Sin reducir que no es tan fácil

Devenir humana
Por: Psic. Rubí Graciano Hernández

Acá una de las creencias personales: no existe la “niñez interior herida”, existen personas adultas que cargan con la influencia de algunas situaciones de carencia de la infancia lo que hace que el tránsito por el mundo implique dificultades para establecer vínculos sanos, constructivos y satisfactorios con ellas mismas y/o con el mundo.

Me explico, para que las personas lleguemos a ser quienes somos, por supuesto que debimos de pasar por un sinfín de experiencias que van contorneando nuestra identidad. En realidad, el proceso es muy complejo pues implica las dimensiones de la persona: física, intelectual, emocional, social y espiritual. Lo anterior significa que las personas somos quienes somos sí por lo que sucedió, pero también por cómo narramos (o nos narraron) eso que pasó, por las condiciones fisiológicas de nuestro cuerpo, por el número y la calidad de los vínculos que se posea, así como aquello que atesoramos como algo valioso y procuramos apegarnos a ello.

Por si eso no fuera poco, poseemos una conciencia de temporalidad que nos hace cargar con la presencia (o ausencia) de recuerdos del pasado, con la necesidad de atender el presente y sus retos vitales y de contexto y por supuesto, una tendencia muy propia de los seres humanos para fantasear con el futuro sea éste maravilloso y “color de rosa” o cargado de incertidumbre. ¿cómo se supone que sobrevive dentro de nosotras un personaje figurativo de nuestra propia infancia cuando lo que vemos es una persona adulta? Pues eso, que no sobrevive literalmente nuestras ilusiones, creencias, emociones ni recursos infantiles, sino que se carga con una enorme conciencia de ese pasado que pudo ser, pero no lo fue y que como dijera la canción de los años 90´s: no lo es no lo es así y nunca lo será.  -.-

Existen personas que a cada paso que dan, en cada etapa de la vida, quizá logran la funcionalidad, pero que en el día a día no logran superar algún tipo de malestar emocional o existencial y pensar que cumpliendo los antojos o sustituyendo desde la versión adulta, lo que faltó en el pasado se resolvería ese vacío, esa postura es en realidad una visión un tanto reducida que deja a las personas con la sensación de tener algo mal en ellas (o dentro de ellas literalmente) sin saber exactamente cómo proceder para aliviar la tensión.  Y lo que podría ser aún más complicado: con una serie de consecuencias de una recién adoptada política de comportamiento más bien hedonista y apegada a la gratificación inmediata para aliviar esa supuesta “carencia infantil”, por ejemplo, tarjetas de crédito a tope, deudas adquiridas por compras compulsivas, conductas sexoafectivas de riesgo, etc. Nada más peligroso pues pone en peligro la estabilidad de los sujetos al ignorar que somos seres contextuales, situacionales e historiados, y con plena capacidad a veces no aprovechada, para tomar decisiones y hacernos cargo de nosotras mismas desde el presente, desde la persona actual aún con esa situación enquistada del pasado.

Por tanto, quizá sea más sano reconocer el camino andado, con las carencias y las presencias, con los recursos adquiridos, las privaciones y las necesidades que sí fueron cubiertas. Quizá sea más sano hablar de personas heridas desde un pasado sujeto también a la presencia (o ausencia) de sujetos igualmente doloridos de un pasado complejo. Si somos capaces de enfermar o malvivir dentro de un sistema, quizá podamos sanarnos para vincularnos desde la seguridad y el perdón.