Una gota

RECUERDOS PARA SACIAR MI SED
Por: Ivonne BARAJAS

Creí que no había más. Que la llave estaba cerrada y que era improbable una nueva gota.

Creí que la escritura era pasado. Que del suelo estéril, resquebrajado, no surgiría un nuevo brote. Eso creí. O eso me hice creer para quedarme tranquila recibiendo el polvo. Un día tras otro finas capas me iban cubriendo: inmóvil e impaciente. Gritando sin ruido.

Hasta que un dolor se instaló en mi costado izquierdo. Lo vigilé: punzada puntual, tensión en el vientre, la punta de un cuchillo; a todas horas era una exploradora que iba persiguiendo las huellas de esa nueva presencia que se coló en el cuerpo. Los días abiertos que permitían que mi atención se desparramara por varios proyectos e intenciones, quedaron sustituidos por días donde lo único que importaba era estar al acecho, anticipar dónde iba a aparecer y cómo se iba a sentir.

Uno de esos días, más allá de la medianoche, un calambre me arrancó el sueño. La casa dormía, el esposo dormía, hasta la noche… y sólo era mi rostro en un espejo circular, mirando aquel abismo que se sentía como una última oportunidad.

Reconocí el listado de pequeñas renuncias que había estado haciendo —¿en nombre de quién?, ¿con qué fin?, ¿a favor de qué causa?…en nombre, quizá, de una vida sencilla; o sea mejor dicho, la distorsión del concepto. Me sonreí, aunque amargamente, por percibir al fin ese dato velado. Una vida sencilla no es renuncia sino la fácil aceptación de los dones, los talentos, los colores, las virtudes. Una vida sencilla no pude tratarse de emplear todas las fuerzas en guardarnos al fondo de un baúl para que nadie nos vea. No consiste en poner lo mejor de nosotros en una fina y decorada caja que salga a la luz sólo en días festivos. Ni se trata de castrarnos para no importunar a los demás o incluso a nosotros mismos. Una vida sencilla sólo exige ser.

Al fin llegué. Estoy aquí. En la eufórica aceptación de mis dones y mis colores. Ese espacio imperturbable que aunque el mundo se deshaga puedo seguir sintiendo mío; el abrazo íntimo que sólo yo puedo darme. La voz que me habla y me da sosiego cuando todo luce descompuesto. Desconocerme y reconocerme, y muchas veces. Una caída libre hacia mí.

Quedé impecable, sin mota de polvo; con el rostro iluminado tras mil baños de terso sol.

De la llave cae una gota que me cura la sed.