“Ya no es novedad, pero llueve”

Crónica Sedentaria

Por: Avelino GÓMEZ

Hace casi veinte años, el poeta Jorge Vega escribió una crónica que inicia con esta frase: “Ya no es novedad, pero llueve”. Recopilado en su libro “Crónicas” (2003), el texto retrata una tarde de lluvia en Colima: “La avenida Felipe Sevilla es un río de agua y luces”, dice Jorge Vega. Y luego consigna lo que sucede con la ciudad y sus habitantes mientras las calles y aceras se llenan de charcos y “caen gotas enormes como canicas”.

Recordé esta crónica luego de ver, en los portales de noticias, las imágenes de la tormenta que azotó la ciudad durante la tarde de ayer. Hoy, los titulares de los periódicos impresos hablan de eso. Del desbordamiento de los ríos, de los árboles caídos y los daños materiales. En una ciudad que crece a las faldas de un volcán y junto a veneros naturales, sus habitantes no dejan de asombrarse por la fuerza que puede tomar una correntada de agua.

Un usuario en las redes, indignado tal vez, escribió que la parecía “increíble” que se sigan inundando los mismos lugares y calles de Colima en cada tormenta. Sobre todo porque se han hecho, una y otra vez, obra millonarias para evitar tal situación. Algo hay de eso, pero no lo es todo. Administraciones de gobierno llegan y se van, pero las inundaciones y el desbordamiento de los ríos regresan con cada buena lluvia que se asoma por estos rumbos.

“Ya no es novedad, pero llueve”. De poco o nada sirven los millones de pesos que se han invertido, y se invertirán, en tratar de evitar las venidas de agua en las avenidas, o el escape de ríos y arroyos. No hay solución posible, no hay escape.

Y todavía hoy, los habitantes de esta ciudad habrán de hablar a la hora del café, o en la sobremesa, de lo que una lluvia puede hacer y deshacer. Y buscarán culpables, y propondrán soluciones y se quejarán, sabiendo que sus quejas fluirán, también, hacia las bocas de tormenta, hacia los resumideros pluviales.

Ya no es novedad, pero nos inundamos; el agua de lluvia arrastra autos, derriba árboles, arranca gritos de sorpresa y miedo, desdibuja las calles y pone en la gente ese rostros serio de las circunstancias. Tras una tormenta como la de ayer vienen las quejas —adelantaba ya en entonces Jorge Vega en su crónica—: quejas de la lluvia, de la sequía, del calor, de los mosquitos, de la vida.

Ya no es novedad, pero quejarse de la lluvia es quejarse de la vida.