EN VOLANDAS

Inundación de campañas

Por: Rubén Carrillo Ruiz

En cualquier traslado vehicular o peatonal (súmese el auditivo) por toda la geografía estatal nos secuestraron la publicidad y propaganda de aspirantes a puestos electivos. Esta retención durará otros dos meses y, como sociedad, estaremos confiscados al pago de un rescate. Dudo que alguien se arriesgue, así que la deriva será nuestro sino resignado.

Somos rehenes de eslóganes en su mayoría nulamente propositivos, sin asiento en la situación grave de la entidad y el país, carentes de entusiasmo real para que se recupere la credibilidad y la política sea mecanismo constructivo, antes que arrasador de esperanzas colectivas. Ahí estribará la conexión con los escépticos, indecisos y aquellos que anularán el sufragio o quedarán dominicalmente en sus casas haciendo cosas mejores que los comicios.

La propaganda asume lo bonancible, casi nunca los problemas reales de los ciudadanos. Jamás la crisis profunda, sin precedentes inmediatos. Más allá de lo económico, en la raíz del problema está el sistema de creencias y convicciones democráticas que repercuten en la dignidad humana.

En esta hora, como votantes, resulta importante preguntarnos qué podemos hacer para enfrentar esa situación tan delicada que amenaza con rebasarnos si, como ciudadanos, eludimos retos y compromisos, que eviten que la política siga en el descrédito.

Aunque la transición democrática abarque ya tres generaciones, exista alternancia ideológica, los partidos visualicen su presencia en los medios, lo grave, delicadísimo, consiste en que a este país y entidad están por llevárselo la desgracia y hundirlos en la desesperación incontrolable, debido a la corrupción galopante (en Colima hay casos explícitos: una década perdida en muchos rubros) e incumplimiento sistemático de promesas: que alguien me explique por qué algunos alcaldes son candidatos si no cumplieron lo básico en su municipio, es decir, servicios públicos de calidad; y ciertos diputados quieren los ayuntamientos si en el Congreso nunca presentaron una iniciativa, menos tomaron la tribuna para defender a sus representados.

La ilusión óptica es que la democracia es destino irreversible, pero la construcción de ese camino, en los últimos 25 años, se enmarca en un proceso lleno de obstáculos en todos los órdenes de la vida pública. En ese transcurso nuestra historia sociopolítica pasó de la rigidez ideológica a la pluralidad partidista y del centralismo a una apertura federalista inacabada.

En la sordina de los medios de comunicación están las reformas estructurales cuyos beneficios se complican para el bienestar generalizado; las otras posibles formas de organización política, la credibilidad de los órganos electorales, la inseguridad pública y candidaturas ciudadanas. Sin embargo, somos incapaces de sortear los obstáculos y acertar en la construcción democrática auténtica, aunque la modernidad no sobreviva sin tradiciones políticas y culturales, hoy en estado de sitio.

Sin excederme en el pesimismo, creo que la crisis generalizada no debe inmovilizar el pensamiento, menos la acción. Las crisis son, también, oportunidad para ampliar los derroteros de participación y proponer caminos.

También tengo certeza en que la democracia está sujeta a la corrupción cuando sus principios ─la libertad e igualdad─ se vuelven dogma irreflexivo, que corroe las tradiciones, las instituciones de autoridad y los presupuestos espirituales que nos permiten vidas libres, civilizadas y honradas.

La democracia tiene enemigos que tratan de socavar las tradiciones políticas y culturales, ignorando el hecho de que estas mismas tradiciones son sus fundamentos. La idea de democracia jamás es suficiente en sí misma y como abstracción pura o ideología corre peligro de convertirse en enemigo mortal de la libertad y dignidad de los seres humanos. La democracia es tensión fecunda y debemos teorizar sus razones prácticas para la convivencia ciudadana.

¿Escribir bien, tarea imposible?

Un imperativo para todos los sistemas de cobertura de los aspirantes a cargos electivos consiste en que sus mensajes observen, mínimamente, consistencia léxica, morfosintáctica y ortográfica, acordes con la evolución lingüística reciente, sobre todo con la instantaneidad informativa y noticiosa. Aburren los boletines de prensa (género muerto y, por tanto, ineficaz) chapados con la gramática de hace 30 años, idénticas muletillas, mismas prótesis. Van sugerencias para el mejoramiento comunicativo.

Robert D. White en su libro Trial and Tribulations: Appealing Legal Humor, escribió sobre las desafortunadas características de la escritura:

Nunca digas con una palabra lo que puede decir con diez.

Nunca use una palabra cotidiana cuando lo pueda decir con una complicada.

Nunca haga una afirmación sencilla cuando aparezca una de sustancialmente mayor complejidad que logrará objetivos comparables.

Nunca use el castellano cuando, mutatis mutandis, pueda decir lo mismo en latín.

Califique virtualmente todo.

No tema repetir. No tema repetir.

En los escritos, lo que es defendible debe escribirse; lo que es indefendible pero usted desea que lo fuera, debería simplemente sugerirse.

Si una persona ordinaria puede leer un documento de principio a fin sin quedarse dormida, reescriba.

Preocúpese por la diferencia entre “que” y “el cual”.

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