Efrén mira a Irene

CRÓNICA SEDENTARIA

Por: Avelino GÓMEZ

Este es un hombre que lleva el mar encima. Se llama Efrén Herrera y todo su cuerpo habla de haber vivido sesenta o setenta años en el mar.  En la piel de su moreno rostro corren grietas como olas.

Y este hombre, menudo y delgado, que tiene la virtud de volverse invisible a voluntad —como un ser abisal de cuerpo transparente—, ahora mismo está mirando a su hija. Si hija se llama Irene, y es candidata a la presidencia municipal de Manzanillo. Ella está frente a cientos de personas, en el arranque de su campaña con los vecinos del Túnel, uno de los barrios fundacionales del puerto y que es cuna y santuario de pescadores. Con esta gente, entre pescadores y comerciantes de mariscos, creció Irene.  Así que —como si fuera una declaración de principios— ella decidió empezar su recorrido en este barrio.

Todo sucede en una pequeña plazoleta, a orillas del canal del Túnel. El padre de Irene está ahora recargado en una baranda, acompañado de uno de sus camaradas pescadores. El hombre mira a Irene, quien está junto a su mamá, frente a una multitud de vecinos y simpatizantes. En uno momentos la hija de este hombre empezará a hablar, dirigiéndose a la gente. Entre padre e hija hay una distancia de cinco o  seis metros.  Pero el hombre se pierde entre la pleamar de persona. Está ahí, a prudente distancia, atento a lo que dirá su hija.

—Estoy orgullosa de ser hija de una comerciantes y de un pescador que sueña, que nunca dejó de soñar —eso es lo que dirá Irene al micrófono, casi al inicio de su intervención.

Poco antes de los discursos, alguien intentó llevar a Efrén al frente, junto a la candidata. Pero el hombre se negó, se escurrió entre la gente como se escurre un pez asustadizo. Por unos momentos desapareció del lugar. Pero diez o quince minutos después, reapareció nuevamente. Esta vez más firme, resuelto y determinante como una ola que avanza hacia la playa. Quienes lo vieron en ese momento contemplaron en él a un hombre que, con todo la edad del mar encima, decidió caminar por voluntad propia al lado de su hija. Y ahora está ahí, flanqueando la figura de Irene.

Pocos saben que Irene escribió un libro sobre los pescadores de Manzanillo. Entrevistó a muchos de ellos, con la intención de recuperar y fijar las expresiones, las historia de vida y el sentir de los pescadores del puerto. “Ojo de mar” se titula el libro, y la motivación para que lo escribiera nació de las historias que le contaba Efrén cuando ella era una niña.

Y ella no olvida que, una vez, su padre estuvo a punto de morir en el mar.  Fue así: Hace años, Efrén estaba a bordo de su lancha, pescando, a milla y media de la costa. Era de noche y una barco de bandera europea arrolló su embarcación. Literalmente le pasó por encima; lo hundió a más de 15 metros. La fuerza de succión de la propela del barco lo arrastró al fondo y casi muere ahogando. Él dice que durante meses estuvo medio trastornado; es decir, temeroso de volver al mar. Pero volvió a él, a sus olas, a pescar nuevamente para sostener a su familia. Volvió, así como ahora volvió de entre el mar de gente para arropar a Irene, para abrazarla frente a todos.

Uno mira a este hombre, observa su rostro marcado por el sol y la sal, y sólo puede pensar en la quietud da un mar en calma. Pero cuando él mira a Irene, perece querer transmitirle todo aquello que aprehendió y aprendió en el mar. Como si supiera que, ahora mismo, todas las cosas, lugares y gente de este puerto que lo impulsan,  también impulsaran a Irene.