Apostillas al Feminismo Charro

Empecemos por aclarar un error histórico y recurrente. El Feminismo no es la versión femenina del machismo, pero sí su antónimo, lo contrario a éste. El feminismo es un movimiento reivindicatorio de los derechos que tradicionalmente han sido adjudicados al sexo masculino, ¿porqué?, “pos nomás”; por convencionalismos religiosos trasladados a convencionalismo sociales, donde la mujer ha sido relegada a un círculo claustrofóbico de tareas y razones de ser.

En resumen, se trata de recuperar todos aquellos derechos que han sido usurpados a la mujer y que por justicia le corresponden.

Todos somos iguales ante Dios––según nos han contado por los siglos de los siglos ––, y luego todos somos iguales ante la ley, pero en la práctica se agrega un pie de página: “pero algunos somos más iguales que otros”. En este pequeño detalle estriba gran parte de los obstáculos que han impedido la igualdad de la mujer dentro de una sociedad, aún en nuestros días, dominada por una visión androcéntrica.

Una de mis anécdotas históricas favoritas, es la que incluyó la autora Whitney Chadwick, en la introducción a su maravilloso libro Women, Art and Society [Thames and Hudson, 1990], dónde narra el contexto en que el pintor Johan Zoffany realizó el retrato de los miembros fundadores de la Academia Real Británica.

Resulta que entre los miembros fundadores en 1768, había dos talentosas mujeres, Angelica Kauffmann y Mary Moser. Ambas hijas de extranjeros y con gran actividad dentro del círculo de pintores que promovieron la fundación de la academia. Kauffmann, ya había sido electa en 1765 en la prestigiosa Academia de San Lucas en Roma y a su arribo a Londres, fue aclamada como la sucesora indiscutible de Van Dyke. La pintora más famosa relacionada con la vena decorativa y romántica del clasicismo, en gran parte responsable por la difusión en Inglaterra de las teorías estéticas de Abbé Winckelmann, recibió el crédito, junto a Gavin Hamilton y Benjamin West, de haber popularizado el Neoclasicismo en ese país.

Por su parte Moser, cuya reputación rivalizaba en aquella época con la de Kauffmann, era hija de George Moser, un esmaltador suizo que fungió como primer guardián de la Academia Real. Una notable pintora floral patrocinada por la Reina Charlotte, y una de los dos únicas pintoras florales aceptadas por la Academia.

Sin embargo, cuando apareció el retrato celebratorio de la recientemente formada Academia Real, pintado por Johan Zoffany: “The Academicians of the Royal Academy (1771-1772), Kauffmann y Moser no fueron incluidas entre los miembros de la academia agrupados causalmente alrededor de modelos masculinos.

No se asignó un espacio para las dos pintoras en aquella discusión sobre arte, que simbólicamente se estaba llevando a cabo.

Las mujeres fueron excluidas del estudio del modelo desnudo que fue la base del entrenamiento académico y representación desde el siglo XVI hasta el XIX, y eventualmente fueron excluidas de la Academia.

El retrato de Zoffany sin embargo, incluyó las imágenes de Moser y Kaufmann a manera de bustos decorativos, transformando a las pintoras en objetos de arte en lugar de productoras del mismo. Es decir, fueron reducidas a representaciones, poniendo de manifiesto las presunciones culturales a cerca de la mujer, cuyos intereses han sido sometidos a los de los hombres y que han servido como cimiento a la estructura que históricamente ha limitado el acceso de las mujeres a la educación y a la vida pública de acuerdo a “criterios” considerados como naturales.

La mujer, como la escopeta, siempre cargada y detrás de la puerta.

La visión androcéntrica de lo político y social, es decir todo lo que sucede fuera del ámbito de la doméstico ­–dominio genético de la mujer desde esa perspectiva–, ha producido una desconexión entre los derechos que ha ido recuperando la mujer con lastimosa parsimonia desde las protestas para obtener el voto de finales del siglo XIX y principio del siglo XX, con aquellos que realmente han ido permeando en la cultura.

De ahí que a pesar de contar con una institución cuyo objetivo es proteger a los ciudadanos contra prácticas discriminatorias, nos tengamos que soplar los comerciales del jaboncito lavarropas que “ayuda a la mujer moderna a tener más tiempo” ó el comercial del chocolate que nos muestra cómo un muchacho se convierte “en una nena” porque “no eres tú , cuando tienes hambre”.

Es decir, ya conseguimos las leyes –por lo menos, algunas de ellas–, sin embargo en los espacios públicos, el ámbito político, el territorio de las ideas, de lo serio y relevante, continuamos en números rojos como género.

