(Cronicario)

 

Mal uso o como hay gente pendeja

Alberto Llanes

Pues sí, estaba frente a mí. No lo pude evitar. Cuando llegué ella estaba antes que yo. Apenas si cabía en el reducido espacio. Un tamaño culo que no la dejaba moverse bien. Aunque hay de culos a culos. Éste más bien era un gordo. Muy gordo. Digo que apenas si entraba por la puertecita.

Afuera el calor estaba intratable. Y un sujeto esperaba su turno. Yo me metí como Pedro por su casa. Supuse que el tipo (al punto medio afeminado), estaba esperando a la señorona a que terminara sus transacciones. Adentro, el aire acondicionado era fresco. En la pantalla del cajero automático decía: FUERA DE SERVICIO TEMPORALMENTE. Y hay voy para afuera.

El sujeto afeminado estaba esperando entonces su turno. Y no fue siquiera para decirme que ese cajero estaba como el calor, intratable. Mi mujer esperaba afuera, en el carro. El afeminado pegaba con su tarjeta (lista en la mano para la transacción), en el quicio de la puerta de aluminio. Yo me formé tras él.

Detrás de mí. Una señora que había visto toda la escena de lejos intuyó que el cajero de a lado no servía y se formó tras de mí. La señora regordeta seguía pensando… moviendo… picando… tecleando… planeando… viendo… leyendo… no sé. Pero a la distancia y de espaldas, no se veía que hiciera movimiento alguno.

Sí, yo lo sé. Hay cajeros o días o sistemas computacionales o vaya a saber qué, que las transacciones se hacen lentas, muy lentas. En que uno es más rápido que el cajero pues. Pero ésta no era la ocasión. Y el calor seguía intratable, por cierto.

Con el rabillo del ojo veía a mi mujer. Se veía hermosa con sus lentes, blusa roja y chiquifalda. Sospecho que imaginó que el cajero de a lado servía para pura chingada. El afeminado seguía duro y das con la tarjeta. La señora de tras de mí lanzaba de cuando en cuando una mirada en dirección… imagino, que a donde estaba su marido esperando… o sus hijos esperando… o alguien esperando…

El culo de la señora gorda ahí, inamovible, ni se inmutaba siquiera y el calor que estaba intratable. Calor de sábado. Calor de mediodía. Calor de después de comer. He dicho que hay de culos a culos. Hay culos interesantes. Levantados. Duros. Firmes. Pero éste se veía fofo. Lento. Macilento joder.

Por el rabillo del ojo veía a mi mujer. Se movía al compás de una tonada. Se veía hermosa. Lentes oscuros, blusa roja, chiquifalda de mezclilla. Me desesperé. El calor seguía intratable. La señora gorda se rascó entonces la nuca. El colmo de la desesperación. Se movía lento, tecleaba lento, leía lento, todo lo hacía lento slowly… no entendía por qué tardaba tanto para hacer una simple transacción. Un pinche movimiento bancario que requiere a lo mucho de cinco minutos. Y el calor que seguía… puta madre… intratable. Así es amigo lector, te quiero desesperar como me desesperé yo.

El afeminado chínguele y chínguele con la tarjeta en el quicio de la puerta. Yo que me cagaba (literalmente) de calor… aunque a ciencia cierta no sé exactamente cómo uno puede cagarse de calor. La señora de tras de mí mirando de cuando en cuando y a lo lejos a… mi mujer entonces, en el carro, viéndose bella.

En el paroxismo de la desesperación. Al parecer la gorda desdeñosa se decidió a hacer el puto movimiento bancario. A la distancia y a sus espaldas, se notaban movimientos como de tomar el dinero… de presionar si se quería o no se quería recibir el comprobante… de finalizar con el proceso, etc.

Aún tuvo el descaro la muy desgraciada. De tomarse el tiempo necesario para buscar, dentro de su gran bolsa (todas las cosas se parecen a su dueño) una pinche cartera que se veía que no encontraba. Buscó. Rebuscó. Removió por aquí… por allá… hasta que a las quinientas salió. Ella no, sino la cartera. La abrió con toda parsimonia. Introdujo lo que tenía que introducir. Y en el colmo de la desesperación volvió a rascarse la nuca. El afeminado estaba desesperado. Yo estaba desesperado. La señora tras de mí estaba desesperada. La única que no se veía desesperada era mi mujer. Ella se veía hermosa.

En un movimiento aún más lento por el grosor de sus carnes. La muy desgraciada todavía tuvo el descaro de darnos la cara. De atorarse con la puerta (la aventó hacia fuera cuando en realidad tenía que ser para adentro). Entonces movió sus pesados pies. Se cambió la bolsa de mano. Volvió a poner la mano en la manija de la puerta y la jaló ¡Por fin!, entonces fue cuando se dignó a salir de ahí y a dejarnos a nosotros el turno, el largo turno de espera. El calor afuera no hace falta que lo diga… pero seguía intratable.

El afeminado entró. Cinco minutos y salió. Yo entré. Cinco minutos y salí. Pinche gorda lenta, fea y para colmo estúpida… si te la regalaran saldría caro. La única que se veía hermosa, a la distancia con su blusa roja y su chiquifalda de mezclilla era mi mujer. Total

 

 

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