#CrónicasMaternas: del tiempo

Algo le pasó al tiempo. Ya no sé si va lento o demasiado rápido.

Desde que llegó bebé me he visto obligada a tomar el tiempo para disfrutar pequeños sucesos, pero al mismo tiempo desconozco en qué momento pasaron estos meses tan rápido.

Bebé camina desde que cumplió un año, pero ahora está en una etapa de querer hacer las cosas sin ayuda de mamá, así que llegar a algún sitio o hacer determinada actividad, nos toma el doble de tiempo.

Por ejemplo: para ensayar debemos subir hasta un tercer piso, son cuatro tramos con 14 escalones cada uno, así que hablamos de una escalera de 56 escalones que bebé quiere subir por cuenta propia.

Hubo un día que subimos primero e iban los demás atrás nuestro. Fue tal su desesperación por la lentitud con la que subíamos, que nos pidieron espacio para pasar y subir adelante.

En la vida pasa igual.

Desde que soy mamá, a ratos me siento relegada, en pausa, lenta. Otros me siento excluida, inútil, descompuesta.

Aclaro que no estoy culpando a bebé, porque qué mejor razón para llegar tarde que tú propio hijo y su crecimiento, pero parece que el mundo no lo entiende de la misma manera y espera que uno responda igual que lo hacía antes de bebé.

Ya les dije en otra ocasión: no le busquen, no hay tal. Intentar «ser la de antes» es una terrible pérdida de tiempo que arrastra un severo desgaste emocional.

Aquí quiero tocar un punto que no había tocado antes: el adultocentrismo. Este refiere -en términos generales- que el mundo gira en torno a las necesidades de los adultos y no considera los tiempos o necesidades del infante.

Con bebé he notado que la gente tiene prisa, de ir, de cruzar, de avanzar, de comer, de pasar, de beber, de hablar, de todo. Pero bebé tiene otro ‘taimin’.

Nos pasa al cruzar la calle, pues intento enseñarle a cruzar con el semáforo peatonal y por el paso cebra, pero a veces los automovilistas se molestan.

Nos pasa cuando vamos a pagar y bebé quiere entregar el dinero, pero al taxista le urge irse.

Nos pasa cuando terminamos de trabajar y la gente se quiere ir, pero bebé quiere bajar las escaleras sin ayuda y despedirse de cada telaraña en el camino.

Nos pasa cuando paseamos por el centro y quiere saludar a cada persona que se cruza o perseguir a cada paloma que de deja.

Las personas me miran (porque descargan su odio apresurado conmigo) con cara de » ya quítese señora loca, por qué le habla al bebé si ni la entiende».

Lo que ellos no entienden es que le estoy enseñando a ser amable con el vecino, a ser un buen peatón, a cuidar de los animales, a respetar, a decir por favor y gracias, a ser un buen ser humano. Y, por otro lado, los bebés son personas y entienden perfectamente si les hablas.

Sé que si le dejo correr sin mi mano aprenderá a identificar relieves, escaladas, empedrados y declives; pero lo más importante, a meter las manos al caer y levantarse, sacudirse y continuar.

No espero que lo entiendan, espero que sean empáticos. Creo que el mundo sería un mejor lugar si fuéramos más empáticos entre ciudadanos.

Por otro lado, cuando vamos lento, a nuestro ritmo, podemos ver las otras cosas que la gente en su apremio no ve.

El martes vimos el atardecer en ámbar y rosa, saludamos a todos los perros del camino, descubrimos unos venados sueltos en el parque, sabemos en qué fase está la luna, hemos descubierto muchas especies de aves y disfrutamos, mucho, ver pasar el tren.

Aquí no importante es la trama y no el desenlace, como dice Drexler. Caminar, disfrutar el paseo sin saber cómo es que llegaremos al destino.

Todo cambia, el tiempo avanza comiéndoselo todo…

Y yo solo quiero tener el suficiente para enseñártelo todo.

Les dejo la rolita, pues, para que alivianen su viernes.

Hasta aquí el desahogo maternal de hoy. Gud dei, gente.

#CrónicasMaternas: Oda a tu piesillo hediondo