EDITORIAL AF

TERMINA LA GUERRA FRÍA

La segunda guerra mundial dejó al planeta destruido en dos bloques hegemónicos: el capitalismo y el comunismo, ambos en expansión geográfica, militar e ideológica. De los escombros alemanes y japoneses, las potencias europeas (Francia e Inglaterra), Estados Unidos y la entonces URSS se repartieron los territorios y durante décadas, la llamada guerra fría, construyeron este escenario donde se midieron fuerzas bélicas y nucleares.

En ese contexto, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, la irrupción de la guerrilla encabezada por Fidel Castro y otros barbudos (cuyas ideas fueron incubadas en México, pues de aquí salió el Gramna, el mítico barco que los trasladó a la isla) y su posterior triunfo ante la dictadura de Fulgencio Batista convirtió a la revolución cubana en el principal dolor de cabeza ideológico de Estados Unidos, pues los insurrectos, ante embates e invasiones fallidas, declararon su cercanía con los ideales comunistas.

Esta afrenta originó para Cuba un bloqueo económico, la cancelación de relaciones diplomáticas y el estatus de país patrocinador del terrorismo internacional: sanciones durísimas de Estados Unidos para una nación pequeña, antes zona de burdeles, prostitución, juego y mafias.

Durante más de medio siglo, el mundo estuvo en un santiamén de la tercera guerra, particularmente en la crisis de los misiles, desencadenada en tiempos del presidente Kennedy (asesinado durante su mandato) cuando las corporaciones de inteligencia descubrieron que los soviéticos instalaban armamento nuclear como medida disuasoria en territorio cubano, geográficamente próximo a los Estados Unidos.

En esas tensiones vivió el globo con más intervenciones militares, como la guerra de Vietnam (donde EU perdió 60 mil soldados y esa conflagración), apoyos a dictaduras en todos los continentes, caída del muro de Berlín (otro signo de la beligerancia de posguerra) y del sistema de repúblicas soviéticas, la reunificación alemana, la constitución paneuropea. Sin embargo, Cuba seguía siendo la piedra en el zapato para los norteamericanos. Envejecieron los líderes cubanos. Fidel se retiró hace ocho años y Raúl, hermano menor, asumió la conducción política de la revolución. Los cubanos resistieron ideológica y económicamente, pero las condiciones de pobreza y control internos empezaron a mostrar fisuras y signos de oposición al régimen.

En diciembre pasado, Raúl Castro y Barack Obama anunciaron el restablecimiento diplomático de sus países, primer indicador del deshielo y aceptación del fracaso de las medidas estadunidenses para que cambiara el rígido sistema cubano. Hace días, en la Cumbre de las Américas, el saludo entre ambos mandatarios preludió otro mensaje esencial: el retiro de Cuba como patrocinador del terrorismo. Queda solo el levantamiento del embargo económico para que el derretimiento definitivo de tozudeces ideológicas, políticas y militares entre estos adversarios históricos quede como pensamiento retrógrado del siglo XX.

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