RECUPERAR VALORES (Andrés Openheimer: La educación, algo muy serio para dejársela a los políticos)

TAREA PUBLICA
Por: Carlos OROZCO GALEANA 

Desde Manzanillo llega el clamor con  sentido de urgencia para recuperar los valores humanos, morales y sociales cuya práctica se ha extraviado  los últimos años.

Es el padre José Rodríguez Chávez, fundador de la casa hogar Liborio Espinoza, situada en Valle de las Garzas en Manzanillo,  quien emite  esa convocatoria. La hace porque la vida ahí se ha complicado y se requiere el impulso de políticas públicas de pacificación que tienen que ver con la necesaria conversión de todos y con la adopción de conductas humanas constructivas.

Lo que está viviendo este sacerdote en el puerto es una experiencia sin igual, la violencia sigue enseñoreada ahí y no tiene para cuando parar. La sociedad es rehén de personas deshumanizadas que no comprenden el valor de la vida ni el respeto o el cuidado que todo ser humano debe guardar a otro. El odio es la divisa ahí. Satanás reina.

Esa desfiguración moral  subsiste en el resto del territorio estatal. Concluyentemente, el Estado tiene que emplear su naturaleza coercitiva para que la paz y la armonía no sean una ficción sino una realidad en el corto plazo. El objetivo más preciado es que las personas aspiren a mejores condiciones de vida  con la realización de gestiones adecuadas de su destino y con hábitos  que permitan generar  confianza para el buen vivir.

El presbítero toca un punto esencial en el ambiente de relaciones humanas al detectar   que los padres de familia tienen que cuidar más y mejor a sus hijos, inculcándoles valores  y  ser más responsables en su conducción “para recuperar los valores perdidos, la sociedad honesta, trabajadora, sociable y pacífica que éramos.”

Esta es una tarea compleja. Los últimos tiempos, ante las necesidades materiales, los padres se han apartado de ciertos deberes y dejado a sus hijos al garete esperando que la escuela haga milagros y los convierta en buenos ciudadanos como por arte de magia. La incorporación de las madres de familia a actividades productivas fuera del hogar, ha apartado a los hijos de la atención y el consejo necesarios.  Y además, los medios de comunicación han interferido en que las nuevas generaciones adopten modelos de conducta y de consumo que no abonan al perfil de una persona integral.

Recuérdese que la escuela dota de conocimientos, pero es en los hogares donde ha de surgir la gente buena, la que entienda cuál es su misión en la vida, los buenos proyectos personales; ahí se enseñarán los valores más preciados como el respeto por la vida, la humildad, la honestidad, la sencillez, la autenticidad, la gratitud, la sinceridad, entre otros. Pero ojo: deben ser los padres los que pongan el ejemplo y no se circunscriban a las palabras sino que prediquen con el ejemplo. El bla, bla, bla, no basta, no convence, como adultos que somos tenemos que dar ejemplos de rectitud , ser honestos y que además lo parezcamos. Los hijos tienen una inteligencia inigualable, se dan cuenta del terreno que pisan en la familia y saben detectar fácilmente cuando los padres dicen una cosa y hacen otra.

De esa manera, desde la familia, se estaría contribuyendo a lograr una sociedad de valores, así como en Dinamarca, país muy dado a tomarse como ejemplo de vida por el tipo de personas que la habitan.     Seguro que las tareas del Estado serían menos complicadas si  cada hogar  aporta un buen ciudadano.

Pero eso es harina de otro costal. El Estado tendría que desarrollar una política de largo alcance: promover la concientización de los ciudadanos para que participen en las actividades políticas y  sociales. Se requiere gente activa, con valores sociales bien vividos  y aplicados,  un ambiente fraterno de respeto a la voluntad de todos,  menos clientelismo partidista, más educación, votar en forma correcta por quienes nos representan para que haya gobiernos mejores y no nos quejemos por habernos equivocado y tengamos que esperar largos seis años para recuperar el rumbo. Así,  tendremos luz y no la oscuridad reinante de hoy. De pasada, pondremos nuestra  mirada en la conducta de las personas que toman en nuestro nombre decisiones públicas y podremos pedirles que se hagan a un lado cuando no puedan con sus encargos.

Pero no solo es el clérigo Rodríguez Chávez quien hace ese llamado de recuperación de nuestros valores. Es la misma iglesia católica y un sinfín de organizaciones lucrativas y no lucrativas la que clama por   una conversión capaz de modificar la situación de hoy en lo general. Ya se está comprobando que la violencia tiene raíces profundas y que no será fácil erradicarla con más policías, patrullas, armas sofisticadas  o tanquetas. El crimen se las ingenia para burlar una y otra vez las acciones preventivas.

Vuelvo a Andrés Openheimer, autor de una frase que se me quedó grabada: la educación es algo tan serio como para dejársela a los políticos. Y ya lo estamos viendo,  ha habido decisiones en este ámbito que nos han desmoralizado, que nos han dañado, que se han tomado a la ligera; y la pandemia por su parte  nos ha arrinconado y no hay todavía cálculos sobre los efectos perniciosos de nuestra educación, aunque se advierte que nos hemos retrasado al menos 20 años respecto a países desarrollados.

La recomposición moral pasa por cada uno y no se logrará con tan solo desearla o  recomendarla o por arte de magia.  Es la sociedad políticamente organizada a la que le corresponde incidir en un cambio de conciencias conjuntamente con los ciudadanos, quienes  han de dar una respuesta cabal a las decisiones que se tomen desde el poder, siempre y cuando estas permitan un crecimiento de nuestra democracia.