“No quiero que sea lunes”

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

En algún fin de semana, estuve en una reunión en la que escuché a uno de los presentes decir “Ah, el fin de semana, mi refugio de la monotonía, no quiero que sea lunes otra vez”.

Entonces pensé en escucharlos y escribir algo al respecto, y hasta este ‘finde’ fue que – para matar el tiempo – lo hice.

No todos, pero en una gran mayoría de ciudadanos occidentales, esperan ansiosamente estos dos días para liberarse de las garras del aburrimiento.

Es en estas 48 horas donde la mayoría espera que ocurra un milagro que nos haga descubrir algo verdaderamente extraordinario, o incluso que el mismísimo cupido nos presente al amor de nuestra vida en una fiesta inesperada o que lo vivido sea épico.

Para muchos, la semana laboral, con su eterno ciclo, los ha agotado hasta la médula, y anhelan un escape, una fuga del tedio desde el viernes.

Sin embargo, como suele suceder -cada fin de semana-, sus esperanzas a menudo se desmoronan como un castillo de naipes en un día ventoso.

La cruda realidad del domingo por la tarde se despliega como una tragedia de Shakespeare.

La derrota se cierne sobre sus cabezas, la decepción se apodera de sus corazones y la cruel evidencia de que su vida no será redimida por un giro de los acontecimientos los consume antes de volver al trabajo el lunes.

El dolor de los domingos por la tarde es una experiencia profundamente existencial.

Muchos terminan enfrentados al aguijón de la monotonía, a la aguda punzada de que la vida no es una película de Hollywood y que, lamentablemente, no han sido elegidos por el destino para protagonizar una historia épica y que el lunes volverán cruzando palabras con sus compañeros de trabajo.

La ilusión de que algo extraordinario está a punto de suceder se desvanece, dejando tras de sí un amargo sentido de insignificancia y que fue un finde perdido. Las expectativas desmesuradas chocan con la dura realidad de que, en su mayoría, los fines de semana son más mundanos de lo que podrían desear.

Entonces, vuelven a la rutina, ese carcelero invisible sigue siendo el verdugo de los anhelos de emociones trascendentales. Como Sísifo empujando eternamente su roca cuesta arriba, esperan ansiosamente que el fin de semana los libere de sus cadenas, solo para ver cómo vuelve a arrastrarnos hacia abajo inexorablemente.

La sensación de derrota del domingo por la tarde es un recordatorio implacable de que sus vidas son, en su mayoría, moldeadas por la banalidad.

Aunque la rutina es un pilar necesario en la construcción de una vida estable, nos obliga a enfrentar la cruda realidad de que las hazañas heroicas y los encuentros románticos de película son excepciones en lugar de la norma.

En medio de esta tragedia de domingos por la tarde, surge una oportunidad para la reflexión. En lugar de sucumbir a la desesperación, podemos abrazar la absurda belleza de la vida cotidiana. La filosofía existencialista nos enseña que la vida carece de un significado inherente, y es nuestra responsabilidad crear significado a partir de nuestras experiencias mundanas.

El domingo por la tarde puede ser un llamado a vivir auténticamente, encontrar significado en las pequeñas alegrías y abrazar la rutina como una parte esencial de la existencia. En lugar de anhelar constantemente lo extraordinario, podemos aprender a encontrar lo extraordinario en lo común.