EN VOLANDAS

El día de la elección

Por: Rubén Carrillo Ruiz

Coincidentemente, la elección del 7 de junio estará casada con otra fecha añeja: la celebración de la libertad de prensa. Serán dos tiempos para que la democracia colimense adquiera, por fin, su madurez plena, luego de campañas intensas, algunas vacías de contenidos, llenas de promesas, hueras de viabilidad, puestas a punto al elector, torpedeado en sus sentidos por miles de mensajes.

Durante las últimas semanas está desatada otra contienda, la demoscópica. Muchos ingenuos creen a pie juntillas en las encuestas, cuando éstas, bien leídas, son aproximaciones a la realidad política e ideológica, nunca sucedáneas de la organización partidista, de la movilización electoral y del convencimiento ciudadano.

Hay en el ambiente local un tufillo fanático hacia el triunfo posible del PRI en la gubernatura, profundizado en redes sociales con hemorragias de opiniones volanderas, oportunistas, carentes de horizonte. Observo una falacia: solo habrá democracia, avance, si pierde el Revolucionario Institucional; más arrugada la idea: el PAN representa el cambio esperado y el mesías encapuchado, al ritmo de banda, encauzará los ánimos colectivos.

En mi anterior artículo juzgué estos y más aspectos. Recibí una reconvención intolerante por un punto de vista, que defiendo, firmo e imprimo. Una tránsfuga universitaria, por ejemplo, glosó partes de mi texto e interpretó, equivocadamente, los fines. Los insultos forman parte de su genética porque no tiene argumentos, pues cuando gozó y abusó del presupuesto institucional nunca se personalizó izquierdista y, de última hora, aparenta un progresismo tan falso como que su partido obtenga el registro en Colima. Por fortuna, el día posterior a la elección colocará, justamente, a cada quien en su lugar.

Mientras tal ocurre leí una reseña en el sitio francés laviedesidees.fr, que historia (verbo, no sustantivo) cómo se estructuró el voto en el devenir. Los párrafos siguientes tienen ciertas ideas consistentes para perturbar el sueño de agitadores, merolicos y teóricos de oficio tan infausto como la política.

La elección en el momento

La historia del voto registra que la elección no nació con el gobierno representativo moderno, pues se practicaba en la Edad Media. También enseña que el voto no es el final democrático.

Los interesados en la historia política que, simplemente, quieran entender mejor el presente comparándolo con el pasado, deben leer el último libro de Olivier Christin. Lleno de anécdotas, proporciona verdadero placer de lectura, infrecuente, por desgracia, en un momento en que las ciencias sociales tienen poco aprecio en círculos de decisión. El libro permite sumergirse en un mundo fascinante, el de la práctica electiva. Utiliza fuentes diversas, que forman un mosaico sugerente. Además, y esto es liberador, Christin no está encerrado en una escuela teórica: dibuja libremente a autores comúnmente opuestos para construir un argumento original.

Pone de relieve prácticas desconocidas para el público contemporáneo, sobre todo cuando existe la tendencia espontánea a pensar que las revoluciones modernas son novedad absoluta para el triunfo de votos y elección. Los referendos y prácticas electivas, sin embargo, no son propios de tiempos modernos, eran frecuentes antes de la introducción de un gobierno representativo.

Christin vuela en añicos la opinión de que los procedimientos electivos medievales son preliminares de elecciones modernas, si bien ensayos imperfectos e indecisos, pero en general es la lógica de lento aprendizaje de la democracia electoral.

Los votos y elecciones en las sociedades medievales o modernas tenían poco sentido en el contexto de gobiernos representativos contemporáneos. Estaban lejos de consistir en la incorporación de las opiniones individuales recogidas en la intimidad de la cabina de votación, para decidir entre varias opciones o personalidades para un mandato.

Pero la forma de diseñar y organizar una elección revela en gran medida la sociedad en que se estableció este procedimiento. Durante siglos, la cuestión de cómo tomar una decisión en ausencia de unanimidad agitó al mundo eclesiástico. El partido consideraba que el más sabio o saludable (sanior pars) tenía primacía sobre la mayor parte (pars maior), aunque lo ideal es que se superponen. La ley de los números se impuso poco a poco, con híbridos y compromisos.

La elección del Papa en cónclave, por mayoría calificada (siglos XI-XII), no permitía la expresión de electores cardenales: no se refería a todos los fieles, ni siquiera el clero, y este sigue siendo el caso hoy: una combinación de sanior secular y maior pars. En la Iglesia, como en cofradías o municipios, durante siglos la votación por mayoría se consideró último recurso, puede dividir de forma permanente a la comunidad y fomentar la creación de cábalas y facciones.

Hasta el siglo XVIII, y probablemente más allá, los manuales de enseñanza católicos y las elecciones podrían intervenir en tres modos: «inspiración» divina; por «compromiso», dando la opción de algunos sabios; y en su defecto, por «votación», es decir, en decisión secreta por mayoría.

El número de procedimientos mitigó el carácter potencialmente perturbador de estas elecciones como oportunidad para recuperar su voz después de la votación para ir con la opinión mayoritaria. En todos los casos, la legitimidad del resultado se basa menos en la elección de muchos como el reconocimiento de que había sido previamente elegido por Dios, visión secularizada, como el carisma teorizado por Max Weber.

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