vendrá una plaga de criaturas peludas que se multiplican al mojarse y que invadirán las bolsas de valores occidentales. Debo aceptar que me desarmó: contra los gremlins no puedo argumentar nada. Me parecen criaturas adorables.

Quizás los más abiertos a reflexionar sobre la pandemia son aquellos que de verdad temen contagiarse con tan sólo asomarse a la venta. Hasta cierta medida, eso sí. Porque también son inflexibles en ciertas cosas. Hace días sorprendí a una conocida gritoneando en la fila del banco porque, tres personas más allá, uno de los usuarios no estaba respetando la llamada sana distancia. Protegida por el semianonimato que da el traer un tapabocas, se alzó como una pandémica Juana de Arco y disparó la hiriente flecha de su recriminación: “¡Por culpa de gente como usted no vamos a aplanar la curva!”.

En esas estamos. Y a mí, tarde se me hace para que lleguen los gremlins.