A 25 años de un desastre, nos urge la Solidaridad
Raymundo Padilla Lozoya *
El jolgorio por el centenario y el bicentenario ensombrecerá el recuerdo de que hace 25 años, el 19 de septiembre, los mexicanos presenciamos la detonación de uno de los mayores desastres de la historia de nuestro país.
A través de los medios de comunicación todos fuimos testigos de la fragilidad y el colapso de muchos hogares y edificios que daban vida a la ciudad de México. Pero también observamos como miles de ciudadanos solidarios acudieron a brindar ayuda a quienes se encontraban bajo los escombros; otros más se organizaron en redes ciudadanas y facilitaron la distribución de los recursos; y los menos, debimos tomar conciencia de la importancia de conocer los riesgos geológicos a los que estamos expuestos y “prevenir”.
Este desastre tiene antecedentes sísmicos registrados en el Instituto Sismológico Nacional, pero es más que los impactos de un terremoto. Este desastre es -como todos los desastres- multicausal, multidimensional y resultado de un proceso histórico social. No se originó el desastre al detonar en la mañana del día 19. Es decir, la historia del desastre detonado el 19 de septiembre de 1985 comenzó desde que se asentaron grupos prehispánicos en la zona que hoy forma el zócalo de la Ciudad de México. El riesgo por sismos en esa zona incrementó su probabilidad conforme fueron construidos millones de casas y edificios sin vigilancia y materiales antisísmicos adecuados, al amparo de la corrupción institucional, a cambio de beneficios económicos. Y a esas probabilidades de riesgo sísmico, se sumaron múltiples condiciones de vulnerabilidad, no solamente estructural o material, sino sociales, educativas, culturales, por mencionar algunas. La vulnerabilidad no es una sola, es diferencial, o sea depende del género, edad, condición social, raza, y sobre todo de la exposición a cierta amenaza. Finalmente el día 19 de septiembre de 1985 se presentó un sismo y réplicas que se sumaron a la larga cronología de movimientos telúricos registrados históricamente en esa zona, los cuales fueron percibidos e identificados como una amenaza para los habitantes de la capital, pero poco se hizo para evitar el desastre.
Por lo anterior el desastre es social, no solamente material, no inicia cuando se presenta la amenaza, en este caso el sismo. Y obviamente tampoco termina al dejar de percibirse el movimiento telúrico. Un gran desastre, como el mencionado, continúa por generaciones, décadas e incluso siglos, en que sus consecuencias son evidentes materialmente o están en la memoria individual y en la colectiva.
No todos los desastres son desastrosos en su totalidad, de algunos se obtienen beneficios a corto, mediano y largo plazo. Por ejemplo, a raíz de este desastre se pusieron más o menos de acuerdo diversas instituciones y formalizaron el surgimiento del Sistema Nacional de Protección Civil, el cual coordina a las unidades estatales y municipales. Con la urgencia de ayuda diversos ciudadanos conformaron la Asociación Civil Técnicos en Urgencias Médicas, Seguridad y Rescate 19 de Septiembre, mejor conocida como los Topos, héroes puros, verdaderos, sin sangre de enemigos en sus manos y conciencia. Pero lo más importante fue que el desastre de 1985 ejemplificó la solidaridad.
En México, con el desastre de 1985 se desveló un claro ejemplo del poder de la solidaridad civil en momentos de crisis y se manifestó en los minutos, horas, días, meses y años posteriores a los sismos. Recordemos que miles de personas solidariamente participaron en diversas labores en la Ciudad de México. Ya nadie cuestiona si el Estado fue rebasado o no por la magnitud de los daños, porque evidentemente así fue, pero lo importante es este ejemplo de solidaridad que es un referente mundial en la atención de emergencias y en la recuperación. Incluso fue un desastre paradigmático porque sirvió para reescribir la teoría sociológica de los riesgos que argumentaba que la sociedad en crisis era pasiva, desorganizada e indiferente.
La Solidaridad de 1985 es un antecedente claro de que en momentos de crisis social, como los que enfrentamos actualmente, debemos usar la “Solidaridad” para unirnos en redes de apoyo que vayan más allá de las diferencias e indiferencias. El desastre que vivimos no detonó este año, este sexenio ni en el anterior, tiene una larga historia, es multicausal, multifactorial, es dinámico, etcétera, como el desastre de 1985. Nuestro desastre actual se nutre de las vulnerabilidades, es decir según la raza, género, edad, condición social, estado civil, color, grupo social, etc. Y todos tenemos alguna probabilidad de riesgo de ser víctimas. Y todos vemos y percibimos a la delincuencia organizada como una amenaza. Sin duda estamos en medio de un desastre que puede durar días, meses, años, décadas o siglos, y que ojala pronto sea parte de la memoria individual y colectiva y no continúe siendo la realidad. De nosotros depende que este desastre actual nos aporte el conocimiento necesario para enfrentarlo y “prevenir” o se convierta en un riesgo crónico y una amenaza permanente para nuestro futuro.
Si el bando de la delincuencia gana esta sangrienta guerra, un día los vencedores celebrarán el cambio, como ahora nosotros nos disponemos a conmemorar el centenario y el bicentenario de grandes derramamientos de sangre en nuestra patria.
* Licenciado en Letras y Periodismo, maestro en Historia y doctorante en Antropología en el CIESAS DF.
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