Apuntes para un diario de campaña

Crónica sedentaria
Por: Avelino Gómez

Todo empezó como empiezan las historias de los hermanos Grimm. En cuanto el árbitro electoral franqueó la puerta, las y los aspirantes a gobernar Colima alistaron sus huestes y se lanzaron a cazar votantes. Hace diez días de aquel inicio, y ellos y ellas avanzan, cada cual por su lado, encantando y desencantado ciudadanos.

La primera en perder los estribos fue Indira Vizcaíno quien, poseída por un frenesí inusitado, se lanzó a recorrer todos los municipios del estado ese mismo día. Como si no hubiera mañana ni mesura ni cordura. Doce horas dice que tardó en ir y venir, prendiendo la “llama de la esperanza” en cada cabecera municipal. Su desbocada carrera fue desconcertantemente hermosa, como ver a un gato correteando detrás del punto rojo de un haz de luz.

Y luz, eso, fue luz lo que le hizo falta a Leoncio Morán, cuyo recorrido por los caminos de la política siempre dibuja un ocho. Así que, honrando la tradición, programó su arranque de campaña faltando ocho minutos para las doce de la noche. Y lo hizo en la plazoleta de una colonia en Manzanillo. “Gobernaré desde Manzanillo”, sentenció Leoncio Morán ante un grupo de simpatizantes a quienes la oscuridad y las ganas de cenar les acechaba. ¿Qué obsesión tiene Leoncio por el ocho? Es un signo numérico que se enreda en sí mismo, confundido. El ocho quiere parecerse al signo del infinito, mismo que es, ya se sabe, una idea que nunca acaba.

Y no acababa Leoncio de irse de esa misma colonia de Manzanillo, cuando llegó Mely Romero a “escuchar” las necesidades de los porteños. Previamente, también había ido a otra colonia de la ciudad de Colima a hacer lo mismo: a escuchar, y a tratar de convencer que representa una alianza política que quiere (pero no puede) funcionar. Pero, qué buena aspirante es Mely Romero. Tiene una claridad discursiva que, lastimosamente, se opaca y corrompe ante la sombra de un pésimo gobierno priista y la anormal cercanía del panismo y del perredismo. Cuando la campaña termine, algunos recordarán que quisieron (pero no pudieron) votar por Mely Romero.

Romero, eso es: manojos de romero vendía una mujer en el mercado de Manzanillo, allí donde Virgilio Mendoza arrancó su campaña la mañana del domingo. ¿Dónde más podía arrancar un aspirante porteño si no en un lugar simbólico para los propios porteños? Es curiosa la relación entre los costeños y Virgilio. En unas elecciones lo han abrazado y en otras le han volteado la cara. Pero él los procura, ambos se procuran. Ahora, en su campaña estatal, parece que hay miel entre ellos. Y su ligereza de trato y sangre liviana apenas la están descubriendo los electores de otros municipios. Su discurso, que apunta a necesidades inmediatas, llama la atención. Es un aspirante necesario. Así, va sumando. Suma simpatizantes y suma a otros actores políticos. Inquieta pensar que pueda llegar el día en que, a su campaña, se sume el caballo de Mario Anguiano.

¿Un caballo? Qué idea. En caballo de hacienda debió ir Claudia Yáñez si su candidatura hubiera sido por el partido que hace tres años la engulló, pero que en esta ocasión la regurgitó. Yáñez empezó su campaña en lunes, en un parque de Colima capital. Ahí arengó a sus simpatizantes, entre los que se encontraba una botarga de la pantera rosa. Luego se subió a un auto descapotable (la aspirante, no la botarga) y se fue a recorrer, mesurada pero ruidosamente, las calles de Colima y Villa de Álvarez. Uno o dos días después haría lo mismo en Manzanillo, pero esta vez se subió a un trailer para recorrer las calles del puerto. Después de eso la perdimos de vista.

Así como también perdemos de vista, por momentos, a Evangelina Bañuelos y Aurora Cruz. Ambas aspirantes se han puesto la camiseta de sus respectivos partidos, aunque tal cosa no signifique algo bueno para ellas. Sin embargo van y vienen por comunidades y colonias. Lanzan discursos, pero también escuchan. Escuchar es, quizás, lo mejor que se les da. Y eso les favorece: en estos tiempos todos quieren ser escuchados.

Así empezaron las campañas. Y así mismo van. Nada sorprendente sucede todavía, salvo algunos pequeños giros inesperados que aún no se reflejan en el ánimo de los electores. Han pasado diez días apenas. Lo inimaginable está por suceder.