Vida y muerte

SOCIALIZANDO DATOS

Por: Balvanero Balderrama García

A Mauro, Juanita, Angélica… a todas y todos

La ausencia física de quienes han sido no solo queridos, amados, sino entrañables, presenta un quiebre en la vida personal y familiar; un punto de inflexión, un antes y un después. Preservando su memoria siguen aquí.

Diferentes son las maneras en que las familias recuerdan a quienes se “han adelantado en el camino”. Las fechas de cumpleaños, el aniversario del fallecimiento, suelen ser dos fechas que siguen presentes, de alguna manera, en las dinámicas familiares de preservación de la memoria y la obra. Seguramente habrá algunas más.

En nuestro país, son de especial importancia los días 1 y 2 de noviembre. El primero se conmemora a Todos los Santos, celebración religiosa, cristiana, que tiene su propio ritual al interior de las iglesias. En el segundo día del undécimo mes del año, se celebra una de las mayores festividades en nuestro país: el día de los Fieles Difuntos, Día de los Muertos; celebraciones cargadas con un gran simbolismo y sincretismo.

Los elementos que se utilizan son variados, así como su simbología; se entremezclan: veladoras, calaveras de dulce, la flor de cempasúchil (de un colorido naranja y amarillo), papel picado, copal, agua, frutos, semillas, comida y bebida, objetos personales, cruz, sal, entre otros.

Altares se levantan –sencillos y con magnificencia- en centros educativos, dependencias públicas y privadas, cementerios, casas, espacios públicos, aquí y allá; son objeto de concursos a lo largo y ancho del país. Es una tradición muy extendida, que el pueblo de México ofrece al mundo, de tal manera que la UNESCO la declaró en el 2008 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Todo nuestro país puede ser un alar; haciendo recuento no de la muerte por causas naturales o accidentales, sino por la extrema manera de negar la vida: el homicidio; cifras del INEGI para el 2018 contabilizan 35 mil 964 homicidios en el país; 682 de los cuales registrados en estas tierras colimenses.

Esta manera en la que el mexicano enfrenta la certeza de la muerte, peculiar desde la perspectiva de Octavio Paz (1950) “… Somos un pueblo ritual…”, la desmenuza, la analiza, profundiza en su obra El Laberinto de la Soledad.

Hay diversas maneras de enfrentar esa muerte, no es posible disociar vida-muerte, ello termina cobrando facturas. De Nezahualcóyotl –el Tlatoani de Texcoco, el poeta-, a propósito de esta fecha, comparto esta poesía, de flor y canto:

No acabarán mis flores
No acabarán mis flores,
No cesarán mis cantos.
Yo cantor los elevo,
Se reparten, se esparcen.
Aun cuando las flores
Se marchitan y amarillecen,
Serán llevadas allá,
Al interior de la casa
Del ave de plumas de oro.

balvanero@gmail.com