En momentos en que todo indica que en Costa de Marfil se realiza el asalto final contra la residencia presidencial donde se refugia el mandatario saliente -y quien se niega a abandonar el poder- Laurent Gbabgo, todos los ojos están puestos en lo que ocurre minuto a minuto.
Sin embargo, aún si la situación se resuelve pronto y Gbabgo cede el poder, la sombra de los últimos meses y de las raíces del conflicto, promete proyectarse sobre el futuro inmediato de este país y del mandatario reconocido por la comunidad internacional, Alassane Ouattara.
Por ejemplo, el uso de las milicias mal entrenadas pero mortales por ambos bandos -de las cuales no se sabe a ciencia cierta cuáles apoyan a Ouattara- presenta un panorama muy incierto.
Pero cualquiera sea el desenlace, es probable que en los próximos días y meses los marfileños deban padecer ataques de represalia.
La masacre de Duekoue en el oeste – donde algunas personas fueron atacadas salvajemente y otras quemadas vivas ante la mirada de una multitud – fue terrible de por sí. Pero también fue una advertencia general.
Las Naciones Unidas está investigando quién fue el responsable de la muerte de unas 500 personas en Duekoue.
La matanza comenzó apenas unas horas después de que las «Fuerzas Republicanas», leales a Ouattara, avanzaran por el sur hacia Abiyán, la capital económica del país.
«Extranjero»
En el frente político, si Ouattara asumiera formalmente la presidencia tendría que lidiar con una continua oposición.
Esto podría llevar a una crisis de legitimidad, dado que muchos considerarían que su llegada al poder fue facilitada por militares extranjeros.
Aunque Francia y la ONU dicen que atacaron las bases de Gbagbo como parte de su mandato de proteger a los civiles, la coincidencia de esta acción con la ofensiva en el sur de las fuerzas de Ouattara no se le escapa a nadie.
Dada la larga historia de tensiones políticas y étnicas de Costa de Marfil, puede no ser suficiente para Ouattara haber ganado las elecciones y ser «reconocido internacionalmente» como presidente.
De hecho, esta aprobación internacional puede ser una desventaja en términos políticos locales. Durante casi 20 años los opositores políticos de Ouattara lo han acusado de ser un «extranjero». Es oriundo del norte, de mayoría musulmana.
Pero los políticos del sur han buscado por mucho tiempo que se lo aparte del poder bajo el argumento de que parte de su familia es, de hecho, de la vecina Burkina Faso.
Esta acusación nacionalista ha sido muy eficaz en el sur, aunque en el norte – y en muchos centros urbanos del país – Ouattara obtuvo la mayoría de los votos en las elecciones de noviembre pasado.
Desafíos
Si Ouattara formalmente toma la banda presidencial, se enfrentará a enormes e innumerables desafíos. Entre éstos figuran, por ejemplo, explicar por qué recurrió al uso de las milicias conocidas como «dozos», cuando sólo unas semanas antes, en un discurso, había instado a la presencia de nuevos soldados, profesionales y republicanos.
También deberá convencer a los nacionalistas radicales en el sur de que no ha llegó al poder gracias a una conspiración extranjera. Esta es la acusación de Gbagbo y, sea cierta o no, le ha sido una eficaz herramienta política.
Otro desafío será lograr el control de todas las fuerzas militares que lo apoyaron nominalmente. Se sabe que algunos de los comandantes que barrieron el sur no son parte del cuerpo oficial del Ejército. Algunos de ellos desobedecieron las órdenes de oficiales superiores pero a la vez conservaron sus bases de poder.
Además tendrá que decidir cuáles de los crímenes cometidos durante los recientes combates deben ser investigados. Duekoue es sólo el último ejemplo, aunque el más impactante.
Algunos de los combatientes de Gbagbo se pasaron al bando de Ouattara. Si deben ser recompensados con puestos de trabajo en las fuerzas republicanas o llevados ante los tribunales, será una decisión política compleja.
Cuerda floja
Alassane Ouattara tiene la reputación de ser un hombre riguroso y trabajador.
En su rol de asistente del director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) en la década de 1980, y en el de primer ministro de Costa de Marfil en la década de 1990, proyectó una imagen de tecnócrata urbano y profesional.
Su ámbito son las mesas de conferencias, las ceremonias formales y los discursos.
Pero esta guerra lo ha empujado a un escenario de combates con soldados que usan municiones alrededor del cuello y pañuelos en la cabeza.
Si tomara el poder seguramente querrá tomar distancia de los hombres que causaron un baño de sangre en el país, aunque a la vez los alabará por lograr –según sus propias palabras- «la restauración de la democracia en Costa de Marfil».
Es una cuerda floja política que Alassane Ouattara no ha transitado antes.
Pudo haber sido elegido para un cargo. Pero al final llegó al poder mediante el uso de la fuerza, local y extranjera.
Todo esto parece muy lejano a las salas de conferencias del FMI. Ouattara deberá resolver varios dilemas si quiere sobrevivir a este nuevo mundo.
CRISIS MARFILEÑA
28 de noviembre: El presidente, Laurent Gbagbo, y su rival Alassane Ouattara compiten en las elecciones
2 de diciembre: La Comisión Electoral anuncia que Ouattara ha ganado
3 de diciembre: El Consejo Constitucional anula los resultados, se declara a Gbagbo ganador, la ONU reconoce Ouattara como el vencedor
2 de febrero: la Unión Europea amplía sanciones contra Gbagbo
30 de marzo: Las fuerzas pro-Ouattara entran en la capital, Yamoussoukro. Se intensifican los combates
4 de abril: La ONU lanza ataques aéreos contra Gbagbo en la principal ciudad, Abiyán
5 de abril: Tres generales negocian la rendición de Gbagbo.
Con información de BBC.