Madres colimenses defienden el uso de la violencia para educar a sus hijos

Colima.- Un sondeo de AFmedios por algunas colonias de la capital colimense (Gustavo Vázquez, Mirador de la Cumbre, El Tívoli) detectó que las madres de familia son proclives a golpear, gritar e insultar como forma de educar a sus hijos.

De las 10 madres a las que esta agencia de noticias consultó, ocho consideran que nalgadas, cinturonazos, bofetadas, jalones de cabello, gritos e insultos son útiles y necesarios para guiar a los hijos; las otras dos se oponen rotundamente a estas acciones.

“Es que no hacen caso, le juro que no hacen caso. No puede una andar gritándoles todo el tiempo, yo por eso me los friego con el cinturón, o una vara. Una se cansa todo el día y los chiquillos jode y jode: que ya se cayó uno, que ya le pegó el otro. ¡Ay, Dios! Yo con eso me los pongo quietos”, dice Judith, madre de tres hijos, ama de casa, de aproximadamente 35 años.

Rosa María, de 19 años, madre de un niño de tres años, le ha pegado cuatro o cinco veces a su hijo, pero, argumenta, sólo es para impedirle que haga cosas peligrosas para él.

“Le pegué un día que estaba queriendo meter los dedos en el enchufe, una vez que prendió la licuadora, y un día que se iba a cruzar la calle solo”.

Leticia, Gabriela y María no les pegan en sus hijos: en la dinámica de sus respectivas familias, el padre es el responsable de la violencia física. Ellas se limitan a amenazarlos y gritarles.

“Si acaso les doy una nalgada o un jalón de greñas, o una cachetada, pero mi esposo es el que se los fiega con el cinturón cuando llega de trabajar si no están bañados, o si no terminaron la tarea”, explica Gabriela.

Leticia y María les suministran a sus respectivos cónyuges información sobre las acciones u omisiones del día que hicieron a sus hijos merecedores de sanciones físicas.

“Yo sí pendejeo a mis hijas cuando no hacen las cosas bien, o les digo ‘cabronas, hijos de la …’ cuando se están portando mal. Pero nunca les pego, eso sí que no. Ni una sola vez les he pegado aunque me lleve la chingada. Sí las he castigado mucho, pero ya casi no, ya aprendieron que conmigo se hacen las cosas derechitas”, explica Rocío.

Mientras que Laura, madre soltera de 21, dice que a ella no le gusta pegarle a su hijo de cinco años, pero está obligada a presenciar que ocasionalmente el abuelo o la abuela lo castiguen con golpes.

“Son manazos o cinturonazos, y poco. Yo no me meto cuando mi mamá o mi papá le pegan o regañan a mi hijo, es para que aprenda a portarse bien; pero yo nunca le pego”.

Alma, de 52 años, es firme defensora de los castigos físicos.

“Hay mucho sicario porque sus papás no les dieron una buena … a tiempo. Hacen lo que quieren, se portan como quieren, no respetan a nadie. Mire mis hijos: puro cabrón trabajador. Ah, cómo lloraban cuando les pegaba, pero mire qué bien educaditos me salieron: uno licenciado, el otro plomero, y la otra enfermera”.

Rocío (aclara que no es su nombre verdadero) es de la misma opinión que Alma; aunque dice que eso lo aprendió demasiado tarde.

“Tengo dos hijos en la cárcel, por pleitos y drogas y sabe qué cosas más. Y eso me pasa porque casi nunca les pegué, ahorita ya es tarde. Pero a mis nietos sí me los friego para que aprendan a no ser como sus tíos”.

Pero en el hogar de Daniela y Marcela, los golpes, los gritos y los insultos están proscritos. La primera explica que como psicóloga está consciente de las consecuencias de la violencia ejercida por las madres, y que procura en todo momento ser consciente de la forma en la que las educa.

“Ellos no tienen la culpa de las frustraciones que nosotros acarreamos, y no tenemos por qué desquitarnos; porque es eso, un desquite. En la mayoría de los casos es una mentira que sea por educarlos, es porque no sabemos cómo canalizar el enojo”.

Marcela, por su parte, en su infancia fue golpeada decenas de veces por su madre, y unas cuantas veces también por su padre: cinturones, varas, chicotes y mangueras le enseñaron a odiar profundamente cualquier forma de violencia, y de, ocasionalmente, odiar en secreto a sus progenitores cuando recuerda la violencia que le infligieron.

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2 COMENTARIOS

  1. El periodismo de investigación me parece que exige toma de muestras más significativas. Sustentarse en la entrevista de diez personas para emitir una conclusión me parece cuando menos, aventurado; sobre todo si el resultado lo emiten con la generalidad: «madres colimenses». Saludos.

  2. Nunca está de más un cinturonazo para que los jóvenes no se salgan de línea, sin embargo, siempre en el momento en el que se comete la falta y no hacerlo como salida para nuestras frustraciones, es bueno saber en qué momento ya no se comprende con palabras y tomar un cinturón y darle tres bien dados sin llegar a los extremos claro está.

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