CRÓNICA SEDENTARIA / El foco rojo de Colima

Por: Avelino Gómez

Vivo en el centro geográfico de una ciudad que es considerada el foco rojo de la pandemia en Colima. Más de doscientos casos confirmados y casi treinta muertes desde que se declaró la contingencia sanitaria.

Son estas las cifras que le arrebatan a Manzanillo el título de “La esmeralda del Pacífico”, para endilgarle el de “Foco rojo de Colima”. Algo no muy alentador para el sector turístico y gastronómico local, que en un lapso de ocho semanas ha resentido la falta de visitantes y clientela.

Pero más allá del impacto económico están, desde luego, las pérdidas humanas. Y a las muertes por Covid-19 habría que sumar las que causa la delincuencia. Porque las desgracias, dicen los abuelos, nunca llegan solas.

Contagio o muerte violenta: el foco rojo titilaba ya, y sigue titilando, en Manzanillo. Junto con Tecomán (y con todo el estado), Manzanillo viene arrastrando una situación extraordinaria en materia de seguridad pública que genera más miedo que la pandemia del nuevo coronavirus.

Y el surgimiento de la nueva peste sólo vino a reforzar lo que ya sabíamos de antemano: no hay situación extraordinaria ni contingencia que ponga a trabajar de manera coordinada a nuestros gobernantes. O no saben o no quieren (en algunos casos son ambas condiciones). ¿Explicaciones ante el actuar de quienes gobiernan? Muchas, por montones. Pero ninguna es satisfactoria.

Convencido, como Monsiváis, que nadie que ocupe puestos de elección popular puede estar realmente cuerdo, uno se pregunta de dónde sale la terquedad de un gobernante para soslayar asuntos en los qué está en juego la vida de las personas. Y también, como Monsiváis, a veces uno abraza la posibilidad de que la mejor respuesta la tiene el ciudadano que en la calle lo ha visto todo.

Hace un par de días, al abordar un taxi, el chofer supo explicarme las razones por las que Manzanillo es “el foco rojo”. Y no —juzgó el taxista—, no es porque la gente “ande como si nada en las calles” a pesar de la cuarentena. El problema viene de arriba, dijo, y lanzó dos o tres maldiciones antes de observar que López Obrador se la pasa echando la culpa a otros, contradiciendo sus propios dichos y confundiendo a todos.

Luego bailó al gobernador Ignacio Peralta porque “no sirve para nada” y terminó justificando la estrategia de comedores comunitarios que implementó, en cuarentena, la presidenta municipal de Manzanillo.

“Ella sólo hizo lo que sabe hacer como alcaldesa: cocinar sopa”, dijo el taxista, recurriendo a su atavismo machista.

Esta explicación tan simple del taxista, sólo puede ser justificada porque, a sus ojos, el panorama político es simplista.

Sorprendentemente, ante las contingencias y desgracias, los gobernantes sólo son capaces de mostrar sus limitaciones. El foco rojo de esta realidad está en otra parte: en la tonta simplicidad de la mente de quienes gobiernan.