En volandas

Rubén Carrillo Ruiz

ELECCIONES CERRADAS, LECCIONES

La elección para gobernador de Colima tuvo cierre fotográfico, con una distancia que la demoscopia registró como empate técnico, no cuantitativo. Para las encuestas serias resultó difícil medir la diferencia mínima, cuya ratificación estará en los conteos municipales y distritales, aunque los representantes partidistas firmaron y recibieron todas las actas, las contadas y faltantes en el PREP.
Concluyeron las campañas y los ciudadanos votamos por quienes creímos. Hubo en el mercado electoral la suficiente oferta: de chile, dulce y de manteca. El PRI perdió un número de alcaldías inédito y el Congreso local por primera vez en la historia sociopolítica estará gobernado por el PAN. En la disputa de algunas posiciones, como la presidencia municipal de Colima, la diferencia se aclarará en el cómputo final. En síntesis, hay una radiografía ideológica nueva.
La inverecundia de los panistas en sus reclamos por la discrepancia numérica reducida tienen que relacionarla cuando Felipe Calderón ganó la presidencia de la República con .57 al entonces perredista Andrés Manuel López Obrador, que desfondó a la izquierda del DF con su Morena. En aquel tiempo, el PAN se negó al conteo voto por voto, casilla por casilla. Y defendió, con el apoyo del PRI, esa victoria pírrica, pero auténtica de Calderón. Y el sistema electoral resistió protestas tumultuarias, bloqueos de avenidas concurridísimas vial y comercialmente en el DF, así como la asunción de un presidente alterno y autoproclamado legítimo, que volverá a participar en 2018, avituallado con recursos públicos.
El siguiente escenario compete a las instituciones, más que a los gritos y sombrerazos de la turbamulta. Y los líderes deben encauzar sus reclamos a los entornos de acatamiento comicial, sin mentir a multitudes susceptibles de afiebrarse en una protesta, respetable pero infundada, cuando las cifras comprueben al triunfador.
Los resultados apretados no son exclusivos de México. Por ejemplo, hace tiempo la BBC documentó dos casos en Estados Unidos. En 1960 compitieron John F. Kennedy y Richard Nixon. En la disputa presidencial de esa época quedó más en la conciencia norteamericana el primer debate televisivo que los datos auténticos de la elección. Sin embargo, “fue una de las más cerradas en la historia de Estados Unidos. Nixon, vicepresidente de Dwight Eisenhower (presidente saliente), hizo su campaña en los 50 estados para llegar a la Casa Blanca. La elección fue reñida en 20 estados, donde el margen de victoria para los dos candidatos fue menor de cinco puntos porcentuales. En los comicios, Kennedy ganó con el 49,7% de los votos, comparado con el 49,6% de Nixon. Apenas 113.000 votos populares separaron a los dos candidatos de 68 millones emitidos. Sin embargo, el margen del colegio electoral fue más amplio: 303 a 219.
“Los republicanos pidieron el recuento de votos en los numerosos estados donde los resultados fueron cerrados, impulsados también por el aluvión de rumores que circulaban sobre un supuesto fraude”. No lo hubo, y la historia recuerda a Keneddy por su fallida intromisión en Cuba, la crisis de los misiles (que tuvo en riesgo al planeta por una conflagración bipolar y nuclear), su afición a las mujeres, la derrota en Bahía de Cochinos y su asesinato posterior en Texas.
La BBC rememora otra elección, “la más cerrada y polémica en la historia de Estados Unidos. El vicepresidente y candidato demócrata Al Gore competía con el gobernador de Texas e hijo de un ex presidente, George W Bush. Gore ganó con el 48,38% de los votos de toda la nación. Bush se quedó con el 47,87%. Pero después de que la Corte Suprema volviera a contar los votos en el estado de Florida, el candidato republicano obtuvo la victoria en el voto estatal. Fue el triunfo más cerrado de todos: solo 537 boletas de seis millones emitidas. De este modo, 25 votos del colegio electoral del soleado estado lograron darle la victoria a Bush con un total de 271.” Más que estafa electoral, Bush se convirtió en un presidente bélico, asesino, pues con el pretexto de la caída de las Torres Gemelas inventó una cruzada guerrera contra Afganistán e Irak, con resultados desastrosos para el imperio unipolar.
En el caso particular de Colima, observo al PRI ajustar su defensa al conteo definitivo. Luego vendrá el litigio poselectoral de gastos de campaña, causal de anulación. Las instancias jurídicas locales y federales determinarán la precisión de los votos emitidos, no los alborotadores profesionales que, desde ya, se ofrecen como diapasón para vociferar un supuesto “megafraude”. Lo innegable es que, por fortuna, la elección reciente comprueba un ánimo social para el cambio, un hartazgo hacia las formas corruptas de la política en todos los partidos, un castigo a las maneras de ejercer un mandato, conferido por los ciudadanos y que, en teoría, debería ser obedecido por sus representantes.

Mi certeza mayor: la lección de la elección es el plebiscito inequívoco y público para el sexenio de Mario Anguiano, que, pese a tantos premios internacionales, decepcionó a tirios y troyanos: confundió la laicidad del Estado mexicano con idas a Talpa en caballos finos, presunción equina más que devoción religiosa. Al menos hubiera pedido milagros a la Virgen para que los colimenses no resultaran tan abollados en su economía y trabajo. O mejor hubiera caminado a Lo de Villa, donde un Señor de la Expiración, dice la vox pópuli, ha curado tontos, sordomudos y ciegos. Y a uno que otro ateo nostálgico, tanguero.

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