Talabartería: el arte de trabajar cuero

Comala.- El oficio que Jaime Valdez Galván heredó de su padre es ser talabartero: como si fuera escultor y el cuero de animales su materia prima, transformarlo en objetos útiles para el campo, y ahora en una amplia variedad de accesorios, como cintos, carteras y fundas.

“La talabartería se puede definir como un oficio donde el principal giro es el trabajo de la piel, en su estado natural, digamos secado al sol, que es crudo; o después de un proceso químico o de hierbas, donde se curte, que es ya un cuero curtido”, dijo entrevistado por AFmedios.

En su taller, ubicado en el municipio de Comala, se trabaja toda clase de objetos de cuero, su labor es manipular este material, con el fin de elaborar artículos de uso cotidiano, así como objetos para trabajos del campo.

A pesar de que Jaime cursó estudios profesionales y de posgrado, aprendió bien la talabartería por influencia de su padre, lo dejó como legado para garantizar que se mantenga viva la tradición con la que sacó adelante a su familia.

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“Mi padre aprendió la talabartería desde muy joven y tuve la fortuna de acompañarlo en su taller, pero también creo que es un poco casuístico por el hecho de que tengo cuatro hermanas, en la familia, soy el único varón y mi padre tenía esa necesidad de perpetuar el oficio”.

Además de las técnicas convencionales, como el bordado con pita, Valdez Galván desarrolló el cincelado, una especie de repujado en piel, que permite decorar los artículos con una navaja especial; su elaboración exige de talento, paciencia y un gran sentido artístico.

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“Es una representación de un ornamento, en donde la piel se interviene, se corta y bajo una técnica que es lo más parecido al repujado, pero con otros elementos, es donde hacemos realzar el dibujo en la piel, es un trabajo muy bonito y muy laborioso”.

A inicios del siglo XX la talabartería respondía a las necesidades del contexto rural: “era una talabartería muy tradicional, muy de la costumbre, para el caballo la silla, para los ajuares las fornituras que se usaban mucho”.

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Con el paso del tiempo se ha dado una migración del campo a la ciudad, lo que aunado a otros factores, ha debilitado la presencia de las actividades agrícolas y ha llevado a los talabarteros a elaborar otro tipo de artículos, adaptando el oficio al siglo XXI.

“Tuvimos los talabarteros que dejar esos trabajos tradicionales con los que nos enseñamos, y ahora con un proceso inverso, hemos buscado en lo urbano a los clientes que teníamos en el ambiente rural”.

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Respondiendo a las necesidades del mercado, ahora Jaime elabora morrales, carteras para dama y caballero, cintos, fundas para celular y para navaja. Además, de que como elemento de innovación, utiliza las redes sociales para la difusión de su trabajo.

“Hay gente que ve tus trabajos a través de las redes sociales y de repente dicen yo quiero esto y cuánto sale, las redes sociales han venido también a ser un factor de promoción, algo que antes no teníamos, antes era la recomendación de boca en boca”.

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El talabartero ahora es capaz de hacer una funda para navaja en tres o cuatro horas, pero un cinto cincelado puede llevarle hasta dos días de trabajo: “porque un día o hasta más lleva el proceso de cincelar el cinto, es un proceso que no lleva nada de industrial”.

Jaime Valdez lamenta que poco a poco se vayan perdiendo los oficios, como el de la talabartería, pues por ejemplo, a diferencia de su padre, él estudió una carrera y la condición del trabajo hace que por momentos se aleje de la labor artesanal.

“Afortunadamente lo seguimos promoviendo, seguimos trabajando, afortunadamente hay gente que todavía sigue apreciando las actividades manuales y es gracias a ellos que todavía el oficio sigue vivo”.

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