No es nadie

Crónica Sedentaria

Avelino Gómez

El personaje de esta crónica no es nadie. Pienso en esto mientras escribo con la taza de café a un lado y repaso cierto sueño que me ha puesto de buen humor. En estos tiempos que corren y contagian, el acto de soñar debería ser algo digno de mencionarse. Pero no. ¿Algo ganaría el mundo si las personas contaran sus sueños en lugar de dar su opinión sobre todo? No lo sé, pero me intriga formular la pregunta.

Bruce Chatwin —un escritor inglés que vivió para viajar— escribió en uno de sus libros que, en alguna parte de Australia, existe una pueblo donde se considera de buena educación iniciar el saludo de la mañana preguntando a los otros sobre lo que soñaron durante la noche. Refiere Chatwin, tal vez con cierto pudor, que una mujer de esa aldea todavía no le servía el desayuno cuando ya lo estaba interrogando sobre sus sueños.

—Yo no sueño —contestó el escritor, con la sequedad propia de los ingleses.

—Eso eso imposible, todos los hombre y mujeres de este lugar soñamos —le respondió la mujer.

Tal vez aquella mujer se horrorizó al escuchar la confesión del escritor. ¿Cómo es que alguien no sueña? ¿Acaso no es propio de los humanos soñar? ¿O los que ya no sueñan han perdido algo de humanidad? Supongamos que esa mujer debió pensar que el escritor, al no soñar, no era nadie. Aunque por, el contrario, me gusta pensar que quienes más frecuentemente sueñan son lo que no son (somos) nadie. Porque no ser nadie significa serlo todo. Es decir, sentirse sanamente parte de todo y de todos, sin esas ridículas pretensiones de distinguirse entre los demás.

Mientras le doy un sorbo al café, también recuerdo una crónica del genial Rubem Braga. Era sobre un panadero en Río de Janeiro que, cuando tocaba a la puerta de una casa para ofrecer su pan, daba una respuesta que —curiosa memoria la mía— la recuerdo como si fuera propia. Al tocar puerta, del interior de la vivienda se escuchaba una voz que, invariablemente, preguntaba en un tono agresivo “¿Quién es?”. Y el panadero simplemente respondía: “No es nadie, es el panadero”. Y ahora me parece que, ante tan directa pregunta, no puede haber mejor respuesta.

Termino mi café. Es entonces cuando, sin pensarlo siquiera y viendo el fondo de la taza, aparecen en mi cabeza aquellos versos de Fernando Pessoa: “No soy nada. Nunca será nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo”. Pues, eso. Que uno debería tener todos los sueños del mundo.

Y todavía no termino de escribir esto cuando allá afuera, en la calle, se escucha el sonido intermitente del escape y el claxon de una motocicleta. Hay cierta urgencia en esos ruidos por llamar la atención de quienes están dentro de casa. Así que me asomo a la calle. Y veo, con cierto beneplácito, que “no es nadie, es el panadero” que reparte el pan en su vieja motocicleta.

El día apenas comienza y ya todo tiene su razón de ser.