Los medios sociales son una crónica de la vida, y a veces de la muerte. Por ello, no debería ser una sorpresa que el escenario de una gran tragedia humana y cultural luego del devastador terremoto del fin de semana en Nepal se llene ahora con el sonido de los teléfonos inteligentes.
Cerca de la famosa Torre Dharahara de Katmandú, una histórica estructura de nueve pisos reducida a una enorme pila pedazos de ladrillo rojo, docenas de personas se reunieron junto a los restos y tomaron selfies, o autofotos, y retratos de sus amigos posando delante de ellos. La torre, construida por los reyes de Nepal en el siglo XIX era uno de los monumentos más preciados del país, y se fotografía mucho más que cualquier otro edificio destrizado por el potente sismo del sábado.
El número de personas fallecidas en la torre no está claro, pero se cree que cuando se vino abajo estaba llena de turistas.
Pawan Thapa, un estudiante de empresariales de 21 años que llegó procedente de los suburbios para intentar ayudar con las labores de recuperación, estaba consternado por la escena. Algunos de los que tomaban fotos sonreían a cámara.
«Esto es turismo de terremoto. Esto no está bien», lamentó. «Están más interesados en tomar sus selfies que en entender que esto es una tragedia».
La mayoría de los que tomaban fotos, sin embargo, no parecían ser turistas sino residentes registrando la devastación de su comunidad y la pérdida de un punto de referencia que había ayudado a definirla.