MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD

Misión de la universidad

Juan Carlos Yáñez Velazco

Una conferencia presentada el 8 de octubre de 1930 se convirtió años más tarde en libro imprescindible en temas universitarios para estudiantes y especialistas. Me refiero a “Misión de la universidad”, del filósofo español José Ortega y Gasset.

La conferencia fue organizada por la Federación Universitaria Escolar de Madrid, una asociación de estudiantes conformada poco meses atrás. El tema eran “asuntos de reforma universitaria”, en momentos políticos que gestaban la Segunda República española.

Jacobo Muñoz, editor del libro, explica que aquella conferencia inicial luego se tradujo en una serie de siete colaboraciones en el periódico “El Sol”. Reunidos bajo el sello editorial de Revista de Occidente se publicó como libro en la capital ibérica en 1936.

“Misión de la universidad” contiene una propuesta radical para la reforma universitaria, pero no circunscrita al ámbito pedagógico. Una de las ideas principales que propone el autor es que Estado y universidad deben ser reformados, que su cambio es ineludible, pues ambas instituciones “son máquinas maltrechas por la usura del uso y del abuso.”

El filósofo madrileño entendía con claridad que una reforma de la universidad sin cambiar el Estado era inviable, porque la transformación de la institución educativa sin afectar otras variables no garantizaba la eficacia del proceso.

 

La raíz de los males

 

El origen de buena fuente de los males, la raíz, dice, es la chabacanería: “la falta de decoro mínimo, de respeto a sí mismo, de decencia en el modo de ejercer el Poder público su peculiarísimo y delicado oficio.” Respecto al Estado explicita: “se comporta con los ciudadanos chabacanamente, permitiendo unas veces que éstos no cumplan las leyes, o viceversa, aplicando él mismo sus propias leyes de modo fraudulento, engañando al ciudadano con la ley misma.”

La chabacanería en la universidad se puede ilustrar con una nota a pie de página: “Desde hace años he tenido que buscar un sitio fuera del edificio universitario porque los gritos habituales de los señores estudiantes, estacionados en los pasillos, hacen imposible entenderse dentro de las aulas.” Parece nimiedad, pero evidencia síntomas de descomposición.

En el combate a la chabacanería es fundamental definir la misión de la universidad, recordarla o regresar a ella. La reforma debe encauzarse con precaución: “la reforma universitaria no puede reducirse a la corrección de abusos, ni siquiera consistir principalmente en ella. Reforma es siempre creación de usos nuevos. Los abusos tienen siempre escasa importancia. Porque una de dos: o son abusos en el sentido más natural de la palabra, es decir, casos aislados, poco frecuentes, de contravención a los buenos usos, o son tan frecuentes, consuetudinarios, pertinaces y tolerados que no ha lugar a llamarlos abusos.”

Desliza crítica aguda sobre el uso inapropiado de la expresión “cultura general”, porque la cultura, afirma, no puede ser sino general: “No se es ‘culto’ en Física o en Matemáticas.” De allí se infieren argumentos para muchos cuestionamientos en la actualidad, por ejemplo, a la expresión “cultura de la evaluación”, que además constituye un contrasentido: ensalza un instrumento de control, contrario al espíritu de la cultura.

 

Lo que también la universidad debe ser

 

El breve capítulo VI, lo que la universidad tiene que ser “además”, es un resumen magistral de su concepción; veamos algunos preceptos:

-La universidad es, stricto sensu, la institución que enseña al estudiante medio a ser un hombre culto y un buen profesional.

-No tolerará –la universidad- farsa alguna.

-Se evitará que el estudiante medio pierda parte de su tiempo creyendo que va a ser un científico.

-Las disciplinas de la cultura y los estudios profesionalizantes serán ofrecidos en forma pedagógicamente racionalizada.

-La universidad reducirá el aprendizaje al minimun en cantidad y calidad, pero será inexorable en la exigencia con los estudiantes.

Si se lee a pie juntillas no toda la obra es aplicable o vigente en nuestra época. Varias de sus ideas son objeto de cuestionamiento (como la creación de una Facultad de Cultura)  y la polémica abunda si se lee con los ojos del siglo XXI. Así resultará, por ejemplo, cuando escribe: “No se debe enseñar sino lo que se puede de verdad aprender”. Su afirmación es una crítica a la pedantería o la insustancialidad -la chabacanería-, pero de paso exhibe un elemento en su obra: elitisimo y cierto desdén hacia la capacidad de los estudiantes. ¿O son acaso las complicaciones epistemológicas las que lo llevan a la afirmación anterior?

En el prólogo, Jacobo Muñoz concluye que desde la conferencia que originó el libro hubo muchos intentos de reforma en España, ninguno inspirado en ideas como las de Ortega y Gasset. Y nos advierte que uno de los méritos principales de “Misión de la universidad” es que se trata de una “reflexión no meramente retórica ni autojustificatoria sobre el sentido y función de la propia universidad.”

 

La universidad es una atmósfera

 

Concluyo con la definición más iluminadora que encontré en la obra: la universidad es una atmósfera cargada de entusiasmo y esfuerzo.

Ortega y Gasset murió el 18 de octubre de 1955 en Madrid, luego de vivir en París, Holanda, Argentina, Portugal y Alemania, pero su obra es una referencia valiosa para pensar la universidad y pensarnos dentro de la universidad.

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