CRÓNICA SEDENTARIA / El Premio Colima

Por Avelino Gómez

La buena noticia, esta semana, fue que le han dado el Premio Colima al Mérito en Artes a la escritora Guillermina Cuevas. Tan pronto me enteré, fui a releer algunos de sus libros. Guillermina es una gran escritora, está de más decirlo. Luego de leerla he venido aquí a escribir algo sobre ella. Y esto equivale, más o menos, a escribir algo sobre nosotros, los colimenses.

Será que Guillermina no escribe para nosotros, sino que escribe por nosotros. Sabe poner, en negro sobre blanco, palabras necesarias para darle forma a eso que llamamos vida, mundo, identidad. Al menos un par de sus poemas ya pertenecen al paisaje cultural del Estado. Hay quienes somos capaces de pronunciar, de memoria y en voz alta, alguna estrofa o un verso de su autoría: “De Colima me gusta el rumor/ el mito y la leyenda/ el aire limpio de las tardes/ la aparente facilidad para alcanzar/ fama y fortuna/ perpetuar la luz de un apellido”.

Un puñado de versos y algunas historias memorables es lo que Guillermina Cuevas nos ha regalado para siempre. Y entendido está, también, su ilimitada capacidad para transmitir el amor por el ejercicio de la literatura, que es el mismo amor que uno tiene por la gente y por el lugar donde se vive.

Usted no lo sabe, pero ahora mismo estoy escribiendo esto en una vieja máquina de escribir —Olivetti 35— en la que solía redactar los ensayos escolares que Guillermina solicitaba, en su calidad de maestra, a los estudiantes de la Facultad de Letras. Escribir estas líneas en la Olivetti es mi personal manera de alargar la alegría por su merecido reconocimiento, de recordar su sólida permanencia en la escritura.

Pienso ahora en el rostro de quienes conocen y leen la obra literaria de Guillermina. Y los imagino sonrientes, complacidos al recibir la noticia. Porque de algún modo ella nos ha dado algo en su textos, no mucho ni poco, pero sí lo suficiente para vernos transparentes y solidarios ante la vida.

Los libros de Guillermina, ya sean poéticos o narrativos, están impregnados de una certeza: la vida tiene ciertos pesares, pero ninguno de ellos es tan grande como para dejar de disfrutar las compañías y el amor, y mucho menos el buen humor.

Ahora bien, junto a ella dos investigadores, científicos, recibieron la misma distinción. Juan González e Iván Delgado. No los conozco, pero también me alegro por ellos.

En un tiempo en el que el mundo torna oscuridad e incertidumbre, necesitamos de ellos y su labor para sabernos ciertos, comunitarios, combativos. Reconocerlos a ellos es también reconocer la voluntad y el empeño de la sociedad que somos.

Y al margen de que sea una institución de gobierno la que espigue los méritos de uno y de otros, son los ciudadanos quienes validan y pulen el valor agregado que nos aportan. Dicho esto, abrazo nuevamente a Guillermina y saludo a estos dos hombres. Que la vida les devuelva lo doble por hacer lo que bien hacen.