EN VOLANDAS

Volver siempre, Gardel

Por: Rubén Carrillo Ruiz

Hace ochenta años Gardel se convirtió en mito y, como dicen los bonaerenses, canta cada día mejor. Un accidente aéreo en Colombia cortó su aliento y una gira que contempló a México.

Lo sé de cierto: esa música acompaña mi vida desde hace cuatro decenios. Aún conservo un viejísimo caset Sony (rojo, por cierto), de 1977, con tangos célebres del Zorzal, los compuestos por Alfredo Le Pera, sin lunfardo (jerga hampesca, arrabelera e italiana). Esa música llegó para quedarse en mi dilección, nostalgia y amores en plena dictadura militar y campeonato de futbol, donde México quedó en los últimos lugares, como siempre.

Ni reencarnando diez veces podré bailar el tango, debido a imposibilidades de diseño corporal, ritmo y dos pies izquierdos. Sin embargo, Carlos Gardel fue el diapasón para aquerenciarme de ese género, pensamiento triste que se baila, según la definición de Discépolo, uno de los grandes poetas argentinos que aportó letras al mismo.

Tres países se disputan el nacimiento de Gardel: Francia, Uruguay y Argentina. La patria más falsa, para mí, es la de Tacuarembó (aunque se contraríen los montevideanos). Es más, podría parangonarse la propiedad del morocho del Abasto (como también se le conoció) con el volcán de Colima, que, aunque está en Jalisco, se le conoce mundialmente como nuestro, aunque cause ardor a los tapatíos.

El 24 de junio de 1935 Gardel quedó calcinado cuando a su avión le cayó otro, en Medellín. Apareció una bala entre sus restos, que originó la leyenda de sus diferencias con Alfredo Le Pera y forcejeos previos al percance fatal. Ese disparo lo recibió en una reyerta callejera cuando era muy joven.

Zabludowski es el coleccionista mayor de los discos originales de Gardel. Hace meses conseguí los 50 compactos de todas sus grabaciones. Uno llamó mi atención: sus interpretaciones en francés, quizá la seña de su origen auténtico.
Siempre asocio el tango con el tiempo dictatorial, exiliados, literatura y poesía. Y la evocación de un tiempo que anima mi presente.

Diccionario de los sentimientos

Otra sorpresa mayúscula en mi vida fue el encuentro con el Diccionario de los sentimientos, que José Antonio Marina, el sugerente filósofo español, escribió para cartografiar, erudita, etimológicamente, la condición humana; tan cuadriculada, que inventó un personaje extraterrestre, Usbek, curioso, para entenderla.

Este protagonista sideral (en voz autorizada del lingüista) recorre la historia del español (y otros idiomas), rastrea los orígenes de las emociones y plasma un lienzo que me conmocionó.

Dice Usbek: “Al ser humano le pasan muchas cosas. No actúa ni movido por la química ni movido por los conceptos. Conoce su entorno y es afectado por él de manera estrepitosa. Huye de unas experiencias y se precipita hacia otras. Rechaza aquéllas y quiere identificarse con éstas. El diccionario, que es la caja de herramientas para tratar lingüísticamente con la realidad, contiene muchos términos que indican agrado o desagrado, placeres y dolores, bienestar y malestar.”

Y empieza a desgranar la mazorca de los ejemplos: una tercera parte de las lenguas del mundo designan la pupila del ojo con palabras que tienen el significado de «personas pequeñas» (en castellano, pupila y niña).

El personaje sideral decide aprender “todo lo que pueda acerca de cómo sienten los humanos, utilizando sus diccionarios”, aunque resulte difícil decir el número de sentimientos que hay en una lengua: “hay culturas que sienten poco interés por los procesos psicológicos y la introspección parece ser propia de los países occidentales. En las culturas poco dadas al abismarse íntimo, los términos emocionales suelen ser muy escasos.”

Más atento que muchos terrestres, Usbek tiene claro que en “los humanos los sentimientos son algo que sucede en la intimidad” y esta palabra procede del latín intimus, superlativo de interior, es decir, «lo que está más dentro más al fondo».

Las campañas políticas recientes fueron un gran laboratorio lingüístico. Las palabras —que entrañan emociones y sentimientos— hamacan sentidos, buscan precisión conceptual y aspiran a la persuasión ideológica. Los mensajes políticos, sobre todo en tiempos convulsos, tienen en la mira a la condición humana, valores y expectativas.

Por eso, no me causa extrañeza que, en el caso particular de Colima, la estructura sintáctica posea descuidos elementales que alejan a los vocablos de su procedencia. Muchos publicistas ignoran básicamente la etimología, de ahí que, en ocasiones, los eslóganes que quisieron enlazar con el votante potencial carecieron de estructura.

Darwin fue el primero que trabajó en las emociones. Según él, tienen su origen en la evolución de las especies y su comprensión pasa por los sustratos biológicos. Aunque todavía no existe respuesta unánime, los investigadores parecen estar de acuerdo en cuanto a retener las fundamentales: alegría, sorpresa, tristeza, ira, miedo y asco.

El lenguaje sirve para comunicar ideas, compartir sentimientos, promover el entendimiento. Por eso, el mensaje verbal es sólo una pequeña parte de la comunicación entre dos o más receptores. Mientras el intercambio idiomático se limita a consideraciones prácticas, el significado de las palabras es obvio, pero tan pronto como la conversación sale de este contexto, el vínculo entre la palabra y su significado se flexibiliza.

La palabra posee su significado en un contexto particular. Por tanto, un vocabulario amplio aprovecha las sutilezas, complejidades y explora sentimientos, desarrolla el pensamiento y expresa con mayor fidelidad sentidos que evitan malentendidos y reacciones adversas.

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