Michoacán.- No fue un nacimiento común, era algo extraordinario, Dionisio Pulido, un agricultor que araba la tierra y fue testigo del origen del Volcán Paricutín.

El 20 de febrero de 1943, hubiera sido un sábado común, pero el nacimiento de El Paricutín, cambió de súbito la vida de los que vivían en la región.

En la zona quedaron sepultados, San Juan Parangaricutiro, actualmente Nuevo San Juan Parangaricutiro) y Angahuan.

Temblores, humo, ceniza, explosiones, ruidos extraños, fue lo que Dionisio vio y escuchó.

De un día a otro el montículo de arena comenzó a crecer, se dice que en una semana llegó a medir 165 metros de altura y ya expulsaba lava y ceniza que alcanzó a otras entidades como Jalisco, Colima, Guanajuato, Guerrero y la Ciudad de México.

Sepultó todo un pueblo y su templo,  cuyos vestigios quedaron rodeados de flujo volcánico que con el tiempo se solidificó.

Todo el paisaje es el recuerdo de la erupción ocurrida en 1943

No hubo pérdidas humanas, lo único que quedó sin vida por algún tiempo fue la tierra. Poco a poco ha comenzado a crecer follaje, pero el suelo arenoso de los alrededores da muestra hasta dónde llegó a impactar el nuevo volcán.

Los pobladores señalan que el volcán estuvo activo por casi 10 años.

Ahora todo es quietud en la tierra, pero no en el entorno que se ha convertido en un sitio turístico, que atrae a visitantes que buscan una imagen o un recuerdo del volcán más joven de México.

Francisco Lázaro, un hombre de edad avanzada, dice que tenía 18 años cuando todo sucedió.

Ahora entre los restos del templo, deambula contando la historia, apoyado de un bastón improvisado.

Tal vez sus orígenes purépechas o la edad, le hacen decir frases al aire que parecieran no tener tanto sentido, habla de sismos previos al nacimiento del volcán, dice que tiene 95 años y no responde a preguntas concretas.

A lo mejor ya olvidó los detalles de aquellos años, pero ahí está él, dice que todas las mañanas va, recorre el lugar como si las rocas no fueran impedimento para ir y venir del atrio al altar del templo.

Para conocer el volcán se tienen que caminar varios kilómetros, o montar caballos que los lugareños rentan.

Una vez que se llega a la base de El Paricutín, hay que ascender una cuesta pronunciad, hay que tener condición física y soportar inclemencias del tiempo, sol, lluvia o viento.

Desde el cráter, la vista es majestuosa.

Quienes todavía tienen energía, pueden bajar varios kilómetros al centro, pero hay que administrar las fuerzas para el descenso, que puede ser por una ladera muy pronunciada arenosa o una vereda rocosa con curvas.

La experiencia es única y vale la pena.

*Redacción del 20 de febrero de 2017

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