Ahora en manos rebeldes, Misrata busca volver normalidad

El coronel de la policía Hisham Dweni sabe que el sentimiento de espíritu comunitario en la ciudad libia de Misrata, ahora controlada por rebeldes, sólo durará hasta cierto punto.

Dentro de poco tiempo, los hombres que atienden el mostrador central lleno de agujeros de bala en la estación central de la policía necesitarán cobrar.

«Sabemos que el NTC (Consejo de Transición Nacional, por sus siglas en inglés) no tiene mucho dinero. Pero esperamos recibir algo, pronto», dijo Dweni, un fornido investigador de la policía de 43 años en la ciudad de la costa mediterránea.

El oficial estuvo entre las decenas de oficiales de policía que el mes pasado respondió a la convocatoria de la autoridad rebelde provisional de Misrata para regresar a trabajar, de forma gratuita.

Semanas después de haber sido escenario de algunos de los más sangrientos enfrentamientos de la guerra libia, Misrata está volviendo a ponerse en pie gracias al trabajo de voluntarios y a un profundo sentimiento de orgullo en lo que solía ser un afluente centro comercial.

Los líderes del consejo rebelde lo describen como el nivel de servicio mínimo que podría esperarse, dada la lucha que continúa en tres frentes cerca de la ciudad entre las fuerzas de Muammar Gaddafi y los insurgentes que tratan de acabar con su Gobierno de 41 años.

La mayoría de las empresas de servicios públicos están funcionando gracias a que sus empleados trabajan de forma gratuita, y padres involucrados han vuelto a abrir un número de escuelas a tiempo parcial para mantener a sus hijos ocupados.

Pero los funcionarios dicen que pronto necesitarán dinero.

«La idea es asegurarse de que la basura no se acumule, que las calles estén limpias, pero no es la reanudación de los servicios normales», dijo Saddoun El-Misurati, miembro del consejo de la ciudad y nativo de Misrata que estudió en el barrio londinense de Chelsea.

Gran parte de la iniciativa es puro artificio para una ciudad que ha sido destrozada.

Detrás de árboles que aún conservan su forma delicadamente recortada, los edificios han sido bombardeados hasta quedar irreconocibles.

Ahora, la policía dirige el tránsito en ciertas intersecciones con mucho movimiento, desarmada pero uniformada. Con tantos jóvenes luchando en el frente, los delitos graves son inusuales, dijo Dweni.

Dweni pasa gran parte de su tiempo tomándoles declaración a soldados del Gobierno capturados, o mediando en pequeñas disputas entre vecinos.

ECONOMIA PARALIZADA

«Los traemos aquí, ellos se dan la mano, y se van», indicó. El funcionario sale a las 15.00 horas para recoger a sus hijos de la escuela.

Misrata tendría dificultades para hacer más, dado el número de hombres – incluyendo a muchos profesionales formados – que se encuentran en el frente, y los miles de trabajadores migratorios que huyeron en botes, algunos bajo fuego de artillería durante los peores días del asedio.

El éxodo de trabajadores del Africa subsahariana ha desprovisto a partes de la economía de mano de obra, en particular la agricultura y la construcción.

«La huída de la mano de obra extranjera ha paralizado algunos sectores de la economía», dijo Khalifa Zuwawi, un ex juez que ahora preside el consejo rebelde de la ciudad.

«Tenemos suficientes voluntarios para ofrecer servicios públicos», agregó.

El funcionario pidió que Occidente cediera a los rebeldes los miles de millones de dólares depositados en el extranjero por el régimen de Gaddafi en cuentas bancarias ahora congeladas, «para que podamos pagarles a estas personas».

En una escuela del centro de Misrata, padres y residentes locales están dando clases de computación, música y dibujo. Caricaturas de Gaddafi están llenando gradualmente las paredes.

«Encontrar gente para trabajar no es problema, sino encontrar el dinero para mantener la escuela y el dictado de clases», dijo Shukri Abdullah, de 52 años, un ex gerente de hotel que se hizo cargo de la dirección de la escuela.

Afirmó que hasta ahora se las había arreglado con donaciones de los residentes más adinerados de Misrata, hace mucho una de las ciudades más prósperas de Libia.

«No luchamos por dinero», dijo Adnan Meatek, de 42 años, quien solía trabajar para la compañía libia de seguros antes de que francotiradores leales a Gaddafi ocuparan sus oficinas en el centro de Misrata y éstas fueran destruidas casi por completo en los enfrentamientos para expulsarlos.

Ahora da clases de arte para niños tres días por semana, y espera hacerlo todos los días.

En la calle, un plomero llamado Ahmed Abdullah fijaba una cañería de agua. Aseguró que no cobraba desde enero.

Con información de Reuters

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