El cuerpo de la mujer como fetiche social y la clara ausencia de repudio ante los distintos grados de explotación de la mujer: desde los taibols hasta la publicidad sexista, es un claro reflejo de que los derechos de las mujeres continúan en proyecto de ley en el imaginario colectivo.

Cómo lo expresa Tania Rodríguez Mora en su excelente análisis: Porque no es lo mismo decir gallo que gallina. Discurso Político y representaciones de género en la nueva democracia mexicana :

“En la sociedad mexicana de la transición política, la violencia, la pobreza y la fetichización del cuerpo femenino no solo continúan sino que se agudizan: basta observar las cifras de violencia doméstica, la recurrencia de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y en otras partes del país, y la aparición de más y más mensajes misóginos y mujeres-objeto en los medios de comunicación, con particular incidencia en los programas de televisión”.

Es decir, de nada sirve que se implementen políticas públicas para combatir el rezago de la mujer en el camino a la igualdad, si estas políticas no permean en la sociedad, si desde el discurso político y mediático se continúan reforzando estereotipos y representaciones de la mujer donde se le proyecta con una discapacidad intrínseca para incorporarse en el ámbito de los derechos del Hombre. Esos derechos que en papel afirman una cosa y en la práctica se vuelven inasequibles a un gran sector de la población femenina.

Se ha repetido hasta el cansancio que es una contradicción hablar de una “Democracia”, cuando los derechos de la mitad de su población se encuentran usurpados. Cuando se van arrojando migajitas de estos derechos, según convenga al gobierno en turno, cuando se simula un avance en la reivindicación de estos derechos, promoviendo la idea de que la mayor cualidad de una mujer para gobernar este país, lo constituye su virtud como Señora de la casa.

“Las mujeres han sido hechas para ser amadas, no para ser comprendidas.”

Bonito trozo de poesía, ¿no es así? Lo dijo Wilde y lo han repetido en un sinnúmero de versiones, igual número de “románticos”.

Esa idea romántica implica que la mujer no tiene otro propósito en la vida que esperar ser amadas por un hombre, y de esta idea se derivan muchas interpretaciones del papel de la mujer en la sociedad: ¿las mujeres no tenemos interés en los retos intelectuales, la tecnología no es nuestro campo de acción, ni tampoco nos interesa probarnos que somos capaces de aprender algo nuevo, de crear algo que le sea útil a la humanidad, de realizar el siguiente descubrimiento científico, encontrar la cura contra el cáncer, un nuevo planeta, construir la torre más alta, el puente más largo, diseñar la máquina más eficiente, etc.?

Por todo lo anterior, es que nos hemos adentrado en el estudio del Feminismo Charro, que incluye toda aquella fraseología, iniciativas oficiales, programas, acciones, discursos, de gobierno, mediáticos, incluso de las mismas instituciones de corte feminista, que pretendiendo promover la equidad, voluntaria o involuntariamente termina minimizando/denigrando a la mujer imponiéndole roles exclusivos y/o limitando su campo de acción y lugar en el mundo.

Para mayor claridad, el feminismo charro puede advertirse en una sociedad cuando:

1.- Impulsa a la mujer a realizarse profesionalmente, pero la demoniza por el abandono en el que (ella) tiene a sus hijos.

2.- Promueve que las mujeres estudien una carrera universitaria, pero si resulta embarazada en el camino, debe asumir las consecuencias, porque el estado no le otorga el derecho de decidir sobre su propio cuerpo en pro de terminar una carrera y no sumarse al gremio de madres solteras con pocas o nulas oportunidades de realización personal. Mientras el productor del esperma, puede continuar su camino sin ningún tipo de presión social.

3. Realiza eventos oficiales para celebrar el Día Internacional de La Mujer, cuando ni el gobierno ni los partidos políticos mantienen una cuota de representación equivalente al 50% de mujeres que habitan en este país.

4. Las empresas privadas implementan políticas de equidad y responsabilidad social, pero continúa exigiendo la prueba de embarazo a las mujeres que aspiran a obtener un empleo.

El Feminismo Charro comparte características muy específicas del Sindicalismo Charro; ese muérdago del sindicalismo que trabaja para todos menos para defender los intereses de los trabajadores; ese testaferro en negocios oscuros dónde las reivindicaciones que han costado tantos años de lucha al movimiento obrero son traicionados en pro de mantener el Status Quo y/o los privilegios de unos cuántos, muchas veces empezando por sus propios líderes.

Esta es la analogía perfecta para empezar a describir el Feminismo charro, que en resumen y para finalizar comprende todas aquellas acciones o discursos que simulando promover la igualdad de género, terminan por impulsar estereotipos y representaciones de la mujer, exactamente contrarios a la equidad.

